Consideraciones sobre el fanatismo político / 7

Después de siglos en los que las religiones rivalizaban entre sí por la verdad, llevándose de paso por delante sociedades enteras, la religión vencedora, la cristiana percibió un enemigo peor que todos los anteriores: la razón. “Delenda est” vinieron a decir los teólogos del XVIII. Quien sirve a la razón se convierte en “siervo de Satanás”.
Es un principio del fanatismo considerar adversario o enemigo al que piensa de distinta manera. Las famosas quemas de libros dan a entender la destrucción del pensamiento. O un mecanismo de sustitución: como no se puede quemar a sus autores, se queman sus producciones.
Lo tristemente curioso del caso es que los más exaltados fanáticos, generalmente los mediocres, no saben siquiera lo que queman dado su ínfimo nivel de instrucción. Y desde luego sin capacidad para razonar o justificar sus creencias. Pero se identifican con la causa que defiende la religión, sea la Inquisición o sea el púlpito tronante. Y fijan su mirada en aspectos de la vida triviales, como la comida o la forma de vestir, para imponer sus leyes “religiosas”.
Por supuesto que el fanatismo religioso no es religión, sino su caricatura. Se sirve a Dios pero se le ordena a ese “dios” que sea su voluntad la del fanático. En parte eso fue la designación como Cruzada del alzamiento nacional que propició la Guerra Civil. Y con diez o cinco siglos de distancia respecto al cristianismo, según se quiera ver, eso es el Islam de hoy.
Respecto a los propios fanáticos, las imposiciones religiosas producen en sus prosélitos no sólo pérdida de libertad sino, algo más grave, perder la capacidad de pensar y de razonar por sí mismos. No son capaces de hacer crítica de determinados ritos que pueden ser absurdos o de determinados dogmas que provienen de culturas milenarias sin validez hoy día. Y sus reacciones, peligrosas a veces, suelen deberse más a impulsos de intolerancia que a verdadera capacidad de pensar.
Y si esto lo trasladamos al fanatismo político, sucede lo mismo: los secuaces nacionalistas no son capaces de pensar en los pros y los contras de su actitud: quiénes son sus líderes, qué preparación les asiste, qué pretenden, es bueno lo que dicen para “mi” actual situación económica, es mejor esto que lo otro (lo bueno conocido y lo bueno por conocer)... Pierden la capacidad crítica.
Parece como si la sociedad toda se rindiera, antes a la religión, hoy a las soflamas redentoras de la nueva política. Algunos parecen no tener otro consuelo espiritual o aliciente en la vida al que entregarse. Tratar de este asunto sería adentrarnos en un terreno bien estudiado y objeto de otras consideraciones.
Siempre existirán los “oprimidos de la tierra” a los que salvar.
Lo mismo que las ideas religiosas otorgan un acomodo a los fanáticos pletóricos de ideales, también las ideas políticas parece que ayudan al individuo, todavía no suficientemente desarrollado, a construir su personalidad social, incluso a afianzar la autoestima… Pasado este nivel e imbuido de mesianismo, surge el fanático. De izquierdas o de derechas.
Tanto las ideas religiosas como políticas no dejan de ser un caparazón con que el individuo se recubre para integrarse en la sociedad. Surge el problema cuando tal caparazón se convierte en primera personalidad, cuando es más importante que la propia persona. Es cuando surgen las utopías, pero también cuando nos topamos con los bárbaros y los asesinos.
No vamos a entrar en contenidos y menos en historia de movimientos políticos “salvadores”. Por desgracia eso han sido las ideologías llamadas de izquierda, especialmente la izquierda radical, porque los otros, allegados al poder, viven suntuosamente de él.
Por lo general se trata de grupos, partidos o gobiernos que promueven soluciones las más de las veces drásticas sobre la insultante desigualdad existente en la sociedad. El extremismo más radical llega a promover el igualitarismo total: en la sociedad nadie es más que nadie. Lógicamente ha de desaparecer la organización social basada en estratos. Es, por otra parte, un pensamiento “muy” cristiano, muy evangélico.
Los fanáticos de estas ideas no paran mientes en los medios. Cualquiera sirve. Nuestra reciente historia está saturada de sus consecuencias. El pretexto siempre es el pueblo, pero los resultados todos los conocemos. Y cuando actúan de buena fe, las más de las veces confunden su voluntarismo –-querer que las cosas sean como a nosotros nos parece— con la realidad.
No dudamos de la buena voluntad que les anima cuando propugnan reformas urgentes y profundas en sanidad, en educación, en sistemas fiscales, en justicia... pero las más de las veces sus propuestas terminan en ideales rotos. En este caso, más que de fanáticos, podemos hablar de idealistas, soñadores, teóricos. Y no caen en la cuenta de que las estructuras del Estado son tan inamovibles como menguados los medios para reformarlas. Algo de eso supuso la “teología de la liberación”.
Estamos viviendo un caos social y político en España. Los líderes hablan a las masas de que sus aspiraciones se conseguirán sin violencia. Y también vemos que, por convicción y trayectoria vital, la inmensa mayoría de los nacionalistas no son personas violentas... No lo son, pero algunos lo parecen. Y no lo son... ¡hasta que se hacen!
La historia nos dice que los grupos izquierdistas siempre han sido muy dados a usar la intimidación cuando no el terror: defensa de la ideología basada en golpes, disparos, insultos y desprecio por las cosas públicas. El máximo exponente hace cien años por estas fechas, la Revolución de Octubre.
Muchos que simpatizan con ideas de izquierdas son personas cultas y sensibles: con toda seguridad no pueden estar de acuerdo, por supuesto con la violencia, pero tampoco con el uso mendaz de la historia, con la tergiversación de los hechos históricos incluso recientes que en los movimientos de izquierdas es habitual.
Y perciben también la enorme incultura que en los mismos dirigentes hay. Se podría entender, que no justificar, la incultura de las masas, pero ¿se puede uno sentir a gusto con esa tropa de iletrados que pululan por los mítines de los pueblos y que hoy lanzan sus diatribas por televisión?
Con el paso de los años y el bienestar conseguido con su esfuerzo y trabajo, estos vocingleros sin criterio propio se dan cuenta de cómo otros les han manejado en su provecho. Pero ya es tarde para el daño que han causado.