"Limitar por una cuestión cronológica, una pérdida incalculable para la Iglesia" La edad de acceso al diaconado: ni tanto, ni tan poco

Diáconos
Diáconos

"Una limitación estructural obstaculiza gravemente el desarrollo el diaconado permanente: la excesiva rigidez en los márgenes de edad establecidos o aplicados en la práctica para acceder al discernimiento vocacional"

"La normativa vigente permite una lectura más abierta y pastoral, pero en la práctica muchas diócesis han acotado de manera excesiva la franja de edad útil, creando una ratio de apenas 25 años, entre los 35 y los 60 años"

"Limitar de forma arbitraria el acceso a estos perfiles por una cuestión cronológica es una pérdida incalculable para la Iglesia"

"Ampliar el margen de edad —tanto por abajo como por arriba— no es una concesión, sino una responsabilidad pastoral. No se trata de 'bajar el listón', sino de abrir las puertas del discernimiento sin miedo"

El diaconado permanente, restaurado por el Concilio Vaticano II, ha ido consolidándose lentamente como una realidad pastoral esencial para nuestros días. Sin embargo, a pesar de los frutos visibles que este ministerio ha aportado a las comunidades eclesiales, existe una limitación estructural que obstaculiza gravemente su desarrollo: la excesiva rigidez en los márgenes de edad establecidos o aplicados en la práctica para acceder al discernimiento vocacional.

La normativa vigente, tanto canónica como episcopal, permite una lectura más abierta y pastoral, pero en la realidad práctica muchas diócesis han acotado de manera excesiva la franja de edad útil, creando una ratio de apenas 25 años —entre los 35 y los 60 años— que resulta claramente insuficiente para responder a la urgente necesidad de diáconos permanentes en nuestras comunidades.

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El Código de Derecho Canónico, en su canon 1031 §2, establece que el candidato casado al diaconado permanente debe haber cumplido al menos 35 años, y que el célibe puede ser admitido desde los 25. Sin embargo, esta edad mínima se refiere al momento de la ordenación, no al inicio del proceso de discernimiento. A pesar de ello, algunas diócesis interpretan de manera restrictiva este canon, utilizando los 35 años como edad mínima de acceso al curso propedéutico, lo cual no se encuentra estipulado en ningún lugar de la normativa eclesial. Esto produce un efecto negativo inmediato: la exclusión innecesaria de muchos varones jóvenes, comprometidos y con vocación clara, que podrían iniciar un proceso formativo prolongado con vistas al ministerio diaconal.

Diaconado
Diaconado

Este margen tan estrecho se vuelve todavía más problemático si consideramos que, en la práctica, es frecuente que los candidatos atraviesen procesos de formación que se extienden durante ocho o incluso diez años. Muchos de ellos, especialmente los que se inician en edades cercanas a los 35 años, están en plena etapa laboral activa, con hijos pequeños y múltiples responsabilidades. Esto ralentiza inevitablemente su progreso, sin que ello constituya una falta de vocación o de compromiso. Es perfectamente razonable pensar que un hombre de 24 o 25 años —siendo aún soltero o en camino al matrimonio— pueda iniciar un proceso de discernimiento sin necesidad de imponer una barrera cronológica artificial. De hecho, en algunas diócesis españolas ya existen precedentes de candidatos ordenados con menos de 35 años, en virtud de la dispensa de un año, lo que demuestra que la flexibilidad es posible y, en muchos casos, pastoralmente necesaria.

Además, hay que recordar que la vocación no surge únicamente a partir de los 35 años. Muchos hombres sienten la vocación al diaconado en sus años de juventud, cuando ya han asumido compromisos importantes en sus parroquias o movimientos eclesiales. Algunas diócesis, en épocas pasadas, supieron acoger este dinamismo. En mi diócesis fue el delegado del diaconado un sacerdote que más tarde llegaría a ser arzobispo de Pamplona, pues este animaba a jóvenes comprometidos, incluso antes del matrimonio, a iniciar un camino de discernimiento, confiando en que el Espíritu Santo acompañaría este proceso. Estos entonces jóvenes hoy los tenemos como diáconos realizando un ministerio fructífero. Naturalmente, era esencial —y lo sigue siendo— un filtro riguroso curso a curso, que garantizase la idoneidad humana, espiritual y psicológica de los candidatos, evitando que personas con desequilibrios, problemas laborales graves o motivaciones desviadas vean en el ministerio diaconal una forma de estabilizar su vida personal o económica. Pero esto no justifica la exclusión inicial basada exclusivamente en la edad.

Por otro lado, la edad máxima también merece una profunda revisión. El Código de Derecho Canónico, que sí establece una edad mínima, no contempla edad máxima, ahora bien, la Conferencia Episcopal Española, en sus Normas Básicas para la Formación de los Diáconos Permanentes en las Diócesis Españolas, aprobadas en abril de 2000, establece que la edad máxima para iniciar el proceso formativo debería situarse "alrededor de los 60 años". Este lenguaje abierto —"alrededor"— deja la puerta entreabierta a una interpretación más pastoral y por ello flexible. En la práctica, muchas diócesis entienden esta cifra como un límite inflexible, cuando en realidad el documento deja margen al discernimiento particular de cada obispo diocesano, quien puede valorar excepciones justificadas por la salud, madurez, experiencia de vida o fortaleza vocacional del candidato.

Aspirantes al diaconado
Aspirantes al diaconado

Y es que hoy, en el contexto social actual, no es raro encontrar personas de más de 65 años que gozan de una plena capacidad física, psicológica y espiritual. Son hombres con una vida entregada a la familia, con una larga trayectoria profesional y comunitaria, con una fe consolidada y una disponibilidad que muchas veces los varones más jóvenes no pueden ofrecer. En muchos casos, están recién jubilados, con el tiempo, la madurez y la libertad necesarias para abrazar un ministerio al servicio del pueblo de Dios. Limitar de forma arbitraria el acceso a estos perfiles por una cuestión cronológica es una pérdida incalculable para la Iglesia.

Ampliar el margen de edad —tanto por abajo como por arriba— no es una concesión, sino una responsabilidad pastoral. Si en lugar de restringirnos a la estrecha franja de 25 años entre los 35 y los 60, considerásemos un espectro más amplio, que fuera desde los 24-25 años hasta los 65-70, estaríamos doblando prácticamente las posibilidades. Es decir, pasaríamos de una radio de apenas 25 años a una de unos 45 o 50 años. Esto no es una fantasía ni una relajación de criterios. Es una decisión coherente con la vida real, con la pluralidad de vocaciones, con la diversidad de ritmos personales, y con la urgencia evangelizadora de nuestros tiempos.

En efecto, el déficit de diáconos en muchas diócesis españolas es alarmante. Se trata de una carencia estructural que compromete la vida pastoral, la atención a los pobres, la animación litúrgica y catequética, la administración de sacramentales y el acompañamiento espiritual en muchas comunidades que ya no cuentan con la presencia regular de un sacerdote. Los diáconos permanentes no vienen a sustituir a los presbíteros, sino a complementarlos en comunión, asumiendo tareas propias que, sin su presencia, quedarían sin cubrir. Cada vocación diaconal que no es acogida ni acompañada por culpa de un criterio cronológico arbitrario es una oportunidad pastoral perdida.

Luisgon
Luisgon

Por todo ello, urge una revisión honesta y valiente de los criterios de edad aplicados al discernimiento vocacional diaconal. La legislación canónica, con su claridad y su flexibilidad (incluso en cuanto a dispensas), ya permite una mayor apertura. La praxis pastoral, sin embargo, sigue anclada en una interpretación restrictiva que no se ajusta ni a los tiempos actuales ni a la necesidad real de las comunidades. Es hora de pasar de la defensa pasiva de un modelo normativo a una promoción activa de las vocaciones, sabiendo que los tiempos del Espíritu no siempre coinciden con nuestras cronologías administrativas.

"Cuántas personas serán beneficiadas, cuántos enfermos consolados, cuántos pobres atendidos, cuántas parroquias sostenidas gracias a estos ministros humildes, obedientes, generosos y profundamente eclesiales"

Cuánto bien podrá hacer un hombre que comienza con 24 años su discernimiento vocacional y es ordenado con 34, tras un proceso profundo, gradual y sólido. Cuánto bien podrá ofrecer un hombre de 66 años, ya jubilado, con una vida entera de experiencia familiar, comunitaria y profesional, si la Iglesia lo acoge y acompaña. Cuántas personas serán beneficiadas, cuántos enfermos consolados, cuántos pobres atendidos, cuántas parroquias sostenidas gracias a estos ministros humildes, obedientes, generosos y profundamente eclesiales.

No se trata de “bajar el listón”, sino de abrir las puertas del discernimiento sin miedo. La formación, el acompañamiento, los filtros adecuados en cada etapa del proceso garantizarán que solo lleguen al ministerio aquellos que realmente han sido llamados y están preparados. Pero que nadie se quede fuera por un prejuicio cronológico. El diaconado necesita nuevas vocaciones. La Iglesia necesita diáconos. Y muchos hombres esperan tan solo una palabra de acogida para comenzar el camino. Que esa palabra llegue cuanto antes. Que el Espíritu nos mueva a abrir horizontes y no a cerrarlos.

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