Santa Teresa de Jesús: mujer, mística y profeta

Desde hace un año se está celebrando el V Centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús (1515), conmemoración que finalizará el próximo 15 de Octubre. En diferentes partes del mundo, se han llevado a cabo diversos eventos para mostrar su inigualable aporte a la experiencia de fe de los creyentes. Reconocida como “maestra de oración”, Teresa nos enseña que la oración no consiste en repetir palabras sino en “tratar de amistad, muchas veces a solas, con quien sabemos nos ama”. Es decir, la oración es diálogo, encuentro, amistad con el Señor. Es percibir cómo el Espíritu trabaja en el propio corazón, experiencia que permite, conocimiento propio y salir de sí para anunciar lo que se vive.
En su libro “Las moradas” compara a la persona con un castillo con muchas moradas, a las cuales se va entrando por la oración. Esa experiencia va revelando la grandeza de Dios, la pequeñez humana y la fuerza de transformación que tiene la vida de oración en las personas.
En el “Libro de la vida” utiliza la imagen de regar el huerto para hablar de la oración, correspondiendo cada modo de regarlo, a lo que llama grados de oración. En el primero, la persona ha de sacar el agua del pozo con baldes. En el segundo, el trabajo es un poco más leve porque se usan poleas para sacar el agua. El tercer grado, consiste en que pasa un río por el huerto, facilitando totalmente el trabajo. Y, en el cuarto grado, el agua cae del cielo, sin ningún trabajo por parte de la persona, correspondiendo a la gracia divina que transforma al ser humano y le permite unirse al Señor. Toda esta experiencia se vive como don y por eso en ninguna de estas comparaciones, Teresa concibe la oración como una técnica que se consigue por las propias fuerzas o se practica siguiendo unos pasos. La oración es gracias divina y la persona solo puede disponerse.
Santa Teresa también nos muestra la grandeza de una mujer capaz de reformar la orden carmelita, fundando 17 conventos, dos de ellos de varones, desafiando todas las contradicciones que experimentó en su tiempo frente a semejante empresa, sin sentirse en ningún momento protagonista de lo que hacía, sino responsable de la obra que Dios le encomendaba.
Su ser mujer le hizo mucho más difícil su camino porque los confesores dudaban que una mujer pudiera tener esa claridad de vida interior y mucho menos que pudiera enseñarla a otros. Tanto la hicieron sufrir con sus sospechas y censuras que ella escribe en su obra “Camino de Perfección”: “¿no basta, Señor, que nos tiene el mundo acorraladas e incapaces para que no hagamos cosa que valga nada por vos en público ni osemos hablar algunas verdades que lloramos en secreto, sino que no habéis de oír petición tan justa?. No lo creo yo, Señor, de vuestra bondad y justicia que sois justo juez, y no como los jueces del mundo, que como son hijos de Adán y, en fin, todos varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa”. Lógicamente esa frase fue censurada y es sólo ahora que se ha recuperado, gracias a que el paso del tiempo hizo que se cayera la tinta con que el censor la había corregido y se descubrió el original, escrito por la santa.
Esa frase revela esa actitud de santa rebeldía que la mantuvo con una conciencia crítica frente a lo que parecía “normal” en su tiempo y buscó cambios que propiciaran mayor libertad, en ese caso, para las mujeres.
Por esa profundidad de su vida –por eso mística-, por esa valentía –por eso profeta- fue declarada primera “doctora de la Iglesia” en 1970 (junto a Santa Catalina de Siena). Vale la pena anotar que a pesar de haber sido reconocido su legado mucho antes, no había podido recibir ese título, una vez más, por “ser mujer” (el representante del papa Pío XI en 1923 dio las razones por las que no le concedían el título que en ese momento ya merecía: “Obstat sexus (el sexo lo impide)”. Pero la santidad abre caminos y hoy podemos enriquecer nuestra vida con este legado que celebramos.
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