Dónde estaba, dónde está Dios.

Es la pregunta de un papa en un pasado reciente, es también la pregunta de hoy que se hacen todos los que o sufren o sienten empatía con los que sufren, con la mirada atónita ante aquellos que recurren a Dios como ancla de salvación o bálsamo de sus lacerías.

Me lo imagino porque no asisto ya a celebraciones, pero estoy seguro de que en todas las iglesias y en las plegarias de los fieles, una o varias de ellas tendrán el tinte anti vírico como si este virus lo hubiera consentido Dios en su arcano designio, pero a la vez pudiera acabar Dios con él.

¿Tiene Dios algo que ver con esta epidemia? No, por supuesto, dicen a coro los suplicantes. Pero Dios sí puede… ¿Sí puede? Dios puede lo que puede, y así las plegarias están mal concebidas y redactadas. Lo más lógico, visto lo que se puede esperar de Dios, es pedirle que sus fieles lleven con paciencia y con un gramo de ironía el ir enmascarados.

No nos vayamos por las ramas y consideremos el asunto con la seriedad que merece. Recordemos. Cuando el Papa visitó el campo de exterminio nazi de Auschwitz, se hizo aquella lapidaria pregunta: "¿Dónde estabas, Señor, mientras este horror sucedía?". Expresión que encontró su eco en el anterior arzobispo de Valencia hace unos años, a raíz de la tragedia del metro: "¿Dónde estabas, Señor, mientras el metro recorría el túnel entre la plaza de España y la estación de Jesús?". Ambas deprecaciones todavía suenan retóricas y hueras. Ofensivas para quienes ambas cosas sufrieron.

En determinados círculos creyentes, lanzar esta desconcertante pregunta presupone verse inmediatamente acosado y acusado de irreverente, malicioso, indecoroso o blasfemo el lenguaraz que tales blasfemias profiere. Pero cuando provienen del presunto Vicario de Cristo en la Tierra, el interrogante cobra un sensato sentido enigmático. ¿De confusión, de incertidumbre, de perplejidad?

Hemos vivido últimamente diversas catástrofes naturales, a cual más escalofriante. Copiosas inundaciones en el Levante español, dejando viviendas y campos anegados y familias sin hogar. Temporales en otros países con cientos de muertos y desaparecidos, más los heridos y afectados en sus bienes. Aquel trágico seísmo en Sumatra que spultó a miles de personas bajo las ruinas; corrimientos de tierras con casas, hoteles y hospitales derrumbados; poblados inundados, personas desaparecidas… Todavía resuenen los ecos y está fresco en el recuerdo aquel famoso tsunami ocurrido en Indonesia contemporáneo de las palabras proferidas o dirigidas hacia Dios por quien tiene poder para dirigirse a él directamente.

¿Quién no se siente afectado por tan escalofriantes catástrofes? Aquí no concurren culpables “opresores”, como en Auschwitz; pero sí existen inocentes oprimidos. Y también aquí cabe preguntarse angustiosamente: ¡¡¿Dónde estaba Dios mientras este horror sucedía?!!

¿Será que Dios ha ratificado aquella inapelable sentencia que decretó el diluvio?: “Exterminaré de la tierra a los hombres que he creado, pues me pesa haberlos creado”

Solidaridad con las víctimas. Es lo que se dice en estas circunstancias. Pero nada más. Como mucho, en las plegarias dominicales se seguirán escuchado los tópicos de siempre: “Por las víctimas… para que Dios les dé consuelo y fuerza para superar esta adversidad, roguemos al Señor. Te rogamos, óyenos” Y Dios, haciendo oídos sordos. ¡¡Qué sarcasmo!!

¡¡El silencio de Dios!! ¡¡Absurda paradoja entre el Dios que se revela glorioso y potente, victorioso y libertador, entrañable y humanitario y el Dios que enmudece insensible y hermético, inclemente y despiadado ante la desgracia y la muerte!!

El silencio de Dios se usa como tapadera para muchas situaciones incomprensibles e inexplicables. La "teología del silencio de Dios" se ha convertido, en la práctica, en la "teología de la resignación". La "ilusoria esperanza" de los creyentes ante ese Dios que "irrumpe aparatosamente en la historia humana" (¿se puede hablar con propiedad de historia de la salvación?), se transforma en "conformismo con la voluntad de Dios": "Hágase tu voluntad". Este soniquete es un grito huero, más de "crédulos confiados" que de "firmes creyentes". Dios jamás ha intervenido en la historia.

A los políticos les exigimos “responsabilidades” ante desgracias naturales que desbordan las previsiones, o tras lamentables accidentes (aviones, metros, trenes...). Y a Dios, “creador del universo (¿también “responsable” como “arquitecto”?), que con su providencia divina “vela por sus creaturas”, ¿no se le pueden pedir también “responsabilidades” por ese “silencio” que acredita como si la “cosa no fuera con él”? Quien dividió prodigiosamente las aguas del Mar Rojo o quien calmó la encrespada galerna del mar de Tiberiades, ¿no podría haber mitigado las sacudidas sísmicas, serenado las tormentosas aguas de los tsunamis o ayudado, al menos, a encontrar la vacuna anti virus?

¿Dónde resuenan, ahora, aquellas bíblicas lamentaciones divinas: "He visto la humillación de mi pueblo en Egipto y he escuchado sus gritos por los maltratos de sus opresores... El clamor de los hijos de Israel ha llegado hasta mí y he visto la opresión a que los egipcios los someten."? ¿Dónde están las “pruebas” de aquellas palabras de Jesús sobre los pajaritos y las florecillas del campo? ¿Dónde está el “Señor y dador de vida”?... ¡El silencio de Dios!

Y sin afán de parecer un sádico neurótico, ¿no podríamos recordar también aquella "filial" exclamación, aquel "grito estentóreo" que dice san Marcos: "¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado!!", como una prueba más del silencio de Dios? Dios no responde, de manera que la pregunta de Jesús la siguen gritando millones de torturados y angustiados, sin oír una respuesta.

Dios se calla porque no tiene nada que decir y menos que hacer. Ese "silencio de Dios" es la "impotencia de Dios". ¿Se puede pensar que un ser todopoderoso, incomparablemente sabio, inmensamente bueno, infinitamente misericordioso... llegue a pasar "estoicamente" ante tanta desgracia, miseria, desastres y calamidades, ante tantas muertes (sobre todo por “causas naturales”) de inocentes seres humanos...?

O ese dios no existe, o es un cruel y sanguinario personaje. Como no puede ser cruel y sanguinario, sólo queda el otro término de la dicotomía. El recurso al “silencio de Dios”, para explicar lo inexplicable, es un típico topicazo.

Con esto nos adelantamos a comentarios que nos tacharán de usar los “típicos tópicos” para objetar la existencia de Dios. Pero también el recurso al “silencio de Dios”, para explicar lo inexplicable, es un típico topicazo.

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