Creamos fantasmas y luego luchamos contra ellos.

Hay quienes consideran a la religión, cualquiera de ellas, como un enemigo al que hay que vencer, derrotar y desterrar de la vida y de la civilización actual. Aunque parezca lo contrario, no comulgamos con este pensamiento, porque la religión todavía contiene virtualidades que ayudan a las personas con su consuelo o su estímulo. Más que nada porque muchos creyentes no tienen otro repuesto psicológico, otro referente espiritual, incluso festivo al que asirse.  

Pero si pensamos en religiones vecinas, en este caso el Islam, sería osado, aparte de inútil, pretender erradicarlo de la sociedad. No puede el hombre enfrentarse al enemigo cuando está más armado, porque sería improbable la victoria y casi segura la derrota. Ya lo decía una de las canciones  medievales más famosa: "L'homme armè doibt on doubter"

Eso le sucedió al tímido humano con la creencia: ante ella perecieron “herejías”, pereció el pensamiento humanista; sucumbieron, por cansancio y falta de apoyo popular, la Ilustración y el Racionalismo, pereció el Modernismo...

Ahora, en cambio, la Multinacional del Rezo, en nuestro entorno la multinacional católica, aunque no débil, está debilitada; le falta convicción y se siente abandonada por tantos que antes, quizá forzados, poblaban sus mesnadas. Llorones y plañideras anclados en el pasado con el miedo al presente rezumando por sus poros, se quejan de la acerva y cruda hostilidad que respira nuestro mundo.

Y le ponen nombre a lo que es proceso normal de cualquier cultura que ya no tiene la virtualidad de convicción o de constricción que en el pasado poseía. Lo llaman laicismo, secularización, humanismo ateo, incredulidad... Pero los calificativos han perdido virulencia, ya no tienen la energía letal de otros tiempos, ya no aturden o provocan pánico. Ellos, por su parte, no perciben que no es mera hostilidad sino simple arrumbamiento de lo que no sirve.

Casi es un sueño en la vigilia. Los que hasta ahora han explotado el filón de otros sueños, y los más productivos han sido siempre los sueños crédulos, verán que son arrastrados por la torrentera de la repulsa, del aislamiento y del rechazo de creencias prehistóricas. Decimos prehistóricas porque seguimos sin entender cómo puede el fiel cristiano regirse por normas y doctrinas que nos retrotraen a pastores casi del Neolítico cercano, como Abraham. Caso de haber existido.

Tarea sobrehumana parece, incluso de los estados más desarrollados: desterrar la incultura, siempre unida al oscurantismo; estimular la búsqueda de remedios racionales frente al refugio de la magia; instaurar la celebración festiva del rito secular frente al rito sacro; incluso dar preeminencia y estímulo al conocimiento de lo sacro, frente a creerlo; sentir que hoy es estudio histórico lo que fuera imposición de credos y de ritos... que ellos decían “vida espiritual”.

Salvemos, pues, lo que la magia del arte y la literatura, incluso la ciencia y el pensamiento amarrados a la enorme potencialidad de la creencia, fueron capaces de alzar como monumento estético bajo la inspiración de realidades evanescentes.

"Media vita in morte sumus", decía Notquer Bálbulus en los inicios de su Cuaresma. Sí, hemos pasado media vida “creyendo” y la otra media “desmontando las creencias”, cuando no sucumbiendo a ellas. Así es la vida en sus múltiples facetas, una de ellas crear fantasmas para luego luchar contra ellos.

Pero, ¿por qué construirla con esos materiales de deshecho si ahora, al fin, tenemos otros? Constatamos que su nuevo doctrinario navega sin rumbo fijo, hasta llegar a decir que debemos comer menos carne. Franciscus dixit.

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