Desayuna conmigo (domingo, 30.8.20) Fuego ardiente en las entrañas

Hostias santas y pesadas cruces

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La palabra del Señor convierte en fuego ardiente las entrañas del hazmerreír e inyecta fuerza en los huesos del tonto del pueblo hasta el punto de que, en vez de ser despreciarla por él, desborda su lengua y la proclama de forma incontenible. Lo dice Jeremías y el Salmo lo rubrica al asegurar que su carne, cual tierra seca y agostada, tiene ansia de ella. Pablo ahonda y va más lejos al exhortarnos a convertir nuestros cuerpos en “hostias vivas”. ¿Cuántas veces hemos afirmado ya en este blog que, siendo cada uno un grano de trigo y otro de uva, todos formamos parte de la eucaristía, cuya celebración nos transubstancia en comida y nos invita como comensales? Para celebrar como es debido la eucaristía es preciso comer el cuerpo del Señor y de los hermanos y dejarse comer por ellos. Realmente se necesita mucho valor y entrega para convertir en “hostia viva” el propio cuerpo, para hacerse alimento para los demás. Es el fruto de la palabra divina, la que arde en nuestras entrañas y transforma nuestro cuerpo en hostia viva. Aceptar esta originalísima verdad y vivirla a fondo es lo que, a la postre, nos convierte en auténticos seguidores y testigos de Jesús de Nazaret.

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Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy refuerzan esta forma de ver y sentir la fe: “el que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla?”. Cargar con la propia cruz exige transformarse en eucaristía, en dar la vida en el servicio a los demás, en dejarse comer por ellos como pan de vida. Todos los caminos para ser cristiano pasan por la “comunión” con los demás. El camino del mismo Jesús, de total entrega  de su vida a los demás, está ya trazado y ni siquiera la bondad explosiva y espontánea de Pedro puede cambiarlo. También lo está el nuestro, aunque nosotros no lo conozcamos más que en la certeza de que, como cristianos, tenemos que convertirnos en eucaristía, es decir, en la conciencia de que, siendo granos de trigo del pan de vida, seremos triturados, molidos, fermentados y cocidos. La fe es siempre y en toda situación trillo, molino, fermento, horno y, en suma, cruz.

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Podemos escribir densos tratados de teología, sugestivos compendios de vida espiritual e incluso describir con palabras ardientes las más sublimes experiencias místicas, y también podemos frecuentar templos, postrarnos humillados ante los sagrarios y tener el nombre de Dios continuamente en los labios, pero, si no nos negamos a nosotros mismos para convertimos en alimento de los demás, no podemos asegurar que seamos seguidores de Jesús. ¿Por qué entonces rellenamos con estereotipos intelectuales y conductuales el formulario que certifica que somos cristianos? Dejemos planteado o abierto este inquietante interrogante e interioricemos que, para ser cristiano de verdad, lo único necesario es negarse a sí mismo y tomar la cruz de la entrega a los demás siguiendo los pasos de Jesús.

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Este domingo o, mejor, este 30 de agosto nos pone encima de la mesa un angustioso problema social que padecen muchísimas familias, pues hoy se celebra el “día internacional de los desaparecidos”. Tengo un amigo en San Sebastián cuyo padre salió a pasear un día de los últimos años sesenta del siglo pasado sin que la familia haya vuelto a saber nada de él hasta el día de hoy. ¡Es terrible la angustia que acompaña una enigmática desaparición! Además, cuando quien desaparece es un niño pequeño, la familia entera se desquicia y hasta es comprensible que alguno de sus miembros termine con los nervios rotos y con la razón perdida. La presión acumulada y la impotencia abisal hunden en la desesperación y, al no encontrar tubos de escape, terminan explotando.

Las desapariciones forzosas añaden al drama un plus más de rabia e impotencia. Este tipo de desapariciones se producen, según el Alto Comisionado para los derechos humanos de la ONU, cuando "se arreste, detenga o traslade contra su voluntad a las personas, o que estas resulten privadas de su libertad de alguna otra forma por agentes gubernamentales de cualquier sector o nivel, por grupos organizados o por particulares que actúan en nombre del Gobierno o con su apoyo directo o indirecto, su autorización o su asentimiento, y que luego se niegan a revelar la suerte o el paradero de esas personas o a reconocer que están privadas de la libertad, sustrayéndolas así a la protección de la ley."

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La celebración de este día viene haciéndose desde el año 2011. Al establecerlo así, la ONU pretende servir de portavoz al mundo sobre las desapariciones forzadas y plantear estrategias para poder refrenarlas”. Su propósito consiste, por un lado, en rendir homenaje a los millones de personas desaparecidas en el mundo, bien sea por regímenes tiranos, grupos paramilitares u organizaciones terroristas, y, por otro, en que no se pierda de vista a los miles de niños y niñas que son secuestrados para extraer sus órganos, para prostituirlos o para convertirlos en guerrilleros.

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Por otro lado, este 30 de agosto también atrae nuestra atención sobre otro problema que, aunque no resulte tan dramático, no deja de tener su importancia al celebrar hoy el “día mundial del tiburón ballena”. Se estableció así para proteger al pez más grande conocido, pues el tiburón ballena llega a medir hasta veinte metros y a pesar más de treinta toneladas. Se trata de una especie marina algunos de cuyos ejemplares viven más de cien años. Fueron cuarenta los países que promovieron esta celebración en el año 2008, comprometiéndose a hacer todo lo posible para que no se extinga un pez que no se reproduce con facilidad. La celebración se institucionalizó con un propósito abierto al tratar de “concienciar a las personas de todo el mundo sobre el peligro que acarrea la pesca ilegal, la contaminación de los mares, el tráfico de embarcaciones y el turismo no sostenible, en la vida de estos enormes titanes del océano que se encuentran al borde de desaparecer para siempre de nuestro planeta”.

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Convertirse en “hostia viva” es la invitación que este domingo hace a todo cristiano. Se trata de una ardua tarea que sobrepasa las fuerzas incluso de los más fornidos, pero que es fácil para la palabra de Dios que arde en las entrañas y fortifica los huesos. Tomar la cruz a que invita Jesús requiere, por su parte, hacer desaparecer nuestro ego para dejar paso al hombre nuevo, el que se hace pan de vida para sus semejantes. De hecho, el cristiano es el espécimen humano más grande conocido al apropiarse de Dios y el que, debido al predominio absoluto en nuestra forma de vida actual del beneficio que todo lo convierte en mercancía y dinero, corre un serio peligro de desaparición. Que el coronavirus esté poniendo en solfa no solo el dinero, sino también la vida, es una excelente ocasión para reaccionar con la palabra ardiente que sostiene el esqueleto cristiano y fuerza a afrontar ambos retos convirtiéndonos en “pan de vida”.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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