Desayuna conmigo (martes, 26.5.20) Padre, que todos sean uno

Somos uno

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Por rutinario y anodino que pueda parecer un día, lo cierto es que tiene su historia y dejará su huella, y, por blanca que pueda parecernos la pantalla del ordenador cada mañana al comenzar a preparar la mesa de este desayuno, seguro que la voluntad de servir plasmará en ella alguna idea, algún proyecto o alguna emoción que repercuta en la conciencia de otros como conexión al cauce de humanidad que discurre por la vida de todos y cada uno de los seres humanos.

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Esta sensación y hasta el título de es desayuno viene a cuento de que, un día como hoy de 1595, moría el sacerdote católico florentino Felipe Neri, el “apóstol de Roma”, fundador de la Congregación del Oratorio, que fue canonizado pocos años después de su muerte. Su vida se centra, sobre todo en la oración. Él introdujo la costumbre de hacer visitas regulares a siete iglesias de Roma, en las que se hacía acompañar por otros sacerdotes y seglares, e introdujo la devoción de las cuarenta horas delante del Santísimo expuesto. Los miembros de la Congregación del Oratorio eran sacerdotes seculares que vivían en comunidad, pero sin votos, y retenían sus propiedades, pero debían contribuir a los gastos comunes. El instituto tiene como fin la oración, la predicación y la administración de los sacramentos.

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Por otro lado, un día como hoy de 1986, la Unión Europea adoptó la bandera que actualmente se exhibe en los ayuntamientos y en las instituciones públicas de los países que pertenecen a ella. La bandera está formada por 12 estrellas amarillas, dispuestas en círculo sobre fondo azul, que representan los ideales de unidad, solidaridad y armonía entre los pueblos de Europa. El número de estrellas nada tiene que ver con el número de países que la forman. La bandera misma y el círculo formado por las 12 estrellas son símbolos de la unidad de Europa, un proyecto de unión que nació en los años cincuenta por intereses económicos de algunos países europeos y que, poco a poco, se ha construido extensivamente y se sigue construyendo intensivamente. Aún quedan pasos muy importantes que dar en el ámbito político y en el fiscal para alcanzar la unidad que se juzga necesaria para que los europeos seamos como una sola nación o una comunidad humana en todos los ámbitos.

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Dos historias que, puestas así, una tras otra, nos hablan, ni más ni menos, que de oración (Felipe Neri) y de unidad (bandera europea), fundiéndose, para nuestro propósito de hoy, en un solo tema: la oración por la unidad de los cristianos, leitmotiv del pontificado del papa Francisco. Nos referimos a un tema que acaba de recobrar actualidad por el recuerdo que este mismo papa ha hecho de la encíclica de JPII,  “Ut unum sint”, al celebrar su 25 aniversario con la apelación a discernir a fondo la diversidad que tiene cabida en la unidad bien entendida de los cristianos.

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Lo cierto es que, en nuestra reciente historia, el Concilio Vaticano II creó esperanzas y desbrozó espacios para trazar un nuevo camino, si bien el autor de dicha encíclica, seguramente desbordado o asustado por el nuevo rumbo, lo cubrió de escollos infranqueables al exigir que el movimiento ecuménico, emprendido en busca de la unidad escandalosamente perdida de los cristianos, debería considerar la Sagrada Escritura, la más alta autoridad en materia de fe, y la Sagrada Tradición, como indispensables para la interpretación de la Palabra de Dios; la Eucaristía, como el sacramento del  Cuerpo y la Sangre de Cristo, una ofrenda de alabanza al Padre, el sacrificio conmemorativo y la Real Presencia de Cristo y el derramamiento santificante del Espíritu Santo; la ordenación, como sacramento para el triple ministerio del episcopado, presbiterado y diaconado; el Magisterio de la Iglesia, confiado al Papa y a los obispos en comunión con él,  como una responsabilidad y una autoridad ejercida en el nombre de Cristo para enseñar y salvaguardar la fe, y, finalmente, la Virgen María, como Madre de Dios e icono de la Iglesia, la madre espiritual que intercede por los discípulos de Cristo y por toda la humanidad.

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En otras palabras, JPII volvía al ecumenismo católico de los inicios del movimiento: restaurar la unidad cristiana a base de que todos los que se habían ido o separado de la Iglesia católica volvieran a ella para restaurar la unidad tradicional, rota únicamente por ellos. Pero no, el ecumenismo no es eso. La unidad por la que en ese caso se lucharía sería la misma “uniformidad” que fue explosionando a lo largo de la historia de la Iglesia debido a que, al encorsetar la fe, no dejaba espacio a la legítima “diversidad” que se da en todos los órdenes de la vida. Si a esa imposición se añade el tirón de los propios intereses, unas veces políticos y otras, económicos, ya tenemos el lío y el embrollo armado.

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El ecumenismo es un camino novedoso que pretende, ni más ni menos, derribar los muros de la uniformidad “romana” para abrir espacios a la diversidad “humana” y dar rienda suelta al Espíritu Santo para que guíe la iglesia por los mejores caminos del hombre. Para no extendernos, digamos esquemáticamente, que la “unidad” cristiana siempre ha existido porque uno es el mismo Espíritu que guía a todos los creyentes, pero que en el trayecto recorrido ha habido ciertamente “confusión de lenguas”, como en Babel, o de lenguajes jurídicos. En otras palabras: no hay una sola “iglesia institucional”, pero sí hay una sola “Iglesia”, pues la unidad que Jesús pide al Padre es la unidad que hay entre ellos dos y la que, de hecho, viven todos los cristianos tanto cuando lo invocan como cuando se entregan de lleno a su obra de evangelización de los pueblos.

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Nuestro problema, el que decimos que causa escándalo, es que todavía no hemos esbozado la sutil ingeniería institucional que, abriendo espacios a la diversidad e integrándola en el entramado evangelizador, muestre al mundo que los cristianos somos realmente uno y que actuamos al unísono en los proyectos de humanización que se derivan directamente de la fe que profesamos. ¿Por qué a los seres humanos nos cuesta tanto entender los modelos de vida distintos al nuestro y, en vez de resistirnos a ellos o excluirlos, tratamos de incorporarlos en lo posible y enriquecernos con ellos? ¿Acaso porque otros sean distintos de nosotros dejan de ser humanos?

Hace años que vengo repitiendo la misma cosa: que la unidad real de los cristianos se da en el campo de la oración por la unidad, en el ámbito ecuménico en que los cristianos oramos juntos. Las rupturas eclesiales no fueron producto de un calentón doctrinal ni de un determinado evento adverso, sino de un proceso de distanciamiento de comunidades enteras, debido a que no se acertó a encajar los intereses legítimos de cada una de ellas. Es decir, los cristianos comenzaron a caminar en distinta dirección y, al final, resultó que estaban distanciados, desunidos.

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La unidad multiforme de los cristianos será fruto de un largo camino de retorno, que no discurrirá conforme a las exigencias doctrinales y disciplinares de la Iglesia romana, sino a las del Evangelio cristiano. El camino del ecumenismo ya es un camino de unidad, un camino de encauzamiento de la acción salvadora. Así, vamos descubriendo poco a poco la simplicidad de un proyecto maravilloso: orar juntos para actuar unidos. Decir de este papa, como no hace mucho he oído, que es un hereje porque abre sus brazos no solo a “otros cristianos”, sino también a miembros de “otras religiones”, es empecinarse en recorrer “todo el mundo” siguiendo únicamente las viejas “calzadas romanas” en tiempos en que hay aviones y la intercomunicación entre uno y otro extremo del mundo es instantánea.

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Jesús pedía que sean uno “para que el mundo crea”. Si un solo coronavirus, tan débil y vulnerable de suyo, ha sido capaz de aunar en cierto modo a todo el mundo en el proyecto común de salvaguardar la vida humana, el cristianismo tiene por su propia naturaleza la fuerza de un millón de coronavirus para conseguir que los hombres caminen hacia la humanización de sus conductas. En eso es donde se manifiesta la fuerza salvadora del Evangelio cristiano. A fin de cuentas, en el cristianismo hay algo en lo que no cabe división alguna: en su mensaje de salvación, en su único precepto del amor, en que Dios se hace necesitado en cada hombre para que cada uno de nosotros podamos hacer algo por él.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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