Hoy es Domingo de Pascua de Resurreción, plenitud de vida para todos y para toda la Creación

Jesús Resucita para todos y para toda la creación, a fin de que todos y todo tengamos vida y vida en abundancia y para siempre.

Jesús resucitado ya no pertenece a la historia humana con sus limitaciones, sufrimientos, impotencias, frustraciones. La resurrección trasciende esta vida, inicia otra existencia que es de plenitud, que colma todos los anhelos que nos podamos imaginar y mucho más.

La resurrección se sitúa más allá de la historia, no pertenece a este mundo. Es metahistórica. A Jesús nadie de este mundo pudo verle resucitar, porque la resurrección pertenece a otra dimensión más allá de esta vida. Esto no es comprobable por los sentidos ni por la razón, sino solo aceptable por la fe en Jesús mismo, que sin forzar para nada nuestra libertad, nos dio motivos más que suficientes por sus hechos y sus palabras, para creer en El. Lo más que alcanzamos a comprender es que responde a nuestros anhelos más profundos de vivir para siempre y en plenitud, y no de morir para quedar muertos. JESÚS SE ESFORZÓ UNA Y OTRA VEZ EN CONVENCER A LOS DISCÍPULOS DE QUE ESTABA VIVO DE NUEVO, DE QUE NO HABÍA MUERTO PARA QUEDAR MUERTO. Ellos nos transmitieron su experiencia de la resurrección de Jesús para que la sintamos como propia, pues nosotros tampoco queremos morir para quedar muertos.

Los evangelistas cuentan de muchas maneras la experiencia de haber tratado con Jesús después de haber resucitado, pero todos coinciden en afirmar lo mismo: JESÚS HA RESUCITADO. Fueron muy honestos en sus narraciones, pues a pesar del absoluto machismo imperante, recogen las apariciones a María Magdalena y a otras mujeres como las primeras que hizo Jesús, e incluso recogen cómo les manda a ellas ir a anunciar a los Apóstoles que ha resucitado, y en concreto se lo pide a María Magdalena: ante esto, ¿cómo es posible que la Iglesia no dé los pasos necesarios para reconocer a las mujeres la misma dignidad, igualdad y funciones que a los hombres para que puedan ser sacerdotes, obispos, y Papas? Mientras la Iglesia no tome esta decisión nunca podrá ser la verdadera Iglesia de Jesucristo. A partir del hecho de la resurrección de Jesús, todos los apóstoles y discípulos empiezan a llamarle Señor. Y estaban tan convencidos de ello que dieron su vida por esta causa. La resurrección de Jesús fue lo primero que empezaron a enseñar y a atestiguar, porque se dieron cuenta de que era el hecho cumbre y más importante de su vida, para El y para nosotros. A lo largo de toda la historia de la humanidad que conocemos, Jesús de Nazaret ha sido quien ha dado la respuesta más completa a las dimensiones y aspiraciones más profundas del ser humano, tanto en su dimensión inmanente o sea, la vida en este mundo, como trascendente, o sea, más allá de las fronteras y límites de esta vida. Jesús nos enseñó que la vida es una sola, pero que tiene dos orillas: una de este lado de la vida, y otra al otro lado de la vida, y lo que llamamos morir es sencillamente pasar de esta orilla a la otra orilla. Resucitar, pues, no es dar la vuelta y volver para esta orilla, como el caso de Lázaro: es entrar para siempre en una nueva dimensión de vida en plenitud y felicidad para siempre, “donde ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre es capaz de imaginar lo que Dios tiene preparado para nosotros”, a decir de San Pablo, que tanto se esforzó en destacar la Resurrección de Jesucristo, así como la nuestra unida a la de El.

El mismo sentido común pide que sea así, pues si no fuera así, ¿quién compensaría a tantos seres humanos y tantos seres vivos, que son víctimas de una muerte injusta y prematura por el hambre, la sed, las guerras, las dictaduras, la violencia, las torturas, la injusticia o la propia contingencia de la vida, como le pasó al propio Jesús? Nosotros ya nada podemos hacer para repararles un daño tan grande. Por eso, MORIR PARA QUEDAR MUERTOS ES INADMISIBLE, ABSURDO  E INSOPORTABLE. LA ASPIRACIÓN DE TODO SER VIVO ES VIVIR PARA SIEMPRE Y FELIZ: la respuesta a esta aspiración es Jesús resucitado, y no solo para los seres humanos, sino también para toda la creación. Sin duda tiene que haber y va a haber plenitud para todos y para todo.

A la luz de la resurrección, todo lo que injustamente mata, destruye, hace sufrir, daña, perjudica, es indigno; y ya solo es digno aquello que potencia y facilita la vida, la felicidad, la alegría, la igualdad, la justicia, la esperanza, la fraternidad, el amor, el perdón, la lealtad para todos y para todo. Luchar por estos grandes valores, que Jesucristo practicó y enseñó, ya anticipa un poco la resurrección porque nos hace más felices ya en este mundo, y al mismo tiempo nos hace también más dignos y confiados de poseerla un día en su plenitud, en compañía de toda la humanidad y toda la creación. Para esto vino Jesús a este mundo, por lo que merece toda nuestra gratitud y todo nuestro amor, que El quiere que depositemos en los demás, especialmente los empobrecidos y necesitados, pues para eso El se hace presente en los hambrientos, sedientos, enfermos, emigrantes, desnudos y encarcelados. Justo por esto es por lo que nos va a preguntar al final de nuestros días. Cada vez que hacemos algo bueno a una persona o a cualquier otro ser de la creación, estamos haciéndonos cada vez más dignos de la plenitud de la vida para siempre en la resurrección. Jesús nos pidió que tengamos opción preferencial por los más empobrecidos y necesitados de este mundo, pues El así lo hizo, porque lo necesitan más. Después de 20 siglos de cristianismo, aun los tenemos por todas partes: qué hemos hecho, y qué hacemos ahora. Hoy los tenemos sobre todo en África, América del Sur, la India y Bangladés.

Un cordial abrazo a tod@s.-Faustino

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