CUESTIONES QUODLIBETALES: VIOLENCIA MACHISTA /b


La mula y la mujer a palos se han de vencer (refrán castellano)
Los genes sostienen la cultura (E. O. Wilson)

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Diversos filósofos y científicos naturales o sociales, se preguntaron si la agresividad humana en sus distintas formas, tiene causas naturales o culturales.

Para Thomas Hobbes el ser humano en estado de naturaleza (haciendo abstracción hipotética de la sociedad) sería tan agresivo como un lobo (homo homini lupus = el humano es un lobo para el humano). Etólogos como Konrad Lorenz o Desmond Morris en su popular obra El mono desnudo, afirmaron que los humanos son agresivos por naturaleza. En cambio, para J. J. Rousseau, los humanos por naturaleza son buenos como “corderos” (mito del buen salvaje) y es la sociedad la que los hace agresivos.


Pero, con respecto a las relaciones de género, la pregunta es por qué el varón a través de la historia y en las diversas culturas aparece como más agresivo y más violento con las mujeres. Parece evidente que las guerras las hicieron siempre ejércitos de hombres y la mujer guerrera, amazona, es solo un mito romántico. Claro que las guerras se deben a motivos políticos y económicos, aunque Freud apelara al instinto de muerte.

¿La agresividad masculina se debe a causas biológicas propias de su sexo (hormonas, genes, instinto, genitales, cerebro, etc.) o a causas sociales debidas al aprendizaje de roles y estereotipos de género?

Las respuestas a este complejo problema están claramente enfrentadas, entre las teorías que optan por causas biológicas y las que acuden a causas sociales y culturales. Analicemos los dos tipos antitéticos de explicación.

En los años setenta del s. XX el sociólogo americano Steven Goldberg recurre a las hormonas masculinas para explicar que el patriarcado (hegemonía del poder varonil) “no es solamente universal, sino que es inevitable por razones biológicas”.

El determinismo hormonal, derivado de la testosterona, explicaría la mayor agresividad del varón:
“las diferencias biológicas entre el hombre y la mujer hace inevitable que todas las sociedades sean patriarcados, que la conducta del varón sea siempre más agresiva que la mujer… que el hombre sea dominante y la mujer la educadora en las relaciones de pareja y familiares” (cfr. Goldberg, S.: La inevitabilidad del patriarcado, pp. 224-225). “La tesis que yo sostengo es que lo hormonal hace inevitable lo social” (Ibidem, p. 83)


En una línea semejante, la Sociobiología de E. O. Wilson y sus discípulos defiende un nuevo darwinismo social, que funda en los genes la institución del patriarcado:
“el resultante conflicto de intereses entre los sexos es una propiedad no solo de los seres humanos, sino de la mayoría de las especies animales. Los machos son característicamente agresivos, en especial de cara a los otros y con más intensidad durante el período de apareamiento. En la mayoría de las especies la dominación es la estrategia masculina que da mejor resultado… un macho puede fertilizar muchas hembras, pero una hembra solo puede ser fertilizada por un macho… Les conviene a los machos ser agresivos, atrevidos, veleidosos e indiscriminantes. En teoría es más ventajoso para las hembras ser tímidas, resistirse hasta que puedan identificar a los machos con los mejores genes… Los seres humanos obedecen fielmente a este principio biológico” (Wilson, E. O.: Sobre la naturaleza humana, p. 179).


Por su parte el etólogo David Barash busca incluso posibles causas biológicas a la violación:
“tal vez los violadores humanos, a su propia manera de extravío delictivo, están haciendo lo mejor que pueden para elevar al máximo su aptitud… muchos humanos están estimulados por la idea de la violación. Esto no los convierte en violadores, pero les da algo común con los patos silvestres” (Cf. Barash, D.: El comportamiento animal del hombre, pp. 77-78).


Para este autor, “la diferencia biológica entre hombres y mujeres es absolutamente crucial para comprender los argumentos de la sociobiología sobre las diferencias de comportamiento entre ellos. La selección natural dicta que los individuos se comporten de forma que eleven al máximo su aptitud” (Ibidem, p. 68).

Tanto la sociobiología como la etología (estudio del comportamiento animal) recurren a la hipótesis del “hombre cazador” para explicar el origen de la evolución cultural.

La caza primitiva en grupo de grandes mamíferos requería la fuerza y agresividad del varón, mientras las mujeres estaban en desventaja debido a los embarazos y a su menor fuerza. Ello favorecería en los varones genes ligados a una mayor agresividad y en la mujer genes ligados a la crianza. De este modo y de acuerdo con esta hipótesis especulativa la división social y sexual del trabajo se fijó genéticamente.

Ello explicaría por evolución y selección natural el dominio universal del patriarcado. Los varones serían, pues, por naturaleza, dominantes, agresivos, promiscuos, infieles y polígamos. Parodiando a Hobbes, el hombre vendría a ser, por razones genéticas, un “lobo” no solo para el otro hombre, sino también para la mujer (homo mulieri, lupus est).
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