El fin de la Posmodernidad

En los años 90, cayó en mis manos, siendo adolescente, una monografía titulada El Hombre Light del psiquiatra Enrique Rojas. En ella supe que vivía en una cultura llamada Posmodernidad, y que vivía en una sociedad impregnada de valores materialistas.

Después de casi más de 25 años, creo que la Posmodernidad ha llegado a su ocaso, y ya no irradia la energía de antaño (ya no proporciona certezas). Deslumbra tan sólo con emociones, con juegos de luz y artificio.

No estamos en una Era de la Razón, estamos en la Era de las Emociones, y aquí la religión juega un importante papel (especialmente en Oriente), donde no ignoran la Posmodernidad de Occidente, y detectan nuestras debilidades.

Si observamos bien, la publicidad, los medios de comunicación, las nuevas tecnologías, incluso las relaciones personales se miden y gradúan por su nivel de emociones.

El nacimiento de la Modernidad.

El astro MODERNIDAD en el siglo XIX creó tantas rupturas como expectativas. No apareció de la nada, hay que encontrar sus orígenes en el Renacimiento.

Ruptura porque quebraba la cultura rural y religiosa de una población que emigra a la ciudad para mejorar su calidad de vida, empleándose en industrias, primero, y servicios después. Para mí éste es el mayor factor de descristianización de la sociedad.

La autoridad se transfiere del cura y la pequeña comunidad a la masa urbana impersonal y sus voceros (partidos políticos y medios de comunicación).

Expectativas, porque una nueva fe, el PROGRESO, es adoptada por las estructuras de poder, Estado y Capital, creando ínfulas de optimismo infinito en quienes pasan de estar sometidos a al paso de las estaciones y al resultado de las cosechas, al desarrollo tecnológico y a las promesas de prosperidad material.

Así se llega, en una carrera loca por hacerse con el control en origen de las materias primas (colonialismo) con entusiasmado ánimo de abordar la vida sin Dios (nihilismo), a la Primera Guerra Mundial, que poco pudo frustrar ambos sinos, porque apenas pasó de las trincheras pese a sacrificar a valiosas generaciones de jóvenes.

El cénit de la Modernidad.

Se produce en los años 20 y 30 y comienza a decaer con ocasión de la espantosa II Guerra Mundial, donde luchan dos aberrantes herederos irracionales y violentos, el FASCISMO, heredero del nihilismo y, el MARXISMO del materialismo filosófico, y que arrastran en su lucha por la supremacía o supervivencia, según se mire, al materialismo nihilista amable, al LIBERALISMO.

Con ella acabó la Modernidad y se pasó a la Posmodernidad.

Esta guerra sí traspasó las trincheras, y lo que vino después (años 50 y 60), fue la época del EXISTENCIALISMO, del desencanto y la decepción, pero también del INTIMISMO, y por ello de un cierto renacer espiritual y religioso. Simultáneamente su pesimismo se fundaba y no poco, en el conflicto no concluido de la guerra anterior, con una guerra tensa y contenida entre sus dos supervivientes (dos materialismos yuxtapuestos, el del Estado y el del Mercado), ambos dotados de armamento nuclear.

Con el derrumbe del marxismo, por su incapacidad de satisfacer las expectativas de consumo y libertades de sus súbditos, por fin queda un único superviviente: la poderosa Economía de Mercado con su omnímoda CULTURA DE CONSUMO. Para sobrevivir el liberalismo tuvo que adaptarse y transformarse, en socialdemocracia. El estado social de Bienestar, que es su obra, ésta hoy está quebrada por los excesos tanto del capitalismo como del corporativismo social.

El capitalismo travestido de globalización (vendido como un valor y no como una exigencia del Mercado), y el corporativismo travestido de participación ciudadana (mediante agentes sociales, y vendido como una economía democratizada) han pasado por décadas de abundancia y de onanismo narcisista, y ¡claro! con ello la preponderancia de los valores materialistas.

El Hombre Light era vacuo porque estaba enormemente auto-satisfecho, y es de esta época. Pero la crisis económica le ha convertido en una decadente y triste figura.

Tras el estallido de la crisis financiera, y después que se cayeran todas las máscaras (el sistema estaba profundamente corrompido), nos encontramos en una última etapa: La etapa del Escapismo emocional, a mi punto de ver, marcada por el desgaste, la inercia y la decadencia.

El atardecer: la Posmodernidad.

El desencanto y el desengaño son emocionales y por tanto superficiales. No se cuenta con una generación cultivada (reflexiva) sino consumista (emocional) y no hay una cultura creativa (sino imitadora).

Todo desengaño auspicia un renacer de los extremismos (emocionales, cabreados y violentos), pero éstos son malos imitadores de sus predecesores, y tienen pocas expectativas de prevalencia social, porque el contexto actual no es el de aquéllos.

Este es un momento muy delicado, porque a través de las emociones se puede ejercer una gran manipulación. El hombre y la mujer de hoy, están desarmados, gracias a una educación y una cultura, que les ha ilustrado a base de estímulos sensoriales y no de reflexiones.

Hoy se enseña menos que nunca a pensar, pues se enseña sobre todo a obtener resultados. Y eso es peligroso, porque la imposibilidad de obtenerlos puede frustrar a muchos (los loser); y eso quiebra a personas y familias. Las expectativas de convertirse en ganador (gran consumidor) estimuladas mediante un bombardeo contínuo de los mass media , son el combustible de nuestra sistema económico.

Si el ser humano hiciera prevalecer principios para su vida no materialistas, espirituales, el sistema quedaría tocado. Creo que el ser humano se encamina a ello, y el capitalismo deberá adaptarse, transformándose de nuevo, si quiere sobrevivir. El cúmulo de frustraciones es grande, y la crisis económica se está haciendo crónica.

Contamos con una sociedad envejecida, que compensa con sus votos los impulsos emocionales de quienes se han rebotado con el “sistema” y sólo piensan en destruirlo, sin conservar lo que en él existe de valioso.

El pensamiento social cambia lenta y gradualmente en la Historia, pero hemos de contar con un acelerador turbo: los medios de comunicación. No cambiamos de un día para otro, pero sí de un acontecimiento para otro.

Vamos paulatinamente hacia el relevo inter-generacional. Y se perciben notables diferencias entre una generación, la de nuestros padres, temerosa de perder sus certezas y seguridades, y las que vienen detrás, con una mayor conciencia de la necesidad de hacer auto-crítica y con menos miedo a realizar cambios, pues es consciente de que la realidad es mejorable.

Y aquí nos encontramos con dos tipos de jóvenes o adultos: los que se empeñan en querer cambiar las cosas que a nadie gustan (amoldándolas peligrosamente a sus ideales, son utópicos y radicales, y están poco formados), y los que se empeñan en querer mejorar las cosas que se sabe que están mal (éstos han viajado y comparado, y están formados).

De por medio se ha cruzado un acontecimiento fatal (el terrorismo islámico y el conflicto entre civilizaciones que hay de trasfondo), que creo que nos anuncia el fin de la Posmodernidad.

La realidad nos desvelará una dura verdad: que TRAS LAS EMOCIONES NO HAY CERTEZAS, y que son éstas las que buscamos desesperadamente. Por primera vez la Modernidad nos ha frustrado en sus certezas, y estamos obligados a buscar en otra parte.

De primeras, nos enfrentamos al reto de tener que vernos obligados a redescubrir nuestra identidad, porque lo que tenemos enfrente (esos que atentan con sus certezas) nos obliga a encontrar las nuestras.

No creo que la Historia sea cíclica. Creo que los errores se repiten, pero no hay que tener muchas luces para advertir que las transformaciones están ya aquí, y los factores también: una crisis económica crónica, y un conflicto armado.

Lo que venga después, será nuevo y lo esencial no será moderno, es decir, no será material.
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