Problemas en la Iglesia catalana

Cuando viví en Cataluña, me explicaba yo que la gran secularización de la sociedad catalana era debida a:
1) un laicismo quizás más agresivo allí que en el resto de España (aún recuerdo que en mi parroquia de Barcelona sellaban no pocas veces con silicona las cerraduras y quemaban los diarios diocesanos);

2) a la influencia quizás francesa, donde el Estado es confesionalmente laico;

3) y a los motivos comunes a todos (la posmodernidad y un largo etc.).

Hoy desde la distancia pienso que, la causa principal y más velada, de ese agresivo proceso de secularización que padece la Iglesia catalana es el nacionalismo. Por eso creo que, que los obispos catalanes consideren el independentismo como una opción política legítima, constituye un grave y recurrente error estratégico para defender los intereses del catolicismo en Cataluña.

El catolicismo catalán en España seguirá siendo representativo, pero sin España será la religión musulmana la única confesión representativa en una Cataluña independiente, y éso sí que es inquietante y confirma, parafraseando a Josep Pla, que creyendo en Cataluña uno no se interesa por ella.

En una buena entrevista que le hizo Buenafuente al joven obispo de Solsona, Novell, este precisaba al entrevistador que no existía una Iglesia de Cataluña, sino una Iglesia en Cataluña.

Aposté todas mis futuribles esperanzas de liderazgo para la Iglesia española a favor de ese chispeante y lúcido joven obispo de una diócesis para mí simbólicamente prometedora, la de Solsona (recordemos, que fue la del también entonces más joven obispo de España, Tarancón).

Monseñor Novell, y en general el episcopado de la Tarraconense, no han sabido discernir acertadamente acerca de la situación del catolicismo en Cataluña. No comprendo por qué en vez de mantener una actitud profética en Cataluña (nosotros representamos a la Iglesia en Cataluña) ha confundido su posición y su función, y peor aún, se ha confundido con el rebaño. Si creen que ellos han de representar algo en una posible Cataluña independiente están locos. La Iglesia catalana no es referente moral ni social en la región quizás más laicista y secularizada de España.

Contaré mi experiencia.

Mi primer contacto con un ambiente catalanista fue cuando viví integrado en un colegio mayor en Barcelona, allí hice buenos amigos y pude contrastar nuestras posiciones. Por cierto, allí conocí a Jordi Pujol, al que pregunté si no se arrepentía del tiempo dedicado a la política y del no dado a la familia. Él me respondió que de la familia y todo eso se ocupaba la Ferrusola. Todos los asistentes rieron. Pujol era algo así como un fetiche para mis compañeros. Él en catalán, yo en castellano. El idioma no fue problema para entendernos.

Comprendí no mucho más tarde, que en Cataluña el negocio y la familia son la misma cosa, y Pujol no iba a ser una excepción.

De Barcelona y de muchos de mis compañeros catalanes me llamaba la atención la necesidad de buscar conversaciones graciosas, más que intelectuales. Me di cuenta que había una muy buena cultura del trabajo, de la responsabilidad, y de la iniciativa mercantil, pero poca inclinación por las inquietudes intelectuales. Guardo un gran y buen recuerdo de mis compañeros y del director del colegio, pues me acogieron extraordinariamente.

De Barcelona pasé a la Cataluña profunda, al bellísimo Ampurdán. Cuando me instalé, busqué integrarme acudiendo a mi parroquia, y allí entré en un grupo de formación de futuros confirmandos. Yo ya estaba confirmado, pero no había más grupo de adultos. Me llamó la atención lo poco concurrida que estaba la parroquia, y lo mimados que estábamos los tres miembros del grupo (dos chicas de mi edad y yo).

La primera y fuerte impresión que tuve cuando me acerqué a la primera misa en catalán (Barcelona), es que el catalán es una bellísima lengua con la que dirigirse a Dios. Fue la bellísima Liturgia de Montserrat y los bellos conciertos de habaneras, los que me hicieron aprender el poco catalán que sé.

Si bien, en la sociedad civil catalana la cuestión lingüística es bastante pacífica, porque el bilingüismo es la realidad imperante, no lo es así en lo que se refiere a las instituciones, donde el monolingüismo es la ficción imperante. Afortunadamente, no he tenido apenas ocasión de percibir hostilidad a la hora de querer comunicarme en castellano, y si la he percibido, fue casualmente en la Iglesia catalana.

El catalán es un idioma fácilmente comprensible, y en una conversación perfectamente un castellano y un catalán, pueden comunicarse cada uno en su propio idioma sin que hayan de surgir grandes problemas de comprensión. En mis reuniones en la parroquia del pueblo de Gerona en el que viví, el mosén y mis compañeros hablábamos para comunicarnos, con lo cual, en castellano o en catalán, daba igual. Debo reconocer que el mosén, que había sido misionero en Colombia muchos años, era bastante abierto, y sin tener que dejar de hablar en catalán, hacía la comunicación muy fluida.

Yo cantaba en catalán y respondía en catalán en la liturgia, y si no sabía algo, lo decía en castellano. Me agradaba mucho utilizar el catalán cuando me dirigía a Dios. En todo Gerona, sólo la Iglesia de los dominicos de Gerona capital daba misa en castellano, y yo lo comprendía: Gerona no era Barcelona.

Recuerdo que, en una misa una feligresa se animó a cantar en castellano el Pescador de Hombres. De todos los asistentes, el mosén, yo y ella, únicamente la cantamos. Estoy seguro que todos se sabían la canción en castellano, sin embargo, sólo tres la cantábamos. Creo que esta fue la primera vez que choqué frontalmente, de morros, con la Iglesia de Cataluña, pues hasta entonces creía pertenecer a la Iglesia en Cataluña.

La siguiente, fue cuando otro mosén se pasó enteramente la homilía hablando de las virtudes de la sardana y de la hermosa fraternidad de quienes la bailan. Comparación ingeniosa la verdad. Yo buscaba que me hablaran de Cristo, con ese mosén repetidamente lo tenía difícil, pero era uno de mis párrocos. Mejor me fue en Gerona capital, durante la Semana Santa, y concretamente en su catedral, donde me confesé en castellano y agradablemente me atendió un mosén mayor. También me veía con un buen jesuita, muy buena persona, al que una vez acompañé en su actividad social que era ayudar a integrarse a emigrantes mediante cursos de catalán, era un profesor extraordinario. A mí la situación me pareció ridícula y no volví. No me gusta que me impongan nada que no comprenda, y además soy de naturaleza rebelde, así que quizás también por eso no fui religioso.

De primeras, no diría un disparate si hiciera la siguiente equivalencia: de la misma forma que existió un nacional catolicismo en España existe un catolicismo nacionalista muy acusado en Cataluña.

El periodista liberal Joan Mañé i Flaquer (1823-1901) afirmaba una verdad que tengo asumida:

No somos catalanes porque hablemos catalán; sino que hablamos catalán porque somos catalanes.

Y es cierto, cuando viví en Cataluña, me di perfecta cuenta de que ya no vivía en Castilla. También me di cuenta, que no iba a convertirme en catalán tan sólo con hablarlo. ¿Por qué? Porque yo era castellano.

Lamentablemente he conocido muchos hijos de la emigración castellana, que no valoran sus orígenes castellanos. Quieren ser catalanes porque hablan catalán, y no pocas veces, porque creen más en la patria catalana que los propios catalanes. Sus padres vivieron cosas feas, que afortunadamente se están olvidando porque la sociedad catalana es pacífica y prefiere no recordar.

Tengo una imagen muy positiva de la Cataluña civil. Me impresiona lo pacífica que es y lo que detesta discutir, y lo ordenada y europea que también es. Creo que Ortega y Gasset lo achacaría al feudalismo que se implantó más y mejor allí, que en el resto de España.

Reprocho que quizás te hacen sentir fácilmente que no eres de allí. No es que me importara mucho, la verdad, pero me parecía absurdo tener que integrarme sólo gracias al catalán. Viví en Austria y allí se necesita aprender alemán (y diría casi, el austríaco) para ello, pero siendo lenguas del mismo Estado y tan parecidas, no me cuadraba.

Todo el mundo tiene sus rarezas, y en Castilla también las tenemos.

El nacionalismo en Cataluña lo ha impregnado todo, también la vida eclesial, y ha sido asumido con la fuerza de una verdad religiosa.

Para mí el más fabuloso y clarividente escritor en lengua catalana ha sido el ampurdanés, Josep Pla i Casadevall (1897-1981). Como brillante y agudo observador de su época afirmaba cosas como éstas:

“En España, un gobernante no es más que un opositor momentáneamente triunfante que aplica y realiza sus ideas de oposición. Esto explica por qué en España nunca se gobierna por alguna cosa, sino que se gobierna siempre contra alguna cosa. Nunca se gobierna integrando, sino diferenciando”.

Alguien así, fue capaz de decir acerca de la Historia de Cataluña:

“La historia romántica es una historia falsa. ¿Tendremos algún día en Cataluña una auténtica y objetiva historia?, ¿tendremos una Historia que no contenga las memeces de las historias puramente románticas que van saliendo?"

Un personaje así de lúcido, tendría que acabar diciendo:

La política és l'art d'evitar la Guerra civil.


O ésto otro: «Es más difícil describir que opinar, infinitamente más: en vista de lo cual todo el mundo opina».

Este genial escritor regionalista (por eso le desprecian los nacionalistas) decía de sí mismo :

Mi país es el Ampurdán y Cataluña y España y Occidente.


El problema de Cataluña está en Cataluña no en España.

Los problemas de la Iglesia en Cataluña son mayores a los existentes en el resto de España:

- ¿Qué pasará cuando la generación de emigrantes castellanos que llevaron su Fe y tradiciones a Cataluña vaya desapareciendo? ¿Quién participará en la vida parroquial?

- ¿Qué pasará cuando la opción religiosa mayoritaria en Cataluña sea la musulmana?


Recuerdo que el imán del pueblo donde vivía se quejaba de que en una sociedad plural como la española, se podía permitir que se tocaran las campanas llamando a la misa, pero se prohibía llamar públicamente a la oración a los musulmanes. La paradoja es grotesca, pero comprometedora.

Cuando vuelvo a Cataluña, me la encuentro más crispada y radicalizada con esa omnipresente y totalitaria forma de imponerse del independentismo. Una pena.

Para mí es muy difícil analizar la realidad de Cataluña cuando sólo he pasado allí dos años muy felices, pero sé una cosa acerca de mi análisis, que el nacionalismo es sencillo de comprender. El nacionalismo triunfa allí donde existe conciencia particular y colectiva de crisis y decadencia.

Muchos catalanes de 2015 ya no resultarían reconocibles para Josep Pla. De los suyos dijo:

A molts catalans els interessa Catalunya, però no hi creuen. Els passa exactament el contrari que amb la religió i l'altra vida: hi creuen, però no els interessa.


Posiblemente, este hombre que nació y murió en 1981, en el más plácido lugar de España, Palafrugell, si viera la realidad hoy de su Cataluña confirmaría la inversión de esta cita como una realidad palpable -los líderes nacionalistas son buen ejemplo de ello-:

Muchos catalanes creen en Cataluña, pero no les interesa Cataluña. Les pasa exactamente igual que con la religión y la otra vida.

No es de extrañar que el nacionalismo haya sustituido exitósamente al catolicismo en la conciencia de muchísimos hermanos catalanes. Una observación agudísima de este valioso intelectual catalán, que contrastada con la realidad presente debiera hacer reflexionar y rectificar al episcopado en Cataluña.
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