A Dios pongo por testigo...

Ya no se oye tanto, pero sí era frecuente aseverar una afirmación, la propia, claro, con aquel juramento que decía “¡Como hay Dios!” lo cual, por supuesto, era garantía de que se decía verdad. Pero... precisamente por tal jaculatoria, tal verdad en la mente del oyente sonaba a mentira todo menos que piadosa.

A nuestro “humilde” entender, no hay mayor superchería que poner a Dios por testigo. Un Dios que sonaba en tales expresiones como ese tremendo ojo que todo lo ve; o el persistente radar mental de la DGT; o las cámaras de Supervivientes.

Y volvemos al sempiterno tema de la existencia de Dios, porque, cuando han desaparecido del horizonte vital de muchos los iconos religiosos como son los altares, las misas e incluso las bodas, todavía sigue ahí la estampa “Dios”. Y ahí están hombres que hablan de Dios, piensan en Dios, rezan a Dios, adoran a Dios.

Pero ¿cómo estarán seguros de que existe Dios? Sólo por la fe, “apuntalada” por la revelación. Para el creyente, sólo la fe es punto de partida en la demostración de Dios(que no es demostración, sino “recurso” creyente, más allá de toda “razón pura”).

“Revelación o manifestación de lo divino en el fondo del alma”. Así podría expresarse el cristiano. El profundo creyente percibe que su idea de Dios no es un invento, sino un don de aquel que es más grande que su propia vida, lo más grande que puede ser pensado, “id quo maius nihil cogitari potest”. Sanctus Anselmus dixit.

Imposible será convencer a ese creyente que el hecho de que tengamos una idea o un sentimiento de Dios no supone que Dios exista en realidad. El plano racional, el sentimental y el real se diferencian inconfundiblemente. A este nivel, la idea racional de Dios (o su experiencia religiosa) no prueba que él exista. Y no sirve como argumento el "a mí me sirve". 

Dios nace cuando el hombre se percibe “inútil”, cuando se da cuenta de que “ya no puede más”. Y acude a “alguien” que le proporciona una cierta “seguridad” y que eleva su autoestima; que le ofrece el dominio sobre la Naturaleza: sobre los peces, las aves, las bestias... y le ordena “someterla...” Esta ilusión del hombre se ve, paralelamente, “sofocada” por ese mismo personaje que, como astuto tahúr, esconde un as en la manga: “su ley”.

Resulta que, creado el hombre a imagen y semejanza de Dios –la Biblia lo dice—cuando intenta obrar y actuar conforme a como ha sido creado, va Dio y le da un garrotazo. Cuando el hombre intenta “ser libre”, razonar por sí mismo, descubrir sus propias posibilidades, ahí está el “personaje del Empíreo” para cortarle las alas: “Sé libre; pero jamás quieras liberarte de mí”. Y la historia bíblica, en la que el creyente fundamenta su fe, nos demuestra esta realidad. O al menos así aparece en los escritos, desde Adán: cada vez que el “pueblo” o cualquier persona intenta adorar a “otros dioses”, viene el zarpazo, muertes, destierros, invasiones.... hasta que “entran en razón”. Y a esto lo llaman “liberación”.

Pasemos a otro orden de reflexión, que contender con convencimientos es asaz difícil por no decir baldío. Si lo pensamos bien, más que la “existencia de Dios, de por sí hipotética, inquieta y alarma más su “esencia”, más aún a nivel humano.

Por una parte, su “existencia”. Conduce al radicalismo. El totalitarismo es inherente a la idea de dios. Dios impone la fe como categoría absoluta:

  • “No tendrás otro dios más que a mí.”
  • “Hay un solo dios, Alá, y Mahoma es su profeta”.
  • “Creo en un solo Dios Todopoderoso…”

La fe en dios excava un profundo abismo entre las personas. Así se origina una insólita dicotomía de la Humanidad: creyentes y no creyentes. Quienes creen se identifican con dios, son los “hijos de Dios”; quienes disienten quedan satanizados, son los “siervos de Satán”. Hasta el punto de que a los no creyentes, en ocasiones, se les niega la categoría de personas: “Sin Dios el hombre no es nada.”

Pero es sobre todo su “esencia”la que, incluso y extrañamente, divide a los propios creyentes. ¿Cómo es posible que los hombres puedan tener ideas diferentes y encontradas respecto a lo que “es” Dios o dios? No existe una idea común a todos los credos.

Ni siquiera en las religiones monoteístas existe un denominador común. Una concepción excluye a la otra; los “infieles” son los otros. Unos califican a otros de “fundamentalistas”; y los otros tildan a los unos de disidentes, cismáticos o herejes. Y es que da la sensación de que se está conformando un diosa medida, un dios “personal” y personalizado que se adapta a la propia vida y a la propia experiencia. Eso confirma que Dios o dios es una construcción humana.

Y de ahí a pensar que el monoteísmo no es ya politeísmo sino, en palabras no provenientes del griego, “multiteísmo” o personalisteísmo, donde la esencia de Dios proviene de lo que cada uno quiera pensar de él.

Y del otro Dios o dios, ¿qué queda? ¿Qué hacemos con él? Mucho nos tememos que vendrán los verdugos de la razón, algunos de los cuales ya están aquí, a condenarle no a garrote vil, que no somos tan asesinos, sino al destierro o al encierro. Que no salga más de las iglesias.

Sentencia: “Porque es un dios que reprueba, desune, disgrega y enfrenta hostilmente a la Humanidad”. Las páginas del proceso dan cuenta de los últimos seis mil años, con mayor exaltación en los últimos dos mil.

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