CUESTIONES QUODLIBETALES: VIOLENCIA MACHISTA/a

El varón hasta ahora usó su pene más para violentar que para dar placer, más para hacer la guerra que para hacer el amor (Álvaro García Meseguer).
Macho: tu violencia es tu impotencia (pintada callejera).

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La expresión “violencia de género” tiene un sentido más amplio que “violencia machista”. Ésta segunda implica que el machismo genera y es causa de la violencia, ejercida mayoritariamente por los hombres sobre las mujeres.

Esa violencia adopta formas tan variadas como las que adopta el machismo, unas veces con carácter fuerte, de forma muy visible y con mucha intensidad, y otras de forma débil, más invisible o de baja intensidad. Ya he señalado que los estudios de género a nivel científico no suelen hablar de machismo, término de uso popular y de los medios, sino más bien de sexismo o de patriarcalismo.

Hay violencia que emana directamente de las instituciones y de los diversos sistemas de poder, político, económico o ideológico, propios de la organización patriarcal de las sociedades y culturas. Y hay otra violencia que se ejerce más a nivel de convivencia personal o de pareja, desde el acoso y abuso sexual al maltrato físico o psíquico, llegando al asesinato.

Miles de mujeres duermen cada noche, sin sospecharlo, con sus futuros asesinos. Las muertes violentas a manos de sus parejas, sobre todo cuando las mujeres quieren separarse y dicen “no” o “ya basta”, proceden de la concepción androcéntrica del varón, que se siente superior y considera a la mujer propiedad suya (“la maté porque era mía”).

Las formas violentas contra la sexualidad femenina son muy variadas: desde la prostitución para el servicio sexual del varón (el denominado “oficio más viejo del mundo”) y trata de blancas, a la pornografía que reduce la mujer a mero objeto de consumo sexual, a las violaciones individuales o colectivas, especialmente en las guerras, acoso sexual y abusos etc.

La mutilación genital de la mujeres está muy extendida en países del África islámica e incluso en países europeos se practica de forma clandestina la ablación del clítoris, costumbre ancestral anterior al Islam, para controlar la castidad y fidelidad femenina, siendo las mujeres mayores las que transmiten tal atávica y bárbara costumbre.

Los prejuicios sobre el honor masculino y la honra femenina aparecen en diversas culturas. Así, la costumbre china de estrujar y deformar los pies femeninos (“loto dorado”) era símbolo de buena conducta, pero contraria a la biología.

En algunos países, como Pakistán, rige el código del honor masculino, que se identifica con la honra femenina (virginidad, castidad y fidelidad). La mancha del honor por infidelidad e incluso por violación se limpia con la muerte de la mujer.

El evangelio de Juan relata el episodio de la mujer adúltera, a la que Jesús libera de la lapidación. En el siglo de oro español, por ejemplo en el teatro de Calderón, aparece el tema de lavar el honor debido a la infidelidad femenina (mujer deshonrada). Por ello, se ha dicho que el honor del hombre residía entre las piernas de la mujer.

En tiempos medievales los maridos ausentes por un tiempo imponían un férreo cinturón de castidad a sus esposas. En Bangladesh los varones despechados tienen la costumbre de arrojar ácido sulfúrico a la cara de la mujer. El propio Corán permite al marido pegar a su mujer, aunque el imán de Fuengirola decía que debía hacerse con suavidad.

En los años 90 el régimen teocrático de los talibanes, fanatizados por la lectura del Corán y el manejo de armas de fuego, impuso con su misoginia (= odio a la mujer) un régimen de terror a las mujeres, con el burka, la reclusión doméstica, la privación de la educación y el absoluto control moral desde el Ministerio de la virtud, como relata la película “Osama”.

La imposición del velo islámico refleja igualmente la sumisión de la mujer a los dictados de los varones, lo que choca con el valor del derecho democrático a la libertad de la mujer.

El Islam identificó a la mujer con el pecado, la tentación y el vicio (algo semejante sucedió en la tradición judeo-cristiana a partir del mito de Eva). La virtud era cosa de hombres, de acuerdo con la etimología de la palabra, del latín (vir = varón). Las costumbres atávicas a las que denominamos machistas o sexistas son muy difíciles de erradicar, incluso en aquellos países donde las leyes proclaman la igualdad y persiguen tales costumbres.

El antropólogo Marvin Harris (cfr. Vacas, cerdos, guerras y brujas) señala el sexismo de los yanomani en relación con el tabú de la menstruación:

“como sucede en las tradiciones judeo-cristianas, los yanomani justifican el machismo con el mito de sus orígenes… Como sucede en otras culturas dominadas por el varón, los yanomani creen que la sangre menstrual es mala y peligrosa. Cuando una chica tiene su primera menstruación, la encierran en una jaula de bambú construida expresamente para esto y la obligan a pasar sin alimentos… Las mujeres son tomadas como víctimas desde la infancia. Cuando el hermano de la chica le pega, ésta es castigada si le devuelve los golpes. Sin embargo los niños pequeños nunca son castigados por pegar a alguien”


Ante el análisis fenomenológico de tanta y tan variada violencia, cabe preguntarse: ¿la llamada violencia machista es innata o aprendida? ¿el varón agresivo nace o se hace? He aquí una antigua cuestión muy disputada.
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