Una sola víctima, un solo altar, una sola pascua
Así lo entendió la tradición cristiana, como lo demuestran las palabras de un antiguo texto, falsamente atribuido a Constantino, y que seguramente es posterior al 362. Se trata de la Oratio ad sanctorum coetum. Dice así, refiriéndose al culto de los mártires: «Entonces se cantan himnos, salmos y cánticos a la gloria de aquel que todo lo ve, y en memoria de estos hombres se celebra la eucaristía, el sacrificio que desterró la sangre y la violencia. No se busquen allí ni el olor del incienso ni las llamas de una pira, sino pura luz, capaz de iluminar a los que allí oran. A menudo se junta también una modesta comida en favor de los pobres e infortunados».
De modo más amplio y desarrollado alude a esto un testimonio algo posterior. Lo cual demuestra que la Iglesia va teniendo una conciencia cada vez más aguda de las motivaciones profundas que justifican la presencia de los mártires debajo del altar en el que se celebra la eucaristía. Se trata de un texto editado bajo el nombre de Máximo de Turín, pero cuya paternidad literaria se discute aún entre los expertos. En todo caso se trata de un testimonio que se remonta a los siglos V o VI: «Por tanto, hay que tener a los mártires en el más alto y principal lugar por causa de la fe. Ved, sin embargo, qué lugar deben merecer ante los hombres quienes ante Dios merecieron un lugar bajo el altar. Pues dice la Sagrada Escritura: 'Vi debajo del altar las almas de los degollados a causa de la Palabra de Dios y del testimonio que dieron' (Ap 12,11). Qué más reverente, qué más honorable puede decirse sino que descansan bajo ese altar en el que se celebra el sacrificio ofrecido a Dios, en el que se ofrecen las víctimas inmoladas, en el que el Señor es el sacerdote? Con razón, pues, los mártires se colocan bajo el altar porque sobre el altar es colocado Cristo. Con razón las almas de los justos descansan bajo el altar, porque sobre el altar se ofrece el cuerpo del Señor (...). Por tanto, es conveniente que, en virtud de una suerte común, la sepultura de los mártires se coloque allí donde la muerte de Cristo se celebra todos los días, pues así dice él mismo: 'Cuantas veces hagáis esto anunciáis mi muerte hasta que venga' (1 Cor 11,26). Esto es, quienes mueren a causa de su muerte deben descansar en virtud del misterio sacramental. Precisamente por eso, a mí me parece que, en virtud de una identidad de destino, la tumba del mártir ha sido erigida allí donde son depositados los miembros del Señor inmolado, de suerte que quienes se vieron unidos en una misma pasión se vean ahora reunidos en un mismo lugar sagrado».