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EL ÚNICO VALOR ABSOLUTO ES DIOS. TODO LO DEMÁS ES RELATIVO

Todo el lenguaje y el pensamiento humano son como un gran castillo, construido por

niños con los naipes de las barajas de cartas. ¿Cómo se sostiene durante siglos ese

castillo de naipes?

Soy consciente de que la expresión que acabo de emplear tiene un valor relativo, como puede comprobar cada lector en las objeciones que le habrán brotado al leerla.

Esta expresión está elaborada con conceptos y palabras que son relativos. Relativos al lenguaje, que se formó con a las pequeñas vivencias experimentadas a lo largo de siglos y en determinados espacios geográficos. ¿Qué significa el término “Di os”? ¿Qué

significan los términos absoluto y relativo?

El castillo o, mejor esos castillos, son la expresión de unas experiencias. Unos castillos caen, otros se modifican o se va sustituyendo con piezas más estables. Lo que permanece son las experiencias que trataron de expresar esos naipes.

¿Son absolutas esas experiencias? Desde luego cualquier expresión de esas experiencias será relativa; pero las experiencias en sí creo que, de alguna manera, son absolutas. Quizás son experiencias humanas de Dios.

Veamos dos casos concretos. Todos (en términos muy relativos) hemos experimentado en

algún momento el amor desinteresado, el darse para hacer feliz a otro. Creo que son

contactos tangenciales con el Absoluto (Panikkar).

Mi conciencia siente que la explotación sexual de niños/as es un mal; y es ciertamente

peor que la renuncia a un privilegio para satisfacer el hambre y el abandono de un

desvalido.

Cuando oía decir que sin una experiencia de Dios no hay verdadero cristianismo, me

preguntaba a mí mismo si alguna vez había tenido una experiencia de Dios. Pues sí, las

experiencias éticas, estéticas, la admiración por la complejidad y la armonía del universo,

la exactitud de las matemáticas… son contactos tangenciales con el Absoluto.

Los autores del antiguo Testamento expresan esta misma idea con símbolos. El libro del

Éxodo nos cuenta que Dios dijo a Moisés “podrás ver mi espalda, pero no mi rostro” (Ex

33,18-23). El profeta Elías simbolizó a Dios en una suave brisa (1 Reyes 19,11-13).

Ezequiel expresó su visión de Dios, de “la propia gloria de Dios”, con una barroca

escenografía, que se inicia con un viento huracanado, seres de aspecto humano con

cuatro rostros, ruidos estruendosos, un carro de fuego, un arco iris… “esto es lo que

parecía el brillo que lo rodeaba: la propia gloria del Señor. Al verlo caí rostro en tierra y oí

que alguien hablaba” (Ezequiel 1, 4-28).

En el Nuevo Testamento, Juan reconoce que “A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos

amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros; y el amor de Dios está consumado

en nosotros” (1 Jn 4,12; Jn 1,18). Jesús dijo que Dios se revela a los sencillos (Lc 10,21); porque los sencillos aman sin enredarse en las explicaciones, que siempre son relativas.

Y el amor, en mayor o menor grado, es una experiencia de Dios, que es lo único absoluto.

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