Impeachment a Francisco

El sueño de Nabucodonosor, invasor de Israel. Daniel lo descubre e interpreta (Dan 2, 31ss). Gigantesca estatua de metales preciosos. Sus pies, parte de hierro y parte de arcilla. Cayó una piedra sobre sus pies y pulverizó toda la estatua. Desaparecería el rey y su reino.

La noticia ha saltado. La Casa Blanca controlará los abruptos de Trump. El presidente, con sus espontáneos imprudentes tuits, está poniendo en aprieto al régimen estadunidense. En paralelo, el FBI y la CIA investigan al yernísimo, constituido en asesor personal de Trump. Jared Kushner preparaba un canal de comunicación secreto con el Kremlin para esquivar la inteligencia americana.

La perdedora Hillary Clinton invoca el impeachment. Y el profesor Allan Lichtman lo pronostica. Hay precedentes. La memoria de Nixon es una nube oscura que amenaza tormenta. Un pueblo organizado no puede estar al albur de su jefe, incluso cuando ese jefe ha sido elegido por el pueblo. Hay unos cauces legales y consuetudinarios que percorrer.

A partir del siglo VIII, la Iglesia Católica Romana fue erigiéndose en un reino más, a imagen de los vecinos pueblos de entonces. Sobre todo, lo consumó Gregorio VII, monarca absoluto, en lo terrenal y en lo espiritual. El papa Sixto V, siglo XVI, organizó la Curia como cualquier otro estado renacentista. El carácter monárquico absolutista del jefe de la Iglesia Católica permaneció inmutable, incluso después de la Revolución Francesa y después de la pérdida de los Estados Pontificios en 1870. Lejos quedaba el "mi reino no es de este mundo" (Jn 18,36s). El obispo de Roma era y es Papa-Rey.

El jefe del Vaticano, y por ende de la Iglesia Católica, no es elegido democráticamente. Su endogámica elección es futo de un acuerdo entre notables designados por la jefatura del mismo Vaticano. Ni siquiera participa la Curia. Pero ese jefe, el Papa, se hace cargo de un acerbo de dogmas, doctrtinas, costumbres y responsabilidades que no son aleatorias ni prescindibles. El verdadero cauce de maniobra debería estar en una constitución "sui generis" llamada Cristianismo. Más exactamente, Jesuanismo. Porque, por encima de la jefatura del Estado de la Ciudad del Vaticano está la presidencia servicial de la Iglesia fundamentada en Jesús de Nazaret.

Los polémicos cardenales rebeldes, con Burke, Sarah y Müller al frente, visualizan la punta del iceberg. El silencioso descontento se elevó a ostentosa protesta y amenaza. No sólo a causa de pontificios procedimientos de gobierno. También por básicas doctrinas y disciplinas propugnadas por el Papa en sus encíclicas. Han osado retar al Papa exigiéndole explicaciones y rectificaciones de los reales o aparentes cambios.

Una visión estatalista del Papado está en la base de la rebelión. La configuración histórica del Vaticano y de la Iglesia Católica da alas al disenso. Constituidos en autoridad y dignidad, los rebeldes se consideran legitimados para controlar al jefe, aupado por ellos mismos a la sede de Pedro. Se consideran garantes de la permanencia y ortodoxia de la Iglesia. Y estarían dispuestos a avalar una deposición en aras de la puridad de la institución. El impeachment.

Lo he revelado en mi libro ROMA VEDUTA. Ya Juan XXIII estuvo sometido a semejantes presiones. El cardenal Ottaviani llegó a idear la deposición de Roncalli por motivos análogos a los hoy ventilados con Bergoglio. Teólogos salmantinos del siglo de oro fundamentaban tal atrevida propuesta. Si el Papa era declarado hereje, debía ser depuesto. Pero, en nuestra Iglesia monárquica y piramidal ¿quién controla al monarca, al ungido? Los electores se creen responsables y dueños del elegido. Los cardenales rebeldes (y los numerosos jerarcas que los secundan) apelan a la doctrina y a las costumbres. ¿Se incluyen los dogmas? ¿Sólo la disciplina? El legado de Jesús fue recibido, transmitido e interpretado de forma no unívoca. Incluso tendenciosa y oportunista. Prueba de ello son las diversas sectas cristianas y los diversos evangelios y escritos antíguos, canónicos o apócrifos.

Es altamente improbable un impeachment contra el actual Papa. Sus iniciativas doctrinales y disciplinarias no son revolucionarias. Su prestigio entre creyentes y resto del mundo va in crescendo. Un serio intento de censurar a Bergoglio resultaría ineficaz. A los jerarcas rebeldes sólo les queda esperar a un nuevo Cónclave. Es lo que sucedió con Roncalli cuando estaba en el punto de mira del Santo Oficio. Y es que la muerte allana, iguala, incluso canoniza. Pero, a rey muerto, rey puesto. Cabe la involución. Para conjurarla, Bergoglio utiliza las tradicionales armas. Creación de nuevos electores a su medida.

Celso Alcaina fue oficial del Vaticano con Pablo VI. Es autor del libro Roma Veduta. Monseñor se desnuda.
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