Diario senti-mental 15

Gracias y Premios y antipremios

GRACIAS

La felicidad es saludable para el cuerpo:
pero la pena desarrolla las fuerzas del espíritu
(Marcel Proust).

Doy gracias al cielo
y gracias a la tierra
al cielo por su luz
y a la tierra por su sombra.
Doy gracias al reino mineral
por su solidez
y al reino vegetal por su savia
y blandura.
Al reino animal agradezco
su sensitividad
y al humano su sensibilidad
cuando la ejerce.

Agradezco a Dios su amor
y al diablo su libertad
al bien por su bondad
y al mal por su crítica feroz.
Doy gracias a la materia sólida
y al aire insólido
al humus terrestre
y al fuego celeste.
Doy gracias al amor y el dolor
al amor por su inspiración
y al dolor por su espiración
y expiración.

Agradezco a la vida
y agradezco a la muerte
a la vida por su inmanencia
y a la muerte por su trascendencia.
Gracias a la familia
y gracias a los amigos
a aquella por su presencia
y a estos por su compresencia.
Agradecido al amor que nos religa
y al desamor que nos desliga
al bien que nos salva
y al mal que nos condena críticamente.

Gracias al frío que me encoge
y al calor que me expande
al templo que me acoge
y al temblor que me despìerta.
Gracias agriculces por vivir
y desvivir la vida
pero me callo ante este mundo
inmundo.
Gracias por el cuerpo el alma
y el espíritu alado
y gracias por el sentido íntimo
resguardado del ruido exterior.
Gracias por la gracia en la desgracia
y por la desgracia en medio de la gracia
que nos conduce al descanso eterno
del trasmundo.

(Que no hay bien sin mal
ni hay Dios sin diablo
no hay héroe sin dragón
ni vida sin muerte.
Lo malo parece ser
el precio de lo bueno
como lo negativo es
el revés del positivo.
Anverso y reverso
sí y no configuran el verso
o versión del versus: el si-no
resulta nuestro sino o destino).
Gracias: ¿gracias?

PREMIOS Y ANTIPREMIOS

El éxito consiste en
asumir el fracaso (AOO).

Agradezco la nominación del premio Euskadi 2020 de literatura, aunque finalmente se lo hayan concedido a un literato político, que no en vano yo soy un filósofo antropológico. Felicito al galardonado por su premio, que yo no podría haber recogido por mi enfermedad personal y la enfermedad colectiva de la pandemia. Además me hubiera llegado tarde, soy tan viejo que ya no lo necesito.

Por otra parte he sido un maqueto o extraño en todas partes, y específicamente en el País Vasco, aunque mi madre sea vasco-navarra, haya pasado media vida en la Universidad de Deusto estudiando el matriarcalismo vasco y tenga el folclórico Rh negativo. Pero yo soy un maqueto o extraño no maquetado oficialmente, sino de acuerdo a mi propia maqueta personal e intrasferible.

Me he pasado la vida a la búsqueda del sentido existencial del hombre en el mundo a través del largo túnel del sinsentido mundano, una búsqueda que encuentra el sentido más en ella misma que en su resultado. Tras muchos rodeos culturales, he llegado a la obvia conclusión de que el sentido de nuestra existencia radica en el amor, definido como la sutura surreal de nuestra fisura mortal. Un amor humano que proyecta una Fratria del sentido interhumano, como la describe el Papa francisco en su reciente encíclica sobre la fraternidad como amistad social.

El hombre es pues cómplice del hombre, porque todos estamos implicados humanamente en este mundo, como lo muestra dramáticamente la propia pandemia. El mismo pontífice argentino, que es un anciano conservador en lo moral pero crítico en lo social, acaba de sacudir a su propia Iglesia anquilosada con su apoyo a la unión civil de los homosexuales, por su derecho a formar su propia familia y ser hijos de Dios, cumpliéndose así felizmente el viejo dicho de que Dios los cría y ellos se juntan. Dicho con todo respeto, pues quiénes somos nosotros para juzgarlos, sobre todo después de los escándalos de pederastia.

Pienso pues que el Papa Bergoglio es el auténtico merecedor de premio tras lo dicho. Más vale decirlo tarde que nunca, como el discurso de la conversión tardía de Pablo Casado al centro político en nuestro país. Ahora bien, junto a los premios habría que otorgar los antipremios. Un antipremio cabría dárselo en la propia Iglesia a los obispos extremeños por extremoduros, al protestar por dar la comunión en la mano y no en la boca en plena pandemia pandemónica, como si Jesús no hubiera repartido el pan con sus manos en las manos de sus discípulos.

Mientras tanto, yo quedo libre y liberado de premios, pues ningún premio me apremia, pero espero poder librarme también de antipremios. Nada me debéis y nada os debo: gracias por dejarme en paz.

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