El diaconado, como una de las tres órdenes del sacramento del Orden (junto con el presbiterado y el episcopado), es una vocación de una entrega profunda, crucial, no algo baladí que, a menudo, no se comprende en toda su plenitud
Un aspecto particularmente poco conocido es la disciplina que impide a los diáconos casados volver a contraer matrimonio si enviudan, y esto es en cierta medida una vinculación con el celibato, ya que una vez ordenado no podrá casarse ni aunque la muerte le separe de su esposa
El diaconado, como una de las tres órdenes del sacramento del Orden (junto con el presbiterado y el episcopado), es una vocación de una entrega profunda, crucial, no algo baladí que, a menudo, no se comprende en toda su plenitud. Si bien muchos reconocen al diácono por su entrega en sus funciones caritativas y litúrgicas, pocos perciben las profundas implicaciones que tiene su ordenación, especialmente en lo relacionado con el celibato y la vida matrimonial.
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Un aspecto particularmente poco conocido es la disciplina que impide a los diáconos casados volver a contraer matrimonio si enviudan, y esto es en cierta medida una vinculación con el celibato, ya que una vez ordenado no podrá casarse ni aunque la muerte le separe de su esposa. El que escribe este artículo da fe de la importancia de ello, pues nació de padre viudo.
Aspirantes a diáconos permanentes
El Celibato en el Contexto del Diaconado
La Iglesia, siguiendo la enseñanza de Jesús sobre renunciar a todas las cosas por el Reino de Dios, valora el celibato como un signo visible de entrega total a Dios. Aunque los diáconos permanentes pueden estar casados al momento de su ordenación, aceptan, como parte de su compromiso, que si enviudan, no podrán volver a casarse y por ello un celibato en el sentido de, al igual que la promesa que formulan los candidatos solteros, no poder casarse tras la ordenación. Este vínculo con el celibato, aunque no absoluto, refleja la dimensión espiritual de su vocación como ministros ordenados.
Para algunos, esta disciplina puede parecer una extensión innecesaria del celibato sacerdotal. Sin embargo, subraya una verdad más profunda: el sacramento del Orden imprime un carácter indeleble en el alma del diácono, configurándolo para siempre al servicio de Cristo y de la Iglesia. Este compromiso incluye sacrificar ciertos aspectos de la vida personal en favor de la misión ministerial.
Joaquín con Rosina y sus hijas
Una Promesa Subestimada
Lamentablemente, muchos aspirantes al diaconado no contemplan plenamente las implicaciones de esta promesa. El caso del Dr. Gerard Weigel, de Kentucky un diácono que enviudó tras más de 50 años de estar casado y luego contrajo un nuevo matrimonio, sin la debida dispensa, pone de manifiesto la complejidad de esta disciplina, que llevó a que su obispo le secularizase y le impidiese acudir a su parroquia. Weigel afirmó que durante su formación no se enfatizó suficientemente esta restricción, y como muchos hombres casados, no consideró la posibilidad de enviudar. Su experiencia, aunque profundamente humana, ilustra la tensión entre el deseo natural de compañía y las exigencias espirituales del ministerio ordenado.
La Iglesia permite dispensas en circunstancias excepcionales, como cuando un diácono tiene hijos pequeños o responsabilidades de cuidado significativas. Sin embargo, estas dispensas son raras y no están pensadas para situaciones donde el nuevo matrimonio se busca simplemente por compañía.
La Conexión entre Celibato y Ministerio Ordenado
La disciplina de no volver a casarse está intrínsecamente ligada a la naturaleza del ministerio ordenado. La esposa de un diácono desempeña un papel vital en su vocación, apoyándolo en sus responsabilidades pastorales y comprendiendo las exigencias del servicio a la Iglesia. Permitir un segundo matrimonio podría complicar esta dinámica y diluir el testimonio del celibato como signo del Reino de Dios.
Además, en un contexto ecuménico, la disciplina de la Iglesia latina busca armonizar con las tradiciones orientales, que también prohíben que los clérigos viudos vuelvan a casarse. Este enfoque subraya la universalidad y coherencia del compromiso de los ministros ordenados.
En las letanías las esposas junto a sus maridos postrados
Una Vocación que Trasciende el Tiempo
El testimonio del Dr. Weigel y de otros diáconos que han enfrentado esta difícil situación resalta la importancia de una formación sólida que prepare a los candidatos al diaconado para todos los aspectos de su vocación. Ser diácono no es simplemente una función, sino una identidad que trasciende la vida matrimonial y personal. El compromiso de no volver a casarse es una expresión concreta de esa entrega total a Cristo y a su Iglesia.
Aunque la disciplina puede parecer dura a los ojos de algunos, es un recordatorio del llamado radical al que somos invitados como cristianos: vivir para Dios en todas las circunstancias. Para los diáconos casados, este sacrificio es una forma de manifestar su amor y fidelidad al ministerio recibido, incluso cuando enfrentan la pérdida y el dolor.
Reflexión Final
El diaconado es un ministerio sagrado que requiere un profundo sentido de entrega y sacrificio. La disciplina de no volver a casarse, aunque desafiante, está arraigada en una visión teológica que eleva la vocación del diácono como servidor de Cristo y de la Iglesia. Al contemplar historias como la del Dr. Weigel, es esencial recordar que las promesas hechas en la ordenación no son meros formalismos, sino compromisos vitales que reflejan la grandeza de la vocación cristiana.
Como Iglesia, debemos apoyar y formar a nuestros diáconos en este camino de santidad, asegurándonos de que comprendan plenamente las implicaciones de su entrega. Solo así podrán vivir con alegría y fidelidad la llamada que Dios les ha confiado.