¿No será posible diseñar otro modelo económico?

¿No será posible diseñar otro modelo económico?
¿No será posible diseñar otro modelo económico?

El ejemplo de los indígenas del Ecuador ha sido muy impresionante. Algunos dirán que la protesta solo trae violencia y que así no se hacen las cosas. Sin embargo, creo que, hasta el día de hoy, muy pocas cosas se han conseguido “por las buenas”. Casi siempre se necesita mucha decisión y coraje, mucha resistencia y persistencia para conseguir aquello que es justo. Los indígenas ecuatorianos consiguieron derogar el decreto de quitar el subsidio a la gasolina. Veremos si el diálogo que seguirán teniendo con el presidente, consigue una alternativa viable que, en verdad, promueva la justicia y no aumente la pobreza.

Pero Ecuador es solo un caso de los muchos que existen, al menos en América Latina. Argentina lleva cuatro años de implementación de medidas económicas neoliberales, de préstamos millonarios por parte del FMI, de favorecimiento a los grandes capitales y el resultado de todo esto ha sido el aumento de la pobreza en un porcentaje exagerado: 35,4% según un informe de la Universidad Católica de Argentina. Las próximas elecciones parece que mostrarán el rechazo a este modelo, pero no faltan sectores de la sociedad que siguen empeñados en continuarlo, con aquello de que es la única manera de hacer crecer la economía.

Colombia no se queda atrás. El ministro de hacienda no hace sino proponer una y otra vez medidas de ese mismo corte neoliberal. Vende la idea de que bajando impuestos a los ricos se crearan más puestos de trabajo, se atraerán las inversiones extranjeras, etc., y, lo que es peor, muchos compran esa idea y la apoyan, la mayoría de las veces bajos los slogans “mentirosos” de que no hacerlo es dejar entrar al populismo, al chavismo, al comunismo, etc.

Ahora bien, lo que desconcierta más, es que entre los que apoyan tales medidas hay buen número de cristianos, de comunidades religiosas, de sacerdotes, de obispos. El caso que sucedió hace poco de una “supuesta monja” que vino a defender al expresidente Uribe el día que lo llamaron a indagatoria, no está muy lejos de la realidad de muchas personas de fe que fueron (y siguen siendo) bien uribistas, bien guerreristas (no apoyaron para nada los esfuerzos por la paz), bien capitalistas porque reniegan de cualquier beneficio social que se les de a los pobres, considerando que todos son unos perezosos, atenidos, vagos, etc.

Ante esto y tantas otras situaciones que podríamos describir, sería bueno meditar a fondo las palabras del Papa Francisco en la Evangelii Gaudium: “Así como el mandamiento de “no matar” pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir “no a una economía de la exclusión y la inequidad”. Esa economía mata (…). Hoy todo entra en el juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida (…). En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del “derrame” que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la liberad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera” (53-54).

Qué tal si los cristianos nos convenciéramos de esto y proclamáramos “a tiempo y a destiempo” que en la vida no todo es economía y menos obtener “más y más” ganancia. Que la vida sobria y austera permite la solidaridad y podría superar la pobreza. Que tal que nos arriesgáramos a “evangelizar” con la propuesta del reino, donde a nadie se le excluye, sino que se estrecha la mesa para que todos quepan. Mucho podríamos hacer los cristianos si descolonizáramos nuestra mente del sistema neoliberal y nos empeñáramos en diseñar otro modelo económico posible que favorezca en verdad la vida y no nos haga cómplices de una “economía que mata” por mucho que no la vendan como la única opción posible que nos queda. Grande tarea tenemos entre manos. ¿Seremos capaces de responder desde el evangelio a estos desafíos presentes? Que el ejemplo de los indígenas ecuatorianos -que no sé si lo hacen por la fe, pero seguro lo hacen por la propia humanidad, por su conciencia de pueblo, por sus legítimos derechos- nos interpele y nos saque de una vez por todas de esa “globalización de la indiferencia”.

 Foto tomada de: https://www.eluniverso.com/2014/09/17/fotogaleria/3969206/jornada-protestas-ecuador#slideshow-3

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