Celibato: obligación o elección.

Sí, se habla mucho. Y ya desde hace muchos años. Y todavía sigue ahí el asunto. ¿Tiene solución el dilema opción-obligación?

En este tema del celibato, siempre presente y nunca resuelto, podemos considerar dos aspectos:
Uno, la exaltación que la Iglesia ha hecho del celibato, abaratando, como en rebajas espirituales, la dignidad del matrimonio. Y es curioso, a la vez que imperdonable, que lo haga  con argumentos “divinos”, por el hecho de que su fundamento es revelado (quizá las palabras de un neurótico, Pablo de Tarso).

Otro, la ley del celibato obligatorio para los clérigos con las deplorables consecuencias para quien consciente y responsablemente opta por el matrimonio.

Matrimonio... Podríamos buscar un término mejor, "esponsales", "fusión", "conjunción",  "ligazón" por aquello de que fusiona el eros y el ágape,entendiendo por  Eros, los cuerpos y por Ágape, la psique. La psique se somatiza en el eros y el eros se funde en la psique. Dejamos aparte la “maternidad-paternidad” cuando vemos uniones de personas que no han sido o ya no son fecundas. Ese neologismo  “esponsabilidad” (con perdón) implicaría capacidad de entrega, de donación, de liberalidad. Que con el tiempo debe conllevar también “re-esponsabilidad”.

El “amor” en abstracto no existe. Existen “personas que aman”. No es algo abstracto, un don que se recibe o surge porque sí. Es un “sentimiento”. No “te elige”; está dentro de cada uno. Si hablaran los biólogos dirían otra cosa, pero el amor ha superado de alguna manera las descargas hormonales. Ese amor puede realizarse de distintas maneras según las circunstancias de la vida.

Incluso llegar a “des-amar”, porque ello implica la libertad de elección. Ciertamente, la vida es un incesante elegir y reelegir. No sólo entre “una alternativa y su contraria”, sino entre infinidad de opciones, entre las que se encuentra la finalización del amor.

En términos muy simples, tanto el matrimonio como el celibato se presentan como “propuesta, respuesta y apuesta”. Todo ello supone una opción; por tanto, una elección y una renuncia. Pero tanto en el matrimonio como en el celibato opcional, la pregunta ¿De por vida? valdría un millón si tuviera respuesta.

El celibato es una opción humana que eligen libremente algunas personas, creyentes y no creyentes, sin diferencia ni exclusión. Pero esta opción no es ni más ni menos meritoria o digna y noble que la opción matrimonial, aunque sea por motivos religiosos. El celibato, si hablamos como individuos pertenecientes a una especie, es contrario a la naturaleza humana. Otro absurdo si se cree en un Dios creador: "Creo en Dios Padre todopoderoso, creador..."

Que se elija voluntariamente, es otro cantar: se hace porque hay un finalidad que absorbe por entero, aunque siempre llevará consigo una forma de “ascesis”. Quizá ese sentido ascético pervirtió por segunda vez al celibato. Y ese fue el sentido que le dio inicialmente la Iglesia: liberarse de la carne; “el cuerpo incita al pecado”.

Se habla de “vocación”. Yo no creo que exista “llamada privilegiada” para nada. Nadie “llama” a nadie a un “destino” determinado. Es cierto que, desde el punto de vista religioso, se alude la “llamada de Dios”; pero eso es muy discutible incluso desde el punto de vista religioso. Absurdo, podríamos decir, desde el punto de vista humano. Implicaría un “determinismo” que anularía la “libertad.” Otra cosa es el discernimiento sobre el estado de vida.

Una de las razones que se esgrimen a favor del “celibato religioso” es que así hay una “mayor entrega a Dios y la completa dedicación a los demás”. Monumental sofisma, insostenible por falaz, falso y engañoso. 

Comenzando por la parte más débil, ¿qué “dedicación” a los demás tienen las órdenes de clausura? Sólo y exclusivamente orar por el “mundo”. Pero en este orar por el mundo no pueden olvidar que también deben vivir para poder orar. De ahí que muchos monasterios de clausura se dediquen tanto a laoracióncomo a la  elab-oración demenesteres que les den para sobrevivir con los “dulces” dinerillos que obtienen. Y quienes acceden al torno, más valoran lo segundo que lo primero: trabajan. 

Insistimos, es absurda la soflama de que el amor a una mujer y a unos hijos resta posibilidades de entrega al servicio de los demás. El amor y el egoísmo no se miden por matemáticas, ni por tiempos ni por espacios.

Algunos confunden la “dedicación plena” que no deja de ser trabajo de funcionarios de la fe,  con la disponibilidad absoluta, o sea servicio a la comunidad. No hablamos de dedicación “exclusiva”, dejamos esto para la “prensa del corazón”; en la vida práctica cotidiana no existe la exclusividad. ¿Quién se dedica “exclusivamente” a una tarea? Ni los médicos, por poner un ejemplo similar. ¡Cuántos seglares compaginan su trabajo diario con el compromiso en sus parroquias! Y no por eso abandonan a su familia, sino que potencian su fe comprometida y su matrimonio.

“Vivir para los demás, entregarse al servicio del prójimo” es algo inherente a cualquier trabajo, porque siempre son los demás quienes "agradecen" nuestra actividad con su salario. Que no es una cuestión de dinero sino de retroactividad. No digan los “ordenados in sacris” que se dedican a los demás, porque todo el que trabaja lo hace.

En el célibe, esto que llaman amor a los demás, no deja de ser un  servicio. También desde el celibato es algo genérico, como el servicio de un funcionario responsable que atiende “servicialmente” al público o a los pacientes. Eso sí, cuando el célibe llega a casa o se encierra en la celda, se encuentra consigo mismo y con su soledad. Así,  su proyecto de vida, el suyo, el de su persona, el que el que le "realiza como hombre" es individual, bien que con proyección hacia los demás.

Por su parte, el proyecto matrimonial es, en sí, comunitario; el amor es recíproco; el servicio a los demás es “centrífugo”, va de dentro hacia fuera y viceversa, todo lo cual potencia más a la persona y a quienes conviven con ella. Y de esto no tienen experiencia alguna los célibes. Sin entrega del cuerpo no hay ágape

Descendamos al llano: el celibato eclesiástico obligatorio resulta anómalo y paradójico. Se fundamenta en las erróneas ideas de que el sexo es pecaminoso y de que los sacerdotes son seres angélicos, o sea, extraterrestres (sacados del mundo...). El peligro real es que llega a deshumanizar. El pequeño detalle de su forma de hablar, de andar, de mirar...

Añádase algo de lo que no se habla, el componente administrativo-burocrático del celibato. Es algo exigido por la estructura totalitario-autoritaria de la Iglesia, a la cual le viene muy bien eso de un clero “segregado” del resto de los creyentes, dedicado en exclusiva, sí, en exclusiva, a la función, dominante respecto a los fieles y, al tiempo, controlado él mismo por la jerarquía. Una forma de hacer, también, de la necesidad (de la iglesia jerarquizada), virtud (la pureza espiritual que confiere el celibato). La virtud al servicio de la función.

Psicológicamente, el celibato impuesto es signo de dominio sobre las personas. Puedo pensar que es posible un celibato opcional (podría llamarse carismático porque, de hecho, enriquece a la persona), pero tal celibato no es sólo y necesariamente religioso. Por otra parte, la castidad impuesta y no vocacional, suele ir acompañada de serios problemas que llegan a vulnerar la dignidad del individuo, su conciencia, su carácter y su forma de vivir. ¡Cuántos sacerdotes descubren su predisposición y aptitud para el ministerio, pero no se sienten “llamados” al celibato! Y así, viven en una dicotomía angustiosa, hasta que de alguna manera su psique se siente quebrada. Y algunos, sobre todo algunas, no saben ni siquiera el porqué. 

Hay en ello, además, una contradicción: la Iglesia pregona que el matrimonio es de institución divina --cómo no va a serlo-- y lo hace sacramento... Y, sin embargo, enaltece, instaura, impone el celibato, como camino seguro hacia la santidad, pero que es de institución humana. Dios, o para los que pensamos de otro modo la Naturaleza, la Especie, nos dio el sexo para utilizarlo, como el apetito para comer, la sed para beber y el corazón para amar.

Eso del celibato por el Reino de los Cielos, para mejor anunciar el Evangelio o para un encuentro más personal con Dios no es más que pura quimera, por no emplear palabras más gruesas.

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