Desayuna conmigo (viernes, 17.1.20) ¡Pobre Alemania!

El valor de la vida

Parlamento alemán

Hoy quería haber dedicado estos minutos a una reflexión introductoria sobre la “Semana de la oración por la unidad de los cristianos” que comienza mañana. Pero una noticia, cazada al vuelo, me ha entristecido y encorajinado tanto que esta mañana acapara mi atención. Resumida, viene a decirnos que, ante la tragedia de que en Alemania están muriendo muchos pacientes por falta de órganos a trasplantar, el Parlamento alemán ha intentado aprobar sin éxito una ley para la donación automática de órganos, salvo en los casos de prohibición expresa de los donantes.

Donación de órganos

Ya la sola salvedad contemplada se me clavó como un cuchillo por la sencilla razón de que alberga un desajuste esencial en la forma de entender la vida y acarrea una gran crueldad para la comunidad. Pienso que, antes incluso de dejar vía libre a una actitud tan insolidaria, sería conveniente proceder a la formación de las conciencias con informaciones veraces sobre los trascendentales “pros” de una solidaridad tan aleccionadora como la donación de órganos y sobre sus posibles “contras”, si hubiera alguno. Que el “espíritu de donación” prenda y crezca vigoroso entre los familiares y amigos de los receptores de órganos debería ser argumento sobrado para que nadie, en su sano juicio y en su solidaria conciencia social, se negara de ningún modo a que los órganos de un cadáver, válidos para la vida de otros, sean inhumados o incinerados. Esta verificación social debería animar a la donación incluso a todos aquellos en cuyo círculo social no haya receptores.

Era de suponer que, al menos, esa formación y conciencia la tuvieran los parlamentarios alemanes. Por ello, al oír que habían rechazado la propuesta, me quedé de piedra. Como en nuestra sociedad ya no hay afortunadamente caníbales, no necesitamos comernos los cadáveres de nuestros seres queridos y, desde luego, no los necesitamos para alimentar a los animales carroñeros. Ello quiere decir que las únicas alternativas que se nos ofrecen para deshacernos de unos cuerpos con los que no podemos seguir conviviendo son la de su inhumación o la de su incineración, la pudrición como alimento de gusanos o las cenizas a resultas de su cremación.

Donantes-Receptores

Frente a ambas alternativas, tan dolorosas de suyo para los familiares y amigos, que una parte del cadáver sea “fuente de vida” da derecho a pensar que el ser querido sigue vivo de alguna manera y que su muerte no ha sido en vano. Hay mucho consuelo y satisfacción en esta forma de solidaridad entre seres humanos. Lo digo por experiencia, como saben los lectores de este blog.

La decisión negativa de los parlamentarios alemanes se apoya en el respeto a la libertad de los interesados en donar o no. Pero, ¿de qué libertad hablan?  Por un lado, el muerto ha dejado de ser sujeto de derechos, razón por la ya no le afecta en absoluto lo que se haga con los órganos de su cuerpo, y, por otro, a los familiares se les ofrece como única alternativa lo que ya hemos dicho: o enterrar o quemar, junto con el resto del cuerpo, unos órganos tan preciosos para la vida humana.

Alemania me fascina y admira por muchos motivos, como su perseverancia en la investigación y el poderío con que la hace, su tesón en el trabajo, su productividad y su seriedad, pero lo ahora ocurrido, como tantas otras cosas del pasado, demuestra que es un país endeble y volátil. Por su causa, ella misma y otras muchas naciones han tenido que sufrir una barbaridad. Que miles de alemanes mueran hoy por falta de órganos cuando son cientos de miles los órganos servibles que se entierran o se incineran demuestra el desconcierto a que muchos alemanes, condenados a la desesperación, se ven sometidos por unas clases dirigentes que no saben determinar lo que es mejor para su pueblo. Ante lo ocurrido, uno tiene derecho a preguntarse qué valor dan los alemanes a la vida humana y a escandalizarse por la respuesta.

Donación de órganos en España

De haberse aprobado la propuesta, podría ahondarse un poco en el tema y preguntarse cuál debería ser el criterio a seguir, en cuanto a la recepción de órganos, con quienes se hubieran opuesto a la donación de los órganos de sus seres queridos muertos. Desde luego, me parecería demasiada severidad que se los excluyera de la recepción de órganos en caso de necesitarlos para seguir viviendo, pero, cuando menos, deberían ser los últimos en las listas de espera, lo que sería una suave condena por haber claudicado en una solidaridad tan esencial.

Acudir a razones de carácter místico para justificar las negativas a la donación, como el temor de que cuando llegue la resurrección de la carne uno se encuentre con un cuerpo mutilado, me parecen de una candorosa puerilidad de chiste. Nadie sabe cómo serán los “cuerpos resucitados” que profesa nuestro credo. Mi gran maestro fray Eladio Chávarri cifra todo el “más allá” en una “esperanza radical”, en una radical nueva forma de vida en la que nuestra insaciable imaginación no tiene ficha que mover. Además, con un cierto toque de humor irónico, siempre sería mejor soporte un cuerpo, mutilado por la donación, que otro, roído por gusanos obesos o convertido en cenizas aventadas en el mar.

trasplante

El sentido común en este proceder depende del valor que demos a la vida humana. Si no vale nada, ¡anda y que se mueran todos los enfermos! Es lo que han decidido los parlamentarios alemanes.  Pero, si la vida es el único bien que tenemos, y, además, ella es fuente de amor y de energía para hacer cuantas maravillas sabemos hacer los hombres, hay que salvaguardarla con todo lo que tengamos a mano, incluidos los órganos válidos de nuestros seres queridos muertos.

¡Pobre Alemania! ¡Me das pena! ¡Quién podría sospechar siquiera que los parlamentarios alemanes prefirieran la muerte de sus enfermos a achicar la supuesta libertad de unos vivos que ni siquiera saben lo que es la vida! Además, si entráramos a fondo en la realidad de la libertad, nos llevaríamos la desagradable sorpresa de descubrir que escasea en este mundo más que el agua en el desierto.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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