La Palabra de Dios "está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca para que la pongas en práctica" (Dt 30,14)

La Palabra de Dios "está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca para que la pongas en práctica" (Dt 30,14)
La Palabra de Dios "está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca para que la pongas en práctica" (Dt 30,14)

El año pasado el Papa Francisco estableció el “Domingo de la Palabra de Dios” y pidió que se celebrara el Tercer domingo del Tiempo Ordinario, es decir, acabamos de celebrarlo, el pasado 26 de enero. En realidad, no sé qué resonancia tuvo en las eucaristías de ese domingo y si se le dio la importancia que el Papa pedía en el “Motu Proprio Aperuit illis” (Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras Lc 24,45). Muchas cosas que se instituyen de “arriba hacia abajo” no logran enraizarse en el pueblo de Dios. Así, por ejemplo, la “Jornada mundial por los pobres” que también el Papa propuso desde 2017 para el XXXIII domingo del Tiempo Ordinario, desde mi punto de vista, ha venido celebrándose sin demasiada trascendencia.

Sin embargo, aunque se constate la dificultad de que las iniciativas se acojan plenamente, es bueno impulsar su arraigo en la medida que se pueda. Por eso quiero insistir en la importancia de la Palabra de Dios para la vida cristiana. Algunos dirán que estamos en la era de la imagen y por eso es más difícil disponerse a leer la Sagrada Escritura. Pero, por otra parte, leer sigue siendo una actividad indispensable y, a nivel de formación humana, hay toda una literatura de autoayuda, motivación e incluso, exorcismo y esoterismo, que se sigue vendiendo (e incluso ocupa muchos estantes de librerías católicas -situación que a veces he cuestionado porque algunos autores, personalmente, no los promocionaría desde estas librerías que pretenden evangelizar).

Con este propósito el Papa en el Motu Proprio con el que instituyó el domingo de la Palabra, insiste en las homilías, llamando a los sacerdotes a que la preparen para que no se alarguen “desmedidamente con homilías pedantes o temas extraños”; por el contrario, que “ayuden a profundizar en la Palabra de Dios con un lenguaje sencillo y adecuado para el que escucha (…) mostrando también la belleza de las imágenes que el Señor utiliza para estimular a la práctica del bien” (n.5). Bastante ha insistido el Papa en la homilía -en este texto y en otras ocasiones-, pero me temo que muchos sacerdotes no se dan por aludidos. Muchas homilías siguen siendo un discurso moralizante e incluso un discurso político, a veces apoyando a gobiernos de derecha (por eso de que ellos van en contra del aborto); pero, en definitiva, la mayoría de las veces, sin mucha referencia a las lecturas correspondientes a la celebración eucarística.

La Sagrada Escritura es Palabra de Dios, por tanto, es nuestra primera fuente de referencia para conocer al Señor y comprender su deseo sobre la humanidad. Como lo señala el Papa Francisco, Vaticano II en la Constitución Dei Verbum buscó recuperar esa centralidad de la Palabra y lo importante que es tenerla como referente principal en la tarea teológica (n.2). Además, “expresa un valor ecuménico porque la Sagrada Escritura indica a los que se ponen en actitud de escucha el camino a seguir para llegar a una auténtica y sólida unidad” (n.3).

Por supuesto esta Palabra de Dios ha de interpretarse correctamente para no hacerle decir lo que no dice o caer en esa actitud fundamentalista de que la Biblia dice esto o aquello. En este último punto, no se entiende como aquellos que abogan por tomar al pie de la letra la sagrada escritura, no caen en cuenta de la multitud de pasajes que no podemos aplicarlos así porque nos llevarían a unos absurdos como el de arrancarse un ojo o cortase una mano (Mt 5, 27-30) o no permitir la transfusión de sangre (Lv 17,14, Hc 15,24).  

El texto de Emaús (Lc 24, 13-25) es muy claro para entender esa relación intrínseca entre la Palabra, el sacramento y la vida. Los discípulos vuelven tristes después de los acontecimientos vividos en Jerusalén y el forastero que camina a su lado les va explicando las escrituras. Al llegar a la aldea, ellos le invitan a quedarse y en el gesto del partir el pan, los discípulos lo reconocen. Jesús desaparece y es cuando ellos se preguntan: ¿No sentíamos arder nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras? Inmediatamente vuelven a Jerusalén con la certeza profunda de la resurrección del Señor. En efecto, “antes de convertirse en texto escrito, la Palabra de Dios se transmitió oralmente y se mantuvo viva por la fe de un pueblo que la reconocía como su historia y su principio de identidad en medio de muchos otros pueblos. Por consiguiente, la fe bíblica se basa en la Palabra viva, no en un libro” (n.11).

Y, tal vez, algo fundamental “todo texto sagrado tiene una función profética: no se refiere al futuro sino al presente de aquellos que se nutren de esta Palabra (…) quien se alimenta de la Palabra de Dios todos los días se convierte, como Jesús, en contemporáneo de las personas que encuentra” (n.12).

Volver a la Palabra, leerla, estudiarla, meditarla, dejarnos interpelar por ella, hacerla vida en nuestra vida, todo esto que el apóstol Pablo le recomienda a Timoteo (2 Tim 3, 15-17) es una tarea que bien vale la pena realizar e invitar a que otros la realicen. La Palabra de Dios es viva y eficaz (Hb 4, 12), es como la lluvia que empapa y fecunda la tierra (Is 55,10), es la manera como Dios ha querido hablar en lenguaje humano para que le entendamos y arda nuestro corazón al sentir su presencia en todo lo que existe.

El “domingo de la Palabra de Dios” es poco para recuperar y darle el valor que tiene la Sagrada Escritura. Pero ese domingo puede ser referente para iluminar toda la vida, en el día a día, con el horizonte salvador de amor compasivo y misericordioso, que nos trae la Sagrada Escritura, invitándonos a hacer de este mundo un lugar de justicia y paz para todos y todas.

(Foto tomada de: https://pixabay.com/es/photos/biblia-palabra-de-dios-creo-1262600/)

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