En la posmodernidad no se dialoga

“A pesar de la nostalgia, ni el marxismo ni el liberalismo pueden explicar la actual sociedad posmoderna. Debemos acostumbrarnos a pensar sin moldes ni criterios. Eso es el posmodernismo”. (J.F. Lyotard).


La posmodernidad es el pensamiento popular que se caracteriza por dar prioridad a la Emoción frente a la Razón, a la imagen frente al contenido, a la diversidad frente a la identidad, a la conveniencia social frente a la convicción personal, al individualismo frente al compromiso comunitario.

El Hombre es así puro deseo y tiende a buscar a toda costa un placer que le suele negar la realidad. Por eso huye de ella o la imita (Posverdad) adaptándola a sus deseos.

Por ello en la posmodernidad el debate y la dialéctica exigentes, por la resistencia que ofrecen las ideas diferentes, están proscritos.
Buscamos coincidir con quien piensa como nosotros y evitamos confrontar nuestras ideas con las que son diferentes por temor a que las nuestras nos parezcan equivocadas.

La posmodernidad como dice su nombre es aquello que viene tras la modernidad. La Modernidad supuso una ruptura con la forma antigua de entender la realidad, que de forma o indirecta se explicaba desde Dios. La Modernidad opuso a la religión nuevas creencias o certezas (nuevos relatos).

Coincidían con la Religión en creer que el ser humano y su Historia compartían una finalidad y un sentido, en este caso, la plenitud humana a través del progreso y no de la reconciliación con Dios.

La modernidad crea sus grandes relatos (en terminología de Lyotard): 1) el Racionalismo, con su promesa de plenitud a través de la Razón y el conocimiento mediante la abolición de la superstición y la tutela religiosa sobre el conocimiento; 2) el Liberalismo, con su promesa de plenitud material a través del libre mercado mediante la abolición del rígido sistema de estamentos sociales y de la doble autoridad moral y legal del Estado y; 3) el Marxismo, con su promesa de plenitud política a través de la colectivización mediante la abolición de la sociedad de clases y de la propiedad privada. El siglo XIX es el siglo de la emancipación revolucionaria, política e industrial y tiene por relato dominante el liberalismo.

Llegados al siglo XX, éste será en gran parte el siglo de los materialismos filosóficos (marxismo y liberalismo), y también de los totalitarismos (fascismo y socialismo). Las dos guerras mundiales, causadas por el control de las materias primas y por el supremacismo racial, traen como consecuencia la guerra fría. Se produce una hecatombe y un ocaso de los totalitarismos. A partir de Mayo del 68 (hay descontento en occidente con el marxismo) y la caída del muro de Berlín (colapso político y económico de los regímenes comunistas) aparece un nuevo protagonista que ya ha contado con importantes precursores filosóficos (Nietzsche), la posmodernidad.

La posmodernidad ha sido esencialmente filosofada en Francia y por intelectuales marcados por el Mayo del 68 (Lyotard, Derrida, Baudrillard, etc.), sin embargo también creo que la Escuela de Frankfurt lo incubó sin pretenderlo. La Escuela de Frankfurt (Adorno, Horkheimer y Habermas) se opone tímidamente como reacción intelectual, al éxito del modelo liberal y capitalista sobre el marxista y comunista. La Escuela de Frankfurt nace como un neo-marxismo emancipado del marxismo político pero no del filosófico. Su dialéctica es fuertemente crítica con su contexto histórico. Emplean el psicoanálisis freudiano, y advierten de la decadencia cultural de Occidente por la pérdida por parte de éste de la fuerza emancipadora que transmitió la ilustración. Analizan las causas culturales y políticas por las que el marxismo no resulta triunfante sobre el capitalismo, y abren definitivamente la puerta, desde la resignación y la hipercrítica al modelo capitalista, a la posmodernidad, que es expresión filosófica de los sucesivos desengaños que han provocado las utopías del siglo XX. Si la Escuela de Frankfort fue con Occidente un agente erosivo, la Posmodernidad lo ha sido abrasivo.

No obstante, el verdadero precursor de la posmodernidad fue Nietzsche, ya que su radical vitalismo y autoreferencialidad moral opuesta a la religión cristiana sustentan postulados posmodernos de importancia capital: la valoración radical del presente y de la capacidad de gozarlo, y la supresión de cualquier tipo de autoridad moral que imponga limitaciones a ello.

La posmodernidad es filosóficamente una DES-creencia. Supone una ruptura con la tradicional visión lineal y finalista de la historia (Hegel). En terminología heideggeriana, realiza una deconstrucción histórica. Los grandes relatos u utopías son de-construidos. Con esta labor de desmontar, de detectar los fallos o contradicciones a través de los conceptos utilizados en las ideologías, la posmodernidad provoca una fragmentación de raíz nihilista de los principios universales o absolutos, desembocando en un relativismo moral que desemboca en la frivolidad, en un relativismo lingüístico (abuso de los eufemismos) y en un relativismo cultural (diversidad que fagocita la singularidad o identidad).

Para la posmodernidad, la Historia está fragmentada a modo de cuestionario de Trivial, es una multiplicidad de hechos agotados en sí mismos, una exposición caótica de datos sin finalidad ni orden ni sentido. Se defiende en lo filosófico y moral una tesis de singularidad radical anti-universalista.

Cuánta posmodernidad sustenta esas expresiones tan de moda como “DERECHO A DECIDIR”, “NO NOS REPRESENTAN”, “LO LLAMAN DEMOCRACIA Y NO LO ES”. Que son expresiones desligadas de un análisis de contexto, que son pura emoción plasmada en pancarta, chorizos de cómic en un guión sin más finalidad que entretener. Nada hay más difícil y desagradable que sufrir un análisis racional de tu estado de ánimo.

Jean François LYOTARD (para mí UN GENIO) mantiene un profundo escepticismo frente a las teorías universalistas (religiosas, racionalistas, liberales o marxistas), y expone la prevalencia del formalismo y su eficacia —el impacto en las emociones— sobre los aspectos de contenido o esenciales que exigen un mayor componente racional, y una mayor base cultural en la persona. Subraya que la ciencia, tras la pérdida de su sentido trascendente en la búsqueda de verdades o absolutos, desempeña una nueva función, su utilidad como herramienta dialéctica del poder político e incluso como elemento legitimador de éste (v.gr. políticos con –pseudo- tesis doctorales o Máster), pues con su reputación de credibilidad la ciencia refuerza la legitimidad del discurso político (y de ahí esa sobrevaloración de datos, informes, encuestas, estadísticas y títulos). Subyace en Lyotard un agudo escepticismo acerca del éxito científico, al que atribuye la categoría de gran relato o mito, y ciertamente lo es cuando se trata de analizar el currículum de un político y su argumentario lleno de cifras y datos que poco tienen que ver en general con la realidad que a cada cual le corresponde vivir.

En la antropología posmoderna surge un hombre carente de ideales y proyección, anclado vitalmente en su presente, es hedonista y deviene fragmentado por su cada vez más empobrecido nivel cultural. Surgen así, los ANTI-HUMANISMOS (feminismo, ideología de género, animalismo) que adolecen de una radicalidad que mata los valores humanísticos que afirman defender. La posmodernidad los ha incubado, ya que ha desarmado culturalmente al hombre contemporáneo de su capacidad analítica, y racional, así como de su pensamiento originariamente crítico, ahora reducido a un nudo de emociones. En suma, lo ha fragmentado. Este hombre-deseo posmoderno es un producto cultural de la sociedad de consumo y es producto también de ingeniería social.

Y en este contexto padecemos una GRAVE CRISIS DEL HUMANISMO y por tanto de OCCIDENTE, pues no hay un real intercambio de ideas (que o no hay o temen enfrentarse con el fin de evitar el conflicto de tener que cuestionarse). Este es el análisis para mí más brillante de otro intelectual sobresaliente, Zygmund Bauman, autor de la famosa definición de sociedad líquida.

La des-creencia de la Posmodernidad se origina en un histórico y progresivo desencanto y desengaño con las viejas utopías. Todo desengaño auspicia un renacer de los extremismos (emocionales, resentidos y violentos), pero éstos son malos imitadores de sus predecesores (otra faceta posmoderna es la imitación). La falta de creencias y certezas (racionales) origina una crisis de creatividad. Se imita porque las emociones surgen castradas, no son estables por irracionales.

Estamos viviendo más un relevo intergeneracional que de ideas. Las pasiones humanas son las mismas de siempre (envidia, ambición, poder, superioridad, mentira, codicia, etc.). Las ideologías del siglo XIX y XX básicamente se han centrado en justificar filosóficamente estas pasiones. Hay quienes se empeñan en seguir haciéndolo, y hay quienes se empeñan en lo contrario, y una mayoría que es indiferente por inconsciente y que se deja llevar.

Este es un momento muy delicado, porque a través de las emociones se puede ejercer una gran manipulación. El hombre deseo está desarmado de sentido crítico y racional.

La realidad nos desvela sin embargo una dura verdad: que TRAS LAS EMOCIONES NO HAY CERTEZAS, y que son éstas las que buscamos desesperadamente, porque somos así. Necesitamos consistencia y estabilidad y eso nos vuelca en la búsqueda de autenticidad.
El que no crea destruye…o como un idiota sin criterio, imita. Ambas experiencias no satisfacen y desencantan. Surge así la epidemia de la depresión.

Lo que haya de venir nuevo en lo esencial no será moderno, es decir, no será material.

Vivimos en una contagiosa rebelión frente a los idiotas y los operarios de las demoliciones.

Hoy creo, la cultura occidental está escribiendo un epitafio como reacción frente a esta inanidad imperante y deprimente (más que nihilismo): Nietzsche ha muerto, no Dios.

La Posmodernidad sufre agotamiento ante la necesidad de la persona de sostenerse en certezas y en una vida auténtica.
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