Bautizo de despropósitos.

Y una diatriba previa contra aquellos que a diario pretenden denostarme. 

Es bien sencillo, señores que aquí acudís y que a diario os zaherís y que lanzáis diatribas tomando alguna frase suelta que, o no entendéis o sacáis del contexto general: la urticaria se cura no refrotando las ortigas verbales contra vuestro depurado pensamiento, sino retornando a vuestra caverna crédula, que está echando de menos vuestra acendrada capacidad apologética para usarla en mejores y más elevados fines. No os amarguéis con los tragos venenosos que voluntariamente sumís. Dejadlo. Yo seguiré sin vosotros.

 Os daría la razón si alguna razón aportarais, pero lo único que alegáis son argumentos “ad hominem”, que os supongo sabedores del valor que tienen. Si yo he dicho de mí lo que a diario recordáis, es porque me importa un pimiento que lo utilicéis como os peta. Yo estoy orgulloso de mi breve paso entre cenobitas. Aquí, como en cualquier debate, lo que importa es el QUÉ, no el QUIÉN. Pero vosotros seguís sin entender, queriendo asesinar al mensajero, como hizo aquel infante de Lara con el enviado de Berenguela.

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Asistí a principios de mes a un bautizo en el que tuve la oportunidad de vivir de cerca el rito y escuchar con claridad lo que allí se decía por el hecho de acompañar, solemnizar dirían, con música y cantos el evento festivo. Por oficio y beneficio he asistido a otros muchos, pero tanto rito como fórmulas entraban en la cuenta del inventario, sin aquiescencia alguna por mi parte. En éste, por cercanía también familiar, tuve interés en discernir de qué iba la cosa.

Lógicamente no se puede hacer “historia” de la fábula o mito del Paraíso Terrenal, con el resultado conocido del pecado original, porque ya se sabe que todo el complejo relato de lo que allí sucedió iba dirigido a prevenir a los judíos de los ritos de la fertilidad que practicaban religiones coetáneas. Pero sí quiero aportar aquí la explicación que en los años cincuenta ofrecían ciertas publicaciones pías. Se da por supuesto que Adán y Eva fueron tan reales como los padres del que esto parió:

Nosotros no somos responsables del pecado original porque no es pecado personal nuestro: pero en virtud de la ley de solidaridad de Adán con toda la Humanidad, por ser su cabezafísico-jurídica, "nos priva" de los bienes que Dios había concedido en un principio a Adán para que los comunicara a sus descendientes y que nosotros hubiéramos heredado si él no hubiera pecado.

De un plumazo, y buen plumazo desde luego, el que tal párrafo escribió echó a las tinieblas a Darwin y a los fervorosos del Museo de la Evolución de Burgos, donde se muestra lo más significativo de Atapuerca.

El pretexto del bautismo, si se quiere así decir, es doble: lavar al niño del pecado original y admitirle en la asamblea de los bautizados. Para el primer fin, se realiza el exorcismo para librar al niño del poder de Satanás. Huido el Demonio gracias también a las plegarias a María y a todos los santos, se derrama agua en su cabeza y se recitan las palabras mágicas “Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Y el niño ya está limpio de “eso”.

No, realmente no, los asistentes no caen en la cuenta del seísmo benéfico que se ha obrado en el bebé, están más pendientes de la reacción del infante, del paño carísimo de cristianar –qué bonito--, de sostener la vela, del traje que lleva la madrina, un tanto escotada en este tiempo de calor...

El del bautismo es el más sorprendente despropósito con que la Iglesia hace entrar en el redil de la fe a sus descuidados prosélitos, un despropósito digno de los más primerizos desatinos irracionales de la credulidad. Y no  por la celebración ritual de admitirlo en la grey del Señor, en la Iglesia, sino por los presupuestos que fundamentan: pecado original.  

El bautismo es la primera profesión de fe del novísimo retoño del árbol de la Iglesia; dicen que el neófito "cree" porque los padres y padrinos dicen sí a esa creencia. A partir de ahí, el niño se hace cómplice a la fuerza de la obligación que adquieren los padres y padrinos de informar al niño de la doctrina que obligatoriamente tiene que aprender...

Obligaciones delegadas, como fue delegado el pecado de Adán. Reos del pasado y esclavos del futuro, así es la vida del creyente. El niño comete, nada más nacer, una serie de actos "inclasificados" hasta ahora: es pecador sin haber pecado; se bautiza sin bautizarse; se le perdona un pecado por delegación; le conceden una fe que él no ha solicitado; se compromete a adoctrinarse sin tomar responsabilidades personales; se incorpora a la Iglesia sin haber pagado la cuota de inscripción...

Realmente todo lo que sucede en la ceremonia es de un contenido y una trascendencia formidables. Los asistentes debieran vivirlo con temor y temblor, con júbilo indescriptible, debieran llorar de gozo (la abuela ya lo hace) etc. etc. ¡Y sin embargo nadie hace caso! Los primitos correteando, riendo, asomándose...; todos pendientes de si el bebé llora con el agua o no; las fotos; el vídeo; los trajes de fiesta; el banquete; los abuelos; el canto que alarga la ceremonia; la prisa del sacerdote...

De nuevo: ¿creen que alguien repara en lo que pasa en el Bautismo? Y en caso de prestar atención, ¿alguien cree que sea real todo lo que se dice? Menuda fumarola de credulidad.

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