Mi viaje a Tierra Santa (I) ¡Shalom! ¡Bienvenidos a Israel!

Tierra Santa
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"Viajar a Tierra Santa en representación de Religión Digital era para mí, además de un gran honor, una gran responsabilidad"

"Como el biennacido que siempre pretendo ser, en este viaje debe predominar, naturalmente, el componente judío de mi sangre, reflejado en un sincero sentimiento de agradecimiento a sus organizadores y patrocinadores"

"Había viajado a las profundidades del cristianismo, al enclave geográfico en que aconteció algo único en la historia de la humanidad"

"Es como si, soñando despierto, el mismo Jesús me hubiera dicho: ven a conocer mi pueblo y muévete por los caminos que recorrí para que mi mensaje llegue limpio y lozano a los hombres de tu tiempo"

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Cuando en la madrugada del día 18 me subí, en la estación de autobuses de Mieres, a un autocar de ALSA, las piernas me temblaban y apenas podían sostenerme en pie por la responsabilidad del viaje que emprendía. En Madrid me esperaban cuatro compañeros más, de otros tantos medios de comunicación religiosa, para dirigirnos a Israel en un viaje-peregrinación al que habíamos sido invitados por la Oficina de Turismo de Israel en España.

También hacía lo propio la directora de marketing de dicha oficina, para acompañarnos como apoyo durante todo el periplo. Viajar a Tierra Santa en representación de Religión Digital era para mí, además de un gran honor, una gran responsabilidad. Para un creyente como yo, que ve en todo acontecer una mano providente que cuida incluso los más nimios detalles, la intriga de saber qué se esperaba de mí me obligó no solo a aceptar tamaña responsabilidad, sino también a estar atento a la razón providencial de tan sugestivo y emocionante viaje.

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Cómodamente instalado en el autocar, con el resultado de la PCR recién hecha en Oviedo y la póliza del seguro en la cartera, sobre mis temblorosas piernas pesaban nada menos que los tres tipos de sangre que dicen que los serranos de la Sierra de Francia (Salamanca) llevamos en nuestras venas: la cristiana, la judía y la musulmana. Los serranos, como quizá también otros muchos españoles, somos a nivel genético un milagro étnico de unidad básica, que seguramente nos faculta para situarnos más allá de los problemas derivados del hecho de que, incluso por nimiedades, se encrespen las sangres y se vuelvan intolerantes y belicosas hasta desencadenar enfrentamientos que terminen derramándolas.

Ello debería servirnos, cuando menos, para encontrar el siempre difícil equilibrio de una paz duradera entre los distintos pueblos, de una fraternidad humana fundada en los sólidos y ricos componentes de la envergadura personal de todos y de cada uno de los seres humanos. Como el biennacido que siempre pretendo ser, en este viaje debe predominar, naturalmente, el componente judío de mi sangre, reflejado en un sincero sentimiento de agradecimiento a sus organizadores y patrocinadores. ¡Ojalá resulte fructífero para ambas partes, para los autores y lectores de RD, a los que represento, y para el pueblo de Israel, que tan espléndidamente nos ha acogido durante unos días!

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Iniciado en la madrugada asturiana del día 18, el viaje nos llevó a destino en la madrugada del día siguiente en Tel Aviv debido a un circunstancial percance que nos retuvo varias horas en el aeropuerto de Madrid. La fatiga de la espera en la T4 y la incertidumbre del desenlace pusieron a prueba nuestros nervios, aunque sin hacer mella en la confianza básica en la mano providente que nos guiaba. Ignoro la razón, pero la verdad es que, cuando al emprender cualquier proyecto surgen dificultades imprevistas que es preciso afrontar sobre la marcha, algo me dice que el esfuerzo necesario para hacer frente a la nueva situación presagia que el proyecto emprendido resultará satisfactorio y será realmente fructífero.

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Aterrizamos en Ben-Gurion a la una de la madrugada. Tras el embrollo del paso fronterizo, aunque guiados por buena mano, y una vez hecha la nueva PCR que allí mismo se nos practicó, serían las tres de la madrugada cuando mi baqueteado cuerpo se desplomó sobre la cama en el hotel. El recorrido había ido del amanecer asturiano al amanecer israelí en busca de un sol de brillo inextinguible. La noche cerrada a la hora del aterrizaje no me impidió sentir que, al poner pie en tierra, pisábamos la tierra de Jesús, la fértil tierra prometida como manantial de leche y miel, en la que él mismo, como el buen sembrador que era, esparció la semilla del cristianismo que hoy me sostiene y alimenta.

Había viajado a las profundidades del cristianismo, al enclave geográfico en que aconteció algo único en la historia de la humanidad: el inicio del Reino de Dios, nacido de las entrañas del pueblo judío, guardián de una promesa fiable con la que tanto había bregado. ¡El nuevo Reino del que Jesús es la primicia y contra el que nada podrán las fuerzas de este mundo, de cualquier calibre y cariz que sean!

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Cabe perfectamente insertar este viaje en un “do ut des” (intercambio comercial), cosa que me parece, desde luego, un procedimiento honesto y justo. Por lo que se refiere al “do”, que cae enteramente de la parte israelí, a nadie se le oculta que la atinada gentileza del Ministerio de Turismo de Israel tiene un propósito loable: al invitar a periodistas relacionados con la difusión religiosa, es obvio que Israel pretende abrirse, si no en canal, sí de brazos, para mostrarse tal cual ante aquellos cuya profesión los convierte en altavoces transmisores. Israel ha venido a decirnos algo así como “este o esto soy yo”, un auténtico reservorio de espiritualidad, capaz, incluso en su tribulación particular, de abastecer a cuantos se interesen por ella y por los problemas más cruciales de los hombres, los de saber de dónde vienen, quiénes son y hacia dónde caminan.

Y, dicho sea con agradecimiento, la verdad es que ha llevado espléndidamente a efecto su propósito, de forma elegante y eficiente, sobre todo por la encomiable labor realizada tanto por la gerente de turismo acompañante, doña Mercedes, como por la de la guía a lo largo de todo el recorrido, doña Dalia, tan amables y atentas ambas.

Es de admirar, de forma especial, la amplitud de miras y la profundidad del conocimiento del hecho cristiano de la mencionada guía y, más en particular, la finura y elegancia que significa la programación de las visitas que hicimos al complejo católico “Duc in altum” de Magdala, donde fuimos guiados por la maestría de su vice-director irlandés, legionario de Cristo Rey, padre Eamon Kelly, anfitrión de 18 kilates, sea dicho para darle la máxima nota, y al Centro Saxum en Abu Ghosh, del Opus Dei, donde su directora, la española doña Almudena, derrochó amabilidad, simpatía y unción espiritual al pasearnos, física y visualmente, por toda la historia de Israel.              

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En cuanto a la porción del “des” que me toca, que cae enteramente del lado de los invitados, insisto en que tengo el firme convencimiento de que la invitación israelí, filtrada a través de RD, me llegó como un susurro providencial. Estando tan inmerso en el propósito general de acercar la Iglesia actual al Jesús de los Evangelios, frente al reto de ir incluso más allá de la primera lectura que de su mensaje de salvación hizo el Apóstol Pablo, ese susurro me empuja a conocer in situ el escenario en que tuvo lugar el hecho mismo de la salvación humana para transmitirlo con más profundidad y frescura.

Es como si, soñando despierto, el mismo Jesús me hubiera dicho: ven a conocer mi pueblo y muévete por los caminos que recorrí para que mi mensaje llegue limpio y lozano a los hombres de tu tiempo. La verdad es que, teniendo mil razones para rechazar la invitación a un viaje planeado más bien para jóvenes atletas bien entrenados que para un octogenario achacoso con una pesada mochila a la espalda, no tuve ni la más mínima opción para negarme. Mi primera preocupación ahora, al dedicarle en este blog una miniserie a Tierra Santa, consiste en sacar algo de provecho de todo ello para quienes hacen posible y leen Religión Digital.  

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Por lo demás, planteado en los términos descritos, el viaje no podía ser más que fraternal con los acompañantes de los otros medios de comunicación. A pesar de no conocernos –tal es mi propia perspectiva- y de haber sido aunados por el azar, lo vivido nos ha convertido en una pequeña comunidad de fe y de inquietudes cristianas de la que me honra formar parte. Es mucho lo que ellos y también quienes nos han acompañado me han aportado durante los seis días que duró la cosa y, desde luego, también es mucho lo que me gustaría aportarles a todos ellos a mi vez.  

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Y, finalmente, poniendo ya fin a esta introducción, igualmente es mucho lo que me gustaría poder aportar no solo a la Oficina de turismo de Israel en España, tan pendiente de nuestras vicisitudes, sino también a todo el pueblo de Israel, uno de los pueblos más estigmatizados y vapuleados a lo largo de la historia de la humanidad. Ojalá que este sentir mío, y sin duda también el de todos los miembros del grupo, tan impregnado de espíritu cristiano y tan acoplado durante el viaje al escenario de nuestra redención, contagie a cuantos hoy viven en Israel y allende sus fronteras para que la fraternidad que nosotros hemos sentido también la sientan todos ellos. Sin la menor duda, vivimos tiempos que nos invitan a construir, no a destruir; tiempos de hermandad, no de enemistad.

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