Desayuna conmigo (miércoles, 3.6.20) Renacer

“Mens sana”

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La idea de “renacer” es recurrente en el cristianismo. Jesús sorprende a un desconcertado Nicodemo que la había entendido en sentido material, como si para conseguirlo uno tuviera que repetir el proceso de gestación en el vientre de su madre. No, nada de eso. Jesús le hablaba del renacer del espíritu, del reino de Dios que se abre paso en nuestros corazones, de la gracia de salvación. De hecho, el bautismo cristiano es valorado como un nuevo renacer y la vida cristiana entera como una nueva vida. La idea es sumamente potable para reavivar cualquier vertiente vital, pues en todas ellas hay una tensión permanente entre valores y contravalores, de tal manera que el trascurso de la vida se cifra en una oscilación entre el hombre viejo y el hombre nuevo que pugnan por dominar nuestros comportamientos.

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Esta introducción viene a cuento de que Italia inicia hoy una nueva vida frente a la muerte del coronavirus al considerar que este se ha debilitado ya de tal manera que ha dejado de ser un peligro sanitario social. Traigo este dato a colación como un espejo invertido para nosotros, los españoles, porque, cuando el virus se cebaba con fuerza allí, nosotros nos creíamos inmunizados o intocables y mirábamos a los “pobrecitos” italianos por encima del hombro. Hoy, ellos nos han demostrado que son más sabios y eficientes que nosotros y que, frente al enorme problema de la recuperación económica que la crisis nos deja como secuela, nos llevan la delantera y nos van a sacar mucha ventaja. Lo celebro de corazón por ellos y lo siento por nosotros, burladores burlados. ¡Ojalá que los españoles fuéramos más comedidos y realistas y, sobre todo, estuviéramos más predispuestos a aprender de quienes pueden enseñarnos algo!

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Y, en hablando de recuperación y de renacer, hay dos o tres datos reseñables en el día de hoy que delimitan caminos seguros para conseguirlo. El primero de ellos es la celebración hoy del “día mundial de la bicicleta”, el medio de transporte individual más humilde, más ecológico y menos costoso, medio que hemos redescubierto a la sombra del coronavirus, pues nos permite desplazarnos por la ciudad casi a la misma velocidad a que podríamos hacerlo yendo en metro, autobús, taxi o coche particular; no gasta más que la energía del propio cuerpo, lo cual nos pone en forma y mejora nuestra salud; no contamina absolutamente nada y, finalmente, ahorra pequeñas cantidades que terminan repercutiendo en el presupuesto familiar. Si a ello añadimos que, cuando los trayectos a recorrer no sean muy largos, nos desplacemos a pie, miel sobre hojuelas, porque seguramente nos pondremos mucho más en forma, nos ahorraremos incluso el pequeño gasto de amortización y mantenimiento de la bicicleta y consumiremos muchos menos fármacos. “Mens sana in corpore sano” es un adagio latino que proclama otro enorme beneficio de tales prácticas saludables, pues la “mente sana” es un factor decisivo para lo que hemos dado en llamar “felicidad”.

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Bastará un dato biográfico, más esclarecedor que mil discursos, para subrayar cuanto precede: Rafael Nadal cumple hoy 34 años, es decir, está en plena madurez uno de los deportistas más ejemplares de España, admirado en el mundo entero por su valor lúdico y, sobre todo, por su gran personalidad humana. No necesitamos recordar aquí los torneos que ha jugado, ni las victorias que ha conseguido, ni los reconocimientos que ha recibido, pues son conocidos de todos. Bástenos recoger una pincelada sobre su dimensión humana, de más valor y mayor calado que lo deportivo, para realzar ese ser nuevo o “renacido” de que hablamos:  en febrero de 2008 presentó la Fundación Rafa Nadal, creada con los objetivos principales de atender a jóvenes con discapacidad intelectual, de lograr la integración social de menores vulnerables y de promover el talento deportivo. Un dato entre muchos otros sobre la dimensión humana de la vida y obra de un hombre consciente de su condición humana.

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El día nos pone todavía encima de la mesa el ejemplo de otro deportista muy destacado en el ámbito del boxeo, pues, un día como hoy de 2016, moríaMuhammad Ali, el Cassius Clay que tanto nos recreaba con su boxeo en los años de nuestra juventud, viendo volar en el ring los puños de un ágil y esbelto atleta. Era un hermoso sueño sentirse tan poderoso como aquel joven que bien podía ser esculpido en mármol por el mejor Miguel Ángel. También él impregnó su vida, en el ámbito del Islam, de contenidos humanitarios que merecieron quizá más admiración que sus apoteósicos triunfos pugilísticos. Recordemos solo algunos de sus hitos humanitarios: en 1998 fue designado mensajero de la paz por parte de las Naciones Unidas, que le reconocieron como “un importante agente humanitario en el mundo en desarrollo”. Él, por su parte, promovió el Muhammad Ali Center, que fomenta los valores cívicos, y el Muhammad Ali Parkinson Center, para el tratamiento del párkinson, enfermedad que él padeció al final de su vida.

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Pero este día nos reserva todavía la mejor perla, el mejor postre, para el final de nuestro desayuno de hoy y que realza la idea del renacer que nos ocupa. Me refiero a que, un día como hoy de 1963, moría el buen papa Juan. Para no sobreabundar en sus extraordinarios méritos como papa, me limito a dar cuenta de lo siguiente: ”ni los cardenales ni el resto de la Iglesia esperaban que el temperamento alegre, la calidez y la generosidad del papa Juan XXIII cautivaran los afectos del mundo de una forma en que su predecesor no pudo. Al igual que Pío XI, pensaba que el diálogo era la mejor forma para dar solución a un conflicto. Enseguida empezó una nueva forma de ejercer el papado: fue el primero desde 1870 que ejerció su ministerio de obispo de Roma visitando personalmente las parroquias de su diócesis. Al cabo de dos meses de haber sido elegido, dio ejemplo de obras de misericordia. Por Navidad, visitó a los niños enfermos de los hospitales Espíritu Santo y Niño Jesús y, al día siguiente, a los prisioneros de la cárcel Regina Coeli”.

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Su gran obra, el Concilio Vaticano II, que él inició y que sigue inconcluso en sus efectos todavía al día de hoy, fue como un aldabonazo o puñetazo del Espíritu Santo en la mesa de la Iglesia para perfilar adecuadamente sus contornos y conseguir que su obra de evangelización llegue también a los hombres de nuestro tiempo. Ha faltado y sigue faltando valor en los dirigentes de esa Iglesia para llevar a buen puerto tan magna empresa, pero el Espíritu es mucho espíritu para respetar nuestros miedos y doblegarse a nuestras desidias o conveniencias, razón por la que se las arregla para tomarse libertades aquí y allá y hasta para provocar "escándalos" para que los pastores de la Iglesia no se duerman y todos los fieles reciban sus gracias en todo momento. "¡Ven Espíritu Santo!".

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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