Desayuna conmigo (jueves, 9.1.20) Vivir a tope

Riesgos, los justos

Lago de Sanabria

Un día como hoy de 1959, reventó la presa de Vega de Tera y se llevó por delante el pueblo de Ribadelago. Ocho millones de metros cúbicos de agua causaron una de las mayores catástrofes de su género: de los 549 habitantes del pueblo, murieron 144. Solo pudieron recuperarse 28 cadáveres, lo que hace suponer que el fondo del Lago de Sanabria, donde se remansaron las aguas del pantano roto, es el cementerio de los 116 restantes.

Presa de Vega de Tera

Este hecho me trae a la memoria que, en el verano de 1962, cuando el recuerdo del terrible drama todavía permanecía muy vivo, estudiantes de teología de San Esteban de Salamanca hicimos una excursión al Lago de Sanabria, leyenda-cuna de la novela “San Miguel, bueno y mártir” de Unamuno. Cuando cinco o seis compañeros se bañaban en la orilla, de repente se envalentonaron y se lanzaron a atravesar el lago a nado, sin previsión ni planificación alguna, en una descarnada aventura. Cada cual contaba solo con su destreza, sus fuerzas y su resistencia. El lago mide aproximadamente tres kilómetros y medio de largo por kilómetro y medio de ancho.

Seducidos por su gesta, dos o tres más, remolones e indecisos, salimos escalonadamente tras ellos al sentirnos envalentonados por los gritos de ánimo con que nos jaleaban los demás compañeros desde la orilla. En mi caso, el nadador que tuve más próximo durante toda la travesía estaría como a unos cien metros. Obligado a nadar gran parte del recorrido al “estilo pecho”, como si fuera una rana, el pequeño oleaje que rompía sobre mi cara me obligaba a un esfuerzo mayor. Lo cierto es que llegué a la otra orilla muy cansado y, por ello, decidí volver al punto de partida bordeando el lago, nadando o caminando por su orilla. Casi todos los demás repitieron la aventura retornando a nado.

En memoria de las víctimas

Fue la nuestra una aventura insensata, alocada, que solo nos permitió presumir un poco y que hoy, cuando la recuerdo, me respiga. ¡Qué gran imprudencia! Juventud y peligro parece que van de la mano. Seguro que ese día un ángel de la guarda nadó al lado de cada uno de nosotros para que nuestra insensatez no convirtiera aquella hermosa excursión en tragedia, como ocurre con tantas otras aventuras descabelladas. Dado que muchos aventureros no tienen a su lado un ángel como nosotros, no es de extrañar que terminen tirando por la borda sus preciosas vidas de forma absurda.

De obrar con sentido común, solo deberíamos afrontar los riesgos que entrañen peligro cierto de muerte para terceros. Debemos reservar nuestro afán de heroísmo para arrancarle una vida a las llamas o para rescatar a un niño de las aguas turbulentas de un río, pongo por caso. Exponerse seriamente a morir por salvar una vida será siempre y en toda circunstancia una acción loable que ennoblece a todo el género humano.

En este contexto, el día de hoy me lleva a pensar, por otro lado, en una profesión aparentemente privilegiada y tranquila, reservada a muy pocos, pero cuyo desempeño entraña muy serios peligros. Me refiero a la profesión de “rey”. A lo largo de la historia, son muchos los reyes que han muerto luchando en campos de batalla, envenenados en sus alcobas o linchados de mil maneras por intrigas palaciegas, llevadas a cabo por quienes apetecen el poder por encima de todo. El poder es tan poderoso que puede incluso matar.

Museo de los conciios de Toledo

Lo dicho viene a cuento de que el 9 de enero, un día como hoy, del año 638, se inició el VI Concilio de Toledo, un concilio que tuvo como eje la cuestión del “rey”. En él se dictaron normas eclesiásticas para reafirmar las decisiones sobre la seguridad del rey y la familia real tomadas dos años antes en un concilio anterior. A tal efecto, se lanzaron anatemas contra quienes atacasen al rey, lo destronasen, usurpasen su posición o reuniesen un grupo de conspiradores para perjudicarle. Se estableció, además, que serían excomulgados, de ser atrapados, los culpables que buscasen refugio en tierra extranjera. Y, finalmente, se aprobó que, en el caso de que un rey fuera asesinado, su sucesor quedaría deshonrado si no castigaba a los culpables del regicidio. En el año 681, el XII Concilio de Toledo, que también se inauguró el día 9 de enero, volvería sobre los mismos temas.

Rey de España

Los parecidos de lo dicho con la actual situación española son claramente casuales y circunstanciales. Para nosotros, los cristianos, a quienes en esta primera parte del s. XXI nos toca vivir en una sociedad tan compleja y trabada de intereses, lo importante es llevar una vida razonable, viviendo y dejando vivir, sin exponerse a riesgos innecesarios. Ya es gran heroísmo, en estos tiempos de tanto hedonismo egoísta, ganarse el pan de cada día con honestidad manteniendo las miras puestas en Dios, es decir, en quienes necesitan nuestro apoyo para seguir de pie. Por lo demás, gritemos, aunque sea para nuestros adentros, “¡viva el rey!”, que difícil lo tiene, y “¡viva España!”, que no lo tiene más fácil.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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