Desayuna conmigo (miércoles, 2.9.20) Tempestades

Pactos y trabajo

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Por cualquier parte de la casa que abramos las ventanas, la panorámica que la vida nos presenta esta mañana está llena de inquietudes y problemas. No aburriré a los seguidores de este sencillo blog con la enumeración de las calamidades que ya padecemos o de las que nos amenazan de inmediato en los ámbitos de la salud, de la economía, del trabajo, de la vida social y hasta de las seguridades que otrora nos ha ofrecido nuestra propia fe cristiana, tan sometida también ella a tantos bandazos. Como diría un optimista irreductible, “hay días mejores”. Afortunadamente, contamos con potencialidades que será preciso explotar con más ahínco y claridad dentro de la tiniebla u oscuridad envolvente, lo mismo en el orden social que en el religioso.

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Un símbolo de todo ello lo encontramos escrito con trazos muy gruesos en la historia que este día nos presenta, cuyo inicio tuvo lugar en el año 1620 con la partida de 1os 102 “peregrinos” que se embarcaron en el puerto británico de Plymouth, en el famoso transatlántico Mayflower, los primeros colonos anglosajones que se establecieron en la costa de Massachusetts tras un viaje muy accidentado. Sabían que emprendían un viaje hacia otro continente y que les esperaba una nueva vida de aventuras arriesgadas. De ahí que vieran en se barco una nueva Arca de Noé, razón por la que se embarcaron en ella con todas sus pertenencias animales y mobiliarias.

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Los viajeros eran una comunidad de cristianos puritanos dispuestos a vivir en el nuevo mundo conforme a sus más exigentes convicciones religiosas. En Inglaterra había gran diferencia entre ellos y los miembros de la recién fundada Iglesia anglicana por Enrique VIII. Los que partieron en ese barco, los de conducta más ascética y rigurosa, no solo tenían una filosofía más radical que las de la recién fundada iglesia, sino también estaban incluso más enfervorizados que los calvinistas. Si el rigor calvinista, aplicado férreamente al trabajo como signo de la gratuita salvación divina, llevó a Europa al nacimiento del más despiadado capitalismo, es fácil entender por qué estos puritanos emigrantes fueron capaces de engendrar una formidable forma de vida, la que está teniendo lugar en el actual imperio económico americano.

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Ciertamente, a los enardecidos creyentes embarcados ese día les esperaba todo un infierno de penalidades y esfuerzos de los que eran conscientes, pero, al afrontarlos con el coraje que lo hicieron, les cupo la gloria de ser los pioneros de una forma de vida que para sí quisieran prácticamente todos los pueblos de la Tierra. Llevamos ya siglos inmersos en un capitalismo brutal que tiene por bandera el lucro a toda costa y que, de hecho, ha enriquecido a importantes minorías y mejorado substancialmente la vida de muchísimos más, pero que ha dejado tras de sí una pléyade de pobres que grita al cielo, penoso y escandaloso lastre que un desarrollo equilibrado podría haber evitado. En estas nos encontramos hoy, curiosamente enfrentados a un insignificante bichito que nos está poniendo en jaque a todos y que incluso oscurece nuestro horizonte vital. Seguro que lo venceremos, pero todavía no sabemos cómo de malparados saldremos de este envite en lo que a la economía global se refiere y en las repercusiones que pueda tener sobre la solidaridad global a que nos obliga nuestra condición de cristianos.

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Quizá como un claro signo de esperanza, hoy se celebra el “día de la industria”, cuyo origen se remonta a la época de los cambios producidos en los diferentes países gracias a la revolución industrial. Sin duda, la humanidad entera dio un gran paso hacia adelante cuando, de una economía basada exclusivamente en la agricultura y en la ganadería, se pasó a otra de desarrollo industrial. La revolución industrial de los siglos XVIII y XIX produjo, además, cambios muy notables en otros ámbitos de la vida, sobre todo en lo relativo a la cultura y a la tecnología. Muchos de los trabajos manuales se convirtieron entonces en mecánicos al ser realizados por máquinas adaptadas a las necesidades de cada fábrica.

Esta revolución se inició en Inglaterra y desde allí se extendió a los demás países europeos. Gracias a ese cambio, en la agricultura, por ejemplo, se produjo una notable mejoría en la cantidad y calidad de la producción de los alimentos, y la industria textil progresó ostensiblemente gracias a las nuevas máquinas manejadas por los artesanos.

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Desde nuestro punto de vista, el cristiano, digamos, cuando menos, que la economía, de cualquier orden que sea, pesa considerablemente. Hacer el bien, siguiendo el ejemplo de Jesús, requiere mejoras en todos los ámbitos de la vida humana. Dar limosna, por ejemplo, requiere disponer de los medios para hacerlo y también vestir al desnudo, dar posada al peregrino y curar a los enfermos. La mayor parte del bien que un cristiano puede hacer a sus semejantes requiere medios. El dinero y cualquier otro bien de carácter económico son, de suyo, dones del cielo. La desgracia y la perversión humana con relación a todos los bienes de este mundo residen en el acaparamiento avaricioso de los mismos; en el comportamiento humano, como si uno fuera a vivir mil años y quisiera tener siempre las alforjas llenas, o en convertirlos en “dioses” ante los que se postra como si a ellos les debiera la vida.

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Sin duda, la vida es un duro viaje, parecido al que emprendieron los puritanos del Mayflower, que requiere temple y disposición de ánimo. ¿Qué nos depara el futuro? Por mal que nos vengan dadas en todo lo relativo a la salud y a la economía, seguro que el nuestro será mucho mejor que el de esos atrevidos pioneros puritanos. Y, si ellos, con su firme voluntad de afrontar cualquier peligro y de trabajar cuanto fuera preciso para salir adelante, fueron capaces de gestar una gran economía y una gran nación, seguro que nosotros, de contar con las mismas armas, haremos lo propio. Hoy nuestros enemigos no son el mar y la pobreza, sino la dulzura anestésica del victimismo y el lamento paralizante ante las desgracias. De tener la fe y el coraje de aquellos hombres, aunque nos toque pasar las de Caín, no solo nos libraremos del coronavirus, sino también aportaremos fuerza a nuestras maltrechas economías. Nuestras claves se llaman solidaridad y esperanza.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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