Desayuna conmigo (sábado, 15-2-20) Escribir llorando

¡Maldito cáncer!

Maldito cáncer

Siguen hoy las “lágrimas de otros” que derramábamos ayer, pues este es uno de esos días en los que, si tuviera que escribir a mano, ellas me servirían de tinta. Ya me he referido al vacío, tan lleno de comunión cristiana, que hace muchos años me dejó la muerte de un sobrino (como un hijo) y la plenitud vital que me inyectó la donación de sus órganos. Con ello, encuadro este desayuno en el marco de la “celebración” hoy del día internacional del niño con cáncer. Cáncer y niño debería ser un oxímoron perpetuo, agua y aceite. El lema de este día no ha podido ser más acertado: “Cuando un hijo tiene cáncer, todos lo tenemos”. Y es que su dolor y su impotencia se nos hacen insoportables.

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Tengo la costumbre inveterada de fijarme, cuando miro las esquelas mortuorias de allegados y conciudadanos, en la relación de familiares que demandan una oración según la costumbre cristiana. Cuando en ella aparece algún hijo del difunto con una cruz entre paréntesis, las carnes me tiemblan y los cabellos se me erizan. Una inmensa sensación de compasión hacia el finado y su cónyuge se apodera entonces de mi alma, seguro como estoy de que a ellos sí que les tocó sufrir de lo lindo con la pérdida de un hijo. Ese es posible el dolor más terrible que puede caer en desgracia a un ser humano.  Es muy duro tener un enfermo de alzhéimer en casa, pero lo es mucho más que los padres pierdan un hijo. Cuando tal pensamiento me asalta y se me ponen delante mis propios hijos y nietos, lo desecho de inmediato para no volverme loco.

El hecho es tan antinatural que incita a rebelarse. Incluso estando convencidos de que la Providencia nos guía por el mejor camino, nunca llegaremos a entenderlo y, menos, a aceptarlo del todo. Perder un hijo demuestra con suma crueldad la futilidad de una vida que puede quebrar en cualquier trecho del camino que va del vientre materno a la sepultura. Solo somos capaces de asimilar, aunque con buena dosis de resignación, la muerte a una “edad cumplida”, cuando la vida ya no ofrece alternativa alguna. Por ello decimos que lo natural y lógico es que los hijos entierren a sus padres, no al revés.

Cáncer infantil

Que el cáncer, al que tanto tiempo hemos identificado con la muerte, se cebe en las carnes de un niño conmueve no solo a sus padres y demás familiares, sino también a todas las personas que tengan sentido común y alguna sensibilidad humana. Desconcierta ver a niños postrados en la cama de un hospital o jugueteando en sus pasillos con sus cabecitas completamente calvas por tratamientos agresivos. Mientras sus ojos transmiten un ansia infinita de vivir, sus cuerpos luchan a brazo partido contra un invasor traicionero que, dispuesto a devorarlos, los acosa despiadadamente.

Este día internacional se presta a que despertemos nuestra sensibilidad y aflojemos nuestros bolsillos para que los avances científicos nos libren pronto de semejantes atropellos de la vida. Un niño con cáncer debería causarnos la sensación, expresada en el lema de este día, de que también nosotros padecemos ese mismo cáncer. Sería ese un paso decidido que nos obligaría a poner de nuestra parte cuanto podamos para erradicar tan cruel invasión de sus cuerpos y de nuestras vidas.

Desde luego, no deja de ser un alivio ver convertidas en ludotecas las habitaciones de los hospitales en las que yacen niños atrapados por el cáncer. También la presencia de sus familiares, de sus amigos y de obras buenas gentes del mundo deportivo y cultural llena sus días, sean los que sean, de risas y distracciones gozosas.

Desfile solidario con los niños

Los niños son la mayor alegría de una vida que en ellos se nos muestra incontaminada y libre de las adherencias con que los mayores le restamos esplendor. Jesús de Nazaret, el profeta cuya voz vibraba al lanzar diatribas contra la soberbia y la falsedad de los fariseos, los acariciaba con ternura viendo en ellos la obra más hermosa de su Padre celestial. No es de extrañar que sentenciara que el reino de los cielos les pertenece y que nadie entrará en él a menos que se haga como un niño.

Convirtamos hoy nuestras lágrimas, en este día de tanto sentimiento y solidaridad, en agua de riego para que siga pujante la vida, la tan vulnerable de tantos niños, atrapados en las garras de un bicho malo, y también la nuestra, tan apagada porque nos falta el coraje de encauzarla como debiéramos.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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