Nosotros, la gente del ruido,
llenos de agendas, planes y comités.
Tanto hacer y hacer, que construimos la nada.
Él, sin ruido de motor ni tinta de decreto,
simplemente es. Lo es todo.
Mira el Sol, el hermano mayor,
que nace cada día sin pedir permiso,
quemándose de vida para combatir la sombra.
Morimos sin ser esa criatura de luz.
Y Él, con su mirada de Evangelio,
nos recuerda que nada se pierde en el polvo de la tierra.
Así es la lección simple:
La rosa es verdad porque ama sin exigir testigos.
El pájaro es un acto de fe. Vuela porque es libre.
El hombre, ¡ay del hombre!, solo crece por dentro.
No tiene alas de verdad si no confía.
¿Por qué, Señor, el hombre busca el Reino en la bolsa de valores,
y no en la escucha simple del corazón,
que es el primer grito de la vida?
Solo el Cristo de la calle,
el de los pies descalzos, hablará por ti.
Hablará el día en que tu vida sea el único Evangelio
abierto en la mesa pobre de este mundo.
Necesitas la audacia de la primera vez:
De amar y actuar como el Sol, sin calcular el gasto.
De callar como el buen leproso,
que se sabe vacío, para que Él hable en la voz del oprimido.
De dejar que el vaciamiento sea la única forma de llenarte.
De seguirle, no para comprender las leyes,
sino para ser Su eco en el desierto social.
No nos hemos atrevido a amar al Amor
hasta que no nos dejamos caer en el precipicio de Su Confianza,
que es la pobreza total.
No escuchamos Su clamor,
hasta que silenciamos el ruido de nuestra propia ambición.
Solo entonces, hermano, nuestra vida será Creída.
No por el discurso que hicimos en el púlpito,
sino por las heridas que vieron en nuestro caminar.