Coherencia evangélica, Corpus Christi, olvido, fe y obras Vivimos una memoria selectiva del olvido

Alzheimer y sentido espiritual
Alzheimer y sentido espiritual

Érase una vez tres ancianos que discutían quien de ellos tenía buena memoria

Comparto con todos vosotros la homilía que hizo el Padre Crisanto Ebang SJ. en la Misa del Corpus. Crisanto, al que entrevisté en otra ocasión aquí en Religión Digital (https://www.religiondigital.org/hacer_realidad_lo_posible-_jesus_lozano_pino/BUENA-COMPANIA-Entrevista-Crisanto-Abenso_7_2612208761.html), es compañero de Pastoral y de mil batallas en el colegio San José de Málaga en el que ha estado acompañándonos durante ocho años.  

Crisanto

Este cuento está elaborado a través de un chiste que escuché hace ya tiempo, me hizo mucha gracia y lo adapté a mis homilías (P. Crisanto):

... Érase una vez tres ancianos que discutían quien de ellos tenía una buena memoria. El primero dice: Ayer me quedé parado al final de las escaleras… y no podía recordar si acababa de subir… o si estaba a punto de bajarlas. El segundo respondió: ¡Eso no es nada! Esta mañana me senté al borde de la cama y no sabía si acababa de despertarme… o si me estaba preparando para dormir. Y el tercero, con una sonrisa, se burla de los otros dos: ¡Mi memoria está tan bien como siempre! Golpea dos veces la mesa con los nudillos mientras hablaba con sus amigos… y de repente, se queda mirando al techo con cara de susto y pregunta a sus amigos:¿¡Quién está tocando la puerta!?

Nos reímos del cuento, de esta historia porque, en el fondo, nos vemos reflejados en ella. Pero estamos viviendo una pérdida de memoria colectiva, una amnesia grupal. Todos en algún momento hemos perdido el hilo de lo que hacemos o decimos. La memoria es frágil. Pero no solo cuando envejecemos, sino también a lo largo de nuestras vidas. En realidad, olvidamos mucho… y rápido lo importante, lo esencial. Se nos escapa entre las prisas, las notificaciones del móvil, las preocupaciones del día a día. Y sin darnos cuenta, vivimos en compartimentos estancos: el trabajo, por un lado, la familia por otro, la fe y las obras por otro y olvidamos de integrar todas las cosas.

Y así vamos viviendo con una memoria selectiva del olvido. Olvidamos promesas, olvidamos personas, olvidamos quiénes somos… Y sí: también olvidamos a Jesús.

Olvidamos que estuvo con nosotros ayer, que camina hoy a nuestro lado, y que nos espera mañana. Se nos escapa su presencia como el agua entre los dedos. Escuchamos el Evangelio y al salir de misa, ya no recordamos de qué iba. Comulgamos… pero muchas veces como quien pasa por una cola y recibe un trozo de pan sin saber lo que realmente está tomando. Y no es por maldad. Es por la pérdida de la memoria. Por olvido. Porque nuestro corazón se llena de muchas cosas… y a veces no queda espacio para lo esencial. Jesús, sabiendo esto, nos dice: “Haced esto en memoria mía.” No para que lo recordemos con nostalgia, como quien hojea un álbum de fotos viejo del pasado, sino para que su vida siga viva en la nuestra. Para que cada vez que partimos el pan, algo se parta dentro de nosotros mismos.

Celebramos la Eucaristía y después seguimos igual. Sin mirar al que sufre, sin compartir lo que tenemos, sin dejarnos tocar por lo que pasa a nuestro alrededor. Vivimos la misa como un momento aislado, como si la fe fuera una isla en medio de la semana. Y sin embargo, la Eucaristía no es solo para “recordar” a Jesús… es para aprender a vivir como Él, con Él. Para que su entrega nos transforme, para que su pan nos impulse a compartir el nuestro con los demás. Para que no nos acostumbremos nunca a olvidar el hambre del otro, ni a la soledad del que está al lado. Para que miremos el mundo como lo mira Dios: con compasión, con ternura, con justicia, sobre todo con memoria.

Porque quien come del Cuerpo de Cristo no puede vivir con el corazón cerrado olvidando a los que viven a su alrededor. No puede decir “Amén” y después pasar de largo ante el hermano herido. No puede pedir “el pan nuestro de cada día” sin preguntarse si todos tienen realmente pan sobre la mesa.

La Eucaristía nos recuerda que Jesús no se ha olvidado de nosotros. Que sigue aquí. Que se parte y se reparte. Que su amor no se acaba. Que su entrega sigue viva. Que su cuerpo somos nosotros. Y que su memoria, cuando se guarda en el corazón, no se borra nunca. Tal vez hoy sería bueno preguntarnos: ¿De qué me acuerdo cuando salgo de misa?¿A quién llevo en el corazón cuando comulgo? ¿Vivo como quien recuerda… o como quien ha olvidado?

Ojalá que, como esos ancianos del cuento, podamos reírnos de nuestras pequeñas confusiones. Pero que nunca, nunca lleguemos a olvidar quién golpea nuestra puerta, quién nos alimenta con su pan, y quién sigue amándonos hasta el extremo. Sobre todo, No olvidemos a Jesús: no vivamos como si lo hubiéramos olvidado.

Arrodillarse ante el pobre

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