Lo que importa – 72 ¿Un cristianismo socialista?

Solidaridad como piedra angular

1
El dominico Chenu me comentó en 1968, a propósito de un prólogo que escribió para el libro de un amigo sobre el pensamiento de Pablo VI, que en su opinión la mayor desgracia sufrida por la Iglesia católica en el siglo XX fue haberse dejado arrebatar el término “socialismo” por parte de las izquierdas. Y lo cierto es que, bien mirado, pocos logros humanos resultan más sociales en todo su cometido que el cristianismo, que crea una fraternidad universal fundada en el amor y cifra la salvación que Jesús de Nazaret ofrece en signos que acreditan la encomiable misión de aliviar lacras humanas y curar a los más desfavorecidos.  Decidles como testimonio de quien soy yo, aseguró el Nazareno a quienes le preguntaban por su identidad, que “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia” (Mt 11,5). ¿Puede concebirse un programa más social que esa fraternidad universal?

2

Cristianismo y socialismo: la diferencia esencial

La gran diferencia entre cristianismo y socialismo reside en matices determinantes de su propia naturaleza y, sobre todo, en los medios empleados para encarnarse. El socialismo, ideológico y político, se erige como fuerza de dominio que busca imponerse mediante propaganda, coacción, violencia e incluso genocidios. El cristianismo, en cambio, inspirado en la ejemplaridad de Jesús, solo cuenta con la cruz de la vida cotidiana y con la donación de sí mismo. Los auténticos líderes cristianos deben comportarse como eficientes servidores, no como dominadores. Allí donde el socialismo ideológico ha generado pobreza, llanto y opresión, el cristianismo anuncia gratuidad, vida compartida y alegría escatológica.

9

El socialismo sueña con la igualdad, pero solo el cristianismo la ofrece con certeza, pues no se basa en mera propaganda, sino en el mandamiento supremo del amor incondicional
. Todos los hombres son hijos de Dios, iguales en dignidad. Ningún muro ni frontera debe separarlos. Ser de derechas o de izquierdas es, en este sentido, una categoría secundaria y hasta engañosa, pues el nacimiento y la muerte y hasta la misma naturaleza nos igualan a todos. Las diferencias que surgen en el breve tránsito de la vida –riquezas, cargos, honores– son efímeras y circunstanciales frente a una vida que no puede ser más que eterna tal como demandan los genes que la sostienen.

4

El valor del trabajo y la empresa

El socialismo moderno hunde sus raíces en planteamientos como los de Jacques Roux, sacerdote revolucionario de la Francia del XVIII, quien afirmaba que los frutos de la tierra pertenecen a todos. Pero desde la revolución industrial, la difícil articulación entre capital, dirección y trabajo de la empresa ha sembrado conflictos y desgracias por doquier. Millones de seres humanos han sufrido hambre, esclavitud y guerra bajo el dominio de estructuras injustas. Y, en pleno siglo XXI, aún seguimos sin reconocer adecuadamente el papel esencial del trabajador en la empresa.

10

El trabajo no es un simple engranaje sujeto a convenios y salarios mínimos, aunque a veces se vean incrementados con estímulos varios. Es columna vertebral de cualquier proyecto humano colectivo. Capital y dirección han sido siempre generosamente retribuidos; el trabajo, en cambio, rara vez ha recibido un reconocimiento justo. De ahí que se hayan desencadenado tantas huelgas dolorosas y propiciado tantas vidas indignas. Si queremos sociedades armoniosas, es imprescindible integrar el trabajo en la empresa de manera ajustada y digna y lograr que el obrero se sienta protagonista de la comunidad productiva en la medida en que le corresponde.

5

El desafío cristiano

Aquí el cristianismo, lejos de encasillarse en estructuras clericales que han hecho a los laicos dependientes, debería haber sido fértil semilla de justicia. Jesús no vino a cimentar jerarquías, sino a dar también al César lo que es del César mediante la entrega gratuita de una vida de servicio. La explotación del hombre, radicalmente incompatible con el Evangelio, clama contra cualquier pretendida excusa ideológica. El cristianismo proclama (o debe proclamar) que tanto empresarios como trabajadores tienen derechos y deberes tales como establecer salarios justos y programar trabajos honestos, y –más aún– la exigencia de compartir cuanto se tiene o se recibe como regalo, como los bienes y la vida misma.

7

Pero durante demasiado tiempo la Iglesia prefirió “acomodarse” al ritmo del poder, en lugar de afrontar el espinoso problema del reparto justo de la riqueza. No fue que le robaran la palabra “socialismo”, sino que ella misma renunció a encarnar en serio la fraternidad evangélica en lo económico y en lo social, cosa que muchos añoran en nuestro tiempo y solo algunos están dando incluso la vida por lograrlo. Pero los tiempos que corren ya no tienen marcha atrás en la reivindicación de comportamientos que no pueden seguir siendo tan depredadores como los sufridos por muchos seres humanos a lo largo de toda la historia.

8

Una conclusión incómoda

El socialismo ha demostrado ser, con frecuencia, un sistema de principios vacíos que degeneran en campañas de propaganda capciosa. Dicho lo cual, no seré yo quien niegue al socialismo el logro de incrementar la conciencia social en post de una solidaridad, aunque haya sido utópica, en la que, en última instancia, se cimenta incluso la caridad cristiana al elevarla a categoría de divina, pues el amor humano ("amaos como yo os he amado") es escenario e imagen del amor divino. Por ello, al contrario que el socialismo dominante en nuestra reciente historia, el cristianismo solo puede existir a partir de la lógica de una cruz que exige entrega, gratuidad, servicio y fraternidad. Si bien es justo y necesario, ateniéndose a los hechos, denunciar sin ambages el socialismo mentiroso que ha dominado todo el s. XX y sobre  el que todavía muchos pretenden construir el s. XXI, tan alejado en la práctica de sus propios principios, también lo es denunciar a las jerarquías eclesiásticas instaladas en la comodidad, cosa que no es difícil hacer en estos tiempos, cuando se oye un vigoroso clamor popular (parece que el Espíritu Santo no está ni de brazos caídos ni en huelga) por un Evangelio limpio, sin polvo ni paja, que vuelva a poner en el centro de la vida económica y social a todo ser humano en cuanto hijo de Dios.

Volver arriba