Adviento: tiempo de reavivar nuestra esperanza

Adviento: tiempo de reavivar nuestra esperanza
Adviento: tiempo de reavivar nuestra esperanza

Comenzamos el tiempo de adviento, tiempo de reavivar la esperanza porque en un Niño frágil, pequeño, pobre, nos llega la salvación de nuestro Dios. Así lo anuncia el ángel a los pastores: “no teman porque les anuncio una gran alegría que será para todo el pueblo: ha nacido hoy, en la ciudad de David, el Salvador que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: hallarán al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre” (Lc 2, 10-12). Ya sabemos que los pastores creen en el anuncio del ángel y se dirigen a Belén para encontrar al Niño.

Adviento nos invita, llevados por la esperanza inquebrantable en nuestro Dios, a salir de los negativismos, escepticismos, incredulidades y decepciones, y encontrar el Niño del pesebre, la vida que Él nos trae, las transformaciones que su presencia produce.

El Niño Jesús nos trae la esperanza de la paz. Nos invita a seguir apostando por ella. A pesar de las guerras declaradas que hay en nuestro mundo, de la violencia de tantos grupos armados y de la delincuencia organizada, el Niño del pesebre nos fortalece para no renunciar a buscar el diálogo y encontrar una salida a tanta violencia y muerte. Sabemos que todo diálogo entre partes opuestas corre el riesgo de dilatarse, de traicionarse, de no cumplir las condiciones. Sin embargo, ¿hay otras salidas que respeten la vida -incluso de los enemigos- como lo propone el evangelio? ¿si no somos los cristianos los que apostamos por la paz -ya que seguimos al ‘príncipe de la paz’ (Is 9,5)- de quiénes otros hemos de esperarlo? A veces,algunos que ni se dicen creyentes creen más en la posibilidad de dialogar y lograr consensos que los que alardean de su fe. La paz no es una falacia. Es una tarea que tenemos entre manos porque sabemos que la esperanza no muere.

El Niño Jesús nos trae la esperanza de la justicia. Nuestros países siguen con esa deuda histórica de justicia con todas las personas por el solo hecho de ser persona. A nadie se le debería negar su derecho a la vivienda, a la salud, a la educación, a la alimentación y, a tantas otras necesidades básicas, de las que no gozan inmensas mayorías. No es fácil construir políticas sociales que acaben con la injusticia. Nos vemos abocados a idas y vueltas en los gobiernos de turno, muchos desaciertos y algunos aciertos, pero también el enfrentamiento real entre los que no quieren renunciar a sus privilegios y no aceptan ningún cambio que podría favorecer a muchos. A nivel de los cristianos la falta de dimensión política de la fe, es inmensa. Países tradicionalmente católicos sostienen injusticias estructurales inmensas. ¿Cómo entender esa contradicción? Muchas veces resulta imposible de entender. No parece que el bien común fuera el horizonte de los creyentes sino el individualismo, la acumulación y el propio bienestar. Pero el Niño del pesebre confronta nuestra inconsciencia social. Desde ese lugar de los últimos, alimenta la esperanza en un mundo donde nadie pase necesidad, donde todos tengan un solo corazón y una sola alma (Hc 2, 43-47).

El Niño Jesús nos trae la esperanza de recuperar la armonía con la creación, el redescubrirla como casa común, lugar de comunión y alabanza al Creador; comprometiéndonos con afrontar el cambio climático para que no siga causando los actuales deterioros. La encíclica Laudato si (2015) y la exhortación Laudato Deum (2023) del Papa Francisco son documentos que han traído toma de conciencia al interior de la Iglesia de la responsabilidad ecológica inherente a nuestra fe. A veces sentimos que ya es demasiado tarde para frenar esa irresponsable carrera de explotación de la creación, sin embargo, el Niño del pesebre aviva la esperanza de una conversión ecológica que no admite más aplazamientos.

El Niño Jesús nos trae la esperanza de una iglesia sinodal, misionera, en salida, que incluye a todos y se compromete con los últimos de cada tiempo, buscando transformar las situaciones que los afectan. No en vano se lleva trabajando dos años en el sínodo de la sinodalidad, apoyado por una porción de Iglesia y rechazado por otra porción, no pequeña. Pero estos esfuerzos no se pierden porque el sínodo ha dado la oportunidad de escuchar, proponer, pensar, reflexionar, discernir. Confiamos que la esperanza en una Iglesia capaz de caminar al ritmo de los tiempos no quede defraudada.

Y ¿qué otras actitudes de esperanza son necesarias alimentar, proponer, desarrollar, impulsar? Cada persona tendrá sus preocupaciones más acuciantes que sería muy importante explicitar en este tiempo de adviento. Lo que es seguro es la presencia de nuestro Dios, ese Dios Niño, acompañando nuestras esperanzas más hondas y asegurándonos que no quedarán defraudadas.

Entremos, pues en este tiempo de adviento, con la confianza inquebrantable de que el Niño viene para quedarse entre nosotros y con su presencia todo lo que anhela nuestro corazón se verá realmente colmado. No nos referimos a la actitud mágica de creer que todo se transformara por intervenciones directas de nuestro Dios. Por el contrario, se refiere a tomarnos en serio la encarnación del Hijo de Dios quien en su vida histórica hizo presente la bondad de Dios en medio de su pueblo y hoy cuenta con nuestra vida para seguir manifestándola. ¡Ven Señor Jesús! (Ap 22, 20)

 (Foto tomada de: https://www.diocesispalencia.org/index.php/el-obispo/cartas-y-articulos/1267-adviento-y-caminos-de-esperanza)

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