Dios de la Naturaleza.

Quizá habría que decir “Dios o la Naturaleza”. Para muchos creyentes y sobre todo durante muchos siglos, la relación de la Naturaleza con Dios sirve y ha servido de procedencia, de origen, de sustento y de fundamento. Lo dicen los libros sagrados y lo repiten a pie juntillas los que en ellos fundan sus credos. No es concebible la existencia del Mundo, dicen los creyentes, si no se introduce la palabra “Dios” en su germen.

No es un lenguaje científico sino coloquial desde el momento en que el mensaje va dirigido a la amplísima masa de creyentes que, por lo general, apenas si hincan el diente en la epidermis y en la explicación  de los fenómenos tanto humanos como naturales. Es un lenguaje claro e inteligible para ellos, como lo son los Salmos del Rey David que glorifican a Dios por las obras de sus manos.

Las  obras de sus manos proceden de Dios y lógicamente en Dios tienen su patrón, su modelo y su horma, que es lo que deduce el creyente ceñido a ese lenguaje elemental comprensible para él.  ¡Es tan fácil recitar todos los domingos “creo en Dios padre todo poderoso, creador del cielo y de la tierra”! Y con esta simpleza les basta.

Tal evidencia de patrón hace concebir la idea de un diseño divino. Algo claro,  muy comprensible para mentes simplonas, mensaje muy directo y elemental… pero ¡falso! La misma claridad con que se muestra el lenguaje crédulo hay que emplearla cuando se disecciona tal creencia con mayor profundidad. Cierto es que una bicicleta, un reloj, unas tijeras hablan a las claras de un patrón de diseño. Pero no sucede lo mismo cuando se habla de globos oculares o galaxias en el borde del universo conocido. ¿Qué patrón se puede concebir? Sucede que cuanto más general es el patrón más débil se torna la evidencia.

Los patrones naturales son enormemente complejos, sin traza alguna de modelos ni indicio de semejanza alguna con patrones diseñados previamente. No saber que algo está diseñado no es razón para suponer que ha sido diseñado. Sucede lo mismo con los milagros: como no sé por qué ha sucedido esto, deduzco la acción divina. Nada en la Naturaleza proporciona evidencias de diseño y menos de diseño divino, que a fin de cuentas resulta ser una razón también inventada.  Le hacen ser a Dios un “repentino”, que obvia, entre otras cosas, la evolución y hace surgir todo tal cual ahora es.

Deducir a Dios de la grandeza de la Naturaleza es, así de claro, propio de mentes apocopadas, hueras o desvalidas.

El camino de la afirmación de Dios a través de la Naturaleza es un camino cegado. No prueba la existencia de un Dios diseñador. O, por lo menos, no convence como debiera. Igual o mayor consistencia pueden tener las hipótesis, en muchos casos afirmaciones rotundas  de que la Naturaleza está ahí desde siempre. O se ha formado a sí misma. O que la Naturaleza es ese mismo dios. Lo que desde luego no responde es a un creador a-modélico y externo a ella.

En el lado opuesto y dado que la hipótesis de Dios se puede mantener siempre, tampoco prueba su inexistencia porque ésta nunca puede ser probada. Existencia o inexistencia no probadas e improbables siguen siendo un argumento más para reafirmar la postura de quienes se consideran ateos o agnósticos. Lleva a la postura lógica de afirmar “no sé si dios existe” o al menos quedarse en la otra más etérea de “probablemente dios no exista”.

Una afirmación rotunda, como la de los creyentes, siempre se verá sometida a la prueba del escepticismo. En este caso, del escepticismo radical. Es algo similar a negar afirmaciones del estilo “la estatua del demonio del Retiro de Madrid todos los días a las 12 recita versos satánicos”; o que Mickey Mouse era rey de una tribu en la Amazonia; o que siempre que llueve se ahogan los duendes de la noche. ¿Por qué no? Son hipótesis.

Pero por la misma razón, no podemos negar que tales cosas sucedan. Lo improbable alguien lo podría probar. Es la incertidumbre metafísica que puede asaltar a quien afirma que algo no ocurre o no existe.

¿Qué hacer entonces? La postura del sentido común es quedarse con las evidencias inmediatas o con las evidencias demostradas. Pero dado que muchos prefieren vivir a base de sensaciones o emociones o sentimientos, en su derecho están, a pesar de que esas sensaciones o estados emotivos también pueden ser generados por posturas racionales. Perdón, de sentido común.

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