Cristo en las leyendas antiguas.

Es sabido que la gran masa social de la época de Cristo era inculta, no sabía leer ni escribir y en cuanto a pensamiento y opinión seguían lo que las clases intelectualmente superiores, especialmente sacerdotes, dictaban. Su único alimento cultural se cifraba en escuchar relatos míticos, tanto sacros como heroicos. Las obras de Homero, Iliada, Odisea, Batracomiomaquia, sirvieron de base para rapsodas populares si no fueron en sí recopilación de tales recitados. 

Por su parte aquellos que conformaban leyendas, los que escribían, los que predicaban a la plebe, los que forjaban su imaginación, los estudiosos, los sabios y menos sabios no laboraban frotándose el caletre y pariendo por sí solos todo el arsenal mítico que se les atribuye: disponían de un caudal lector que hoy podría parecer increíble.

Una muestra la tenemos en Egipto. De todos es sabido que en tiempo de Jesús existía una biblioteca en Alejandría, ciudad a la altura de Roma en prosperidad y con un millón de habitantes. Esta biblioteca tenía su sede en lo que hoy llamaríamos Universidad –Museum-- que disponía de miles de volúmenes en papiro. Dicen que entre quinientos y setecientos mil.

Fundada por Ptolomeo I, el sucesor de Alejandro, hasta su incendio pervivió durante unos 600 años. Se rehízo, pero sufrió el vandalismo de las huestes cristianas de Cirilo y terminó con la llegada de los bárbaros musulmanes. En ella se almacenó el saber de toda la Antigüedad y era centro de reunión de todos los sabios de la época. Recordemos una vez más a la famosa Hypathia, de la que aquí ya escribimos algo en nuestros inicios como blog. 

Se sabe que también había bibliotecas menores en los templos y, lógicamente, en la mayor parte de las ciudades así como en las residencias particulares y en las escuelas y Academias.

En consonancia y en paralelo con estos centros del saber, en la época anterior y posterior a Cristo existía una red que podríamos intitular como de “fraternidad intelectual” más ágil de lo que podemos pensar, que se extendía desde Europa hasta la misma China. El intercambio cultural era habitual y frecuente. Había un trasiego continuo de sabios y personas cultas, reclamados por tal o cual monarca o persona principal. Algunos o muchos de ellos en condición de esclavos. La información y recopilación de saber se nutría de los manuscritos existentes en todas las ciudades importantes copiándose una y otra vez las obras de los clásicos.

Hoy vivimos influidos por nuestro punto de vista globalizante y de información inmediata, pero las sociedades, en tiempos anteriores a Jesús, no eran tan impermeables como pudiéramos pensar. Tardaría más en difundirse el saber y la cultura, pero los conocimientos, prácticas, creencias... corrían, se esparcían y penetraban de unas sociedades a otras. Y aquellos elementos míticos que gozaban de mayor virtualidad e influjo en las masas, eran acogidos con avidez y se hacían propios.

El conocimiento que el vulgo tenía de los mitos era, como es natural, parcial y territorial. No sobrepasaba los límites de una región determinada. Se contentaban con “sus” dioses y los admitían sin más. Sin embargo, los sabios, los viajeros y comerciantes, los profesores reclamados por reyes y familias pudientes, los sacerdotes, incluso los soldados encuadrados en las legiones... sí conocían otras fuentes míticas, sí comparaban. Y aquellos que tenían formación y capacidad escribían sobre ello y lo difundían en los círculos intelectuales donde se movían.

Para nuestro propósito, leyendas similares a la de Cristo, comunes a unas culturas y otras, eran sobradamente conocidas por todos. Es más, llegaron a labios del pueblo que las corregía, deformaba, troceaba y ubicaba a su antojo haciendo nacer al mismo personaje o héroe en distintas ciudades o lugares y de distintos modos. Relatos de los Evangelios se puede rastrear, con sus topónimos propios y la pertenencia étnica de sus protagonistas, en culturas tan separadas como la hindú o la de los druidas.

Ésta es la razón de que la leyenda de Jesús sea un calco casi idéntico a su predecesora hindú Krishna, aun siendo regiones del mundo tan separadas. Incluso hasta la raíz del nombre es la misma, cuando Jesús fue convertido en Cristo. Los 1.400 años que separan el relato de los Vedas hindúes fueron tiempo suficiente para la difusión de la leyenda de Krishna por extensísimas regiones aledañas.

Aunque también los hombres del renacimiento incidieron en ello, los estudios actuales ya tienen una antigüedad de casi 300 años. Curiosamente uno de los primeros fue un clérigo, el reverendo Robert Taylor (1784-1844) el que puso de relieve muchas de las coincidencias de Cristo con dioses y héroes anteriores. Más tarde, hará de esto unos 100 años, Gerald Massey (1808-1907), mitólogo, aportó un estudio riguroso y erudito con profusión de datos y comentarios sobre Cristo y otras leyendas similares. Los estudios comparativos han continuado y ya hay una extensísima literatura sobre estos asuntos [1]. Cito autores: Bernard McGinn, Paul Ricoeur,  Mircea Eliade, Luis H. Rivas, David Adam Leeming, Albert Schweitzer, Earl Doherty, G. Puente Ojea, Antonio Piñero. 

¿Y cuál es nuestro propósito al exponer algo que, por otra parte, es del acervo cultural común?

1º) Que a la vista de las coincidencias, el creyente también estime lo que crea oportuno respecto a  Cristo, si fue un ser real o irreal, un personaje de ficción o un ser de carne y hueso, un mito o una persona, un dios verdadero o un "deus ex machina"...

2º) Que cada uno sepa a quién puede estar dirigiendo sus oraciones, si a un epónimo, a un prototipo mítico, a un centón de rasgos míticos, a un arquetipo...

3º) Que los antiguos no eran ni más ni menos estólidos, crédulos o ignorantes de como lo somos hoy nosotros.

4º) Que hay mentes independientes de cualquier creencia con criterios más imparciales para opinar y emitir un juicio imparcial, a la vista de los datos que los expertos en estos asuntos aportan. Lógicamente un creyente defenderá la consistencia real de lo que cree, la existencia de todo ese mundo maravilloso al que quiere acceder con oraciones y sacrificios, pero también puede surgir en él la duda. 

5º) Que las investigaciones históricas comparadas han llevado a muchos a encontrar otra verdad independiente de lo que la credulidad organizada dice y ha dicho.

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[1] Recomiendo el libro de Charles Taylor “El futuro del pasado religioso”. Madrid. Editorial Trotta, 2021

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