Divagando sobre la felicidad.

Creemos en la felicidad sin necesidad de mitos. 

Siempre y en todo lugar el hombre ha buscado la felicidad. Felicidad que en un primer grado dependía del sustento y el bienestar materiales. Durante siglos, meta inalcanzable. Grandes masas de población han vivido sumidas en la pobreza, en la miseria y en la ignorancia, con el agravante de que ni siquiera tenían la esperanza de que ellos o sus hijos, algún día o en algún lugar lejano, pudieran acceder a las migajas que veían caer de la mesa de los potentados. No tenían acceso ni posibilidad alguna de acceder a la tierra ni a la cultura.

De ahí que unos la buscaran escapando del mundo, creando fábulas sobre lugares paradisíacos o consolándose con el sonsonete de que el dinero no da la felicidad o repitiendo la tontería aquella de “los ricos también lloran”.

Mientras tanto, otros, convencidos de que está en la mano del hombre dignificar su situación vital, han dejado incluso la vida por un mundo más justo. Desde la pura teoría filosófica hasta la lucha sindical o la creación de paraísos donde se han hundido las esperanzas de millones de incautos y desprevenidos.

¿En cuál de los dos polos se han situado las religiones, en nuestro caso la cristiana? ¿Ha hecho algo el cristianismo en sus dos milenios de existencia por acortar la distancia que había entre el Primado de Toledo y el último cura de una aldea perdida de Ayllón? ¿Se ha puesto decididamente y no de boquilla al lado de los desposeídos de la tierra para alcanzar un reparto más justo de la riqueza?

La honradez primero y el conocimiento de la historia dicen que no, que la Iglesia se ha posicionado siempre al lado de los potentados mientras ofrecía un consuelo espiritual que de nada servía o entontecía su mente con promesas de reinos futuros, “post mortem”. Aunque hablen del legado cristiano, si Occidente es hoy lo que es, se debe a la presión social, al advenimiento de la democracia, a revoluciones tristemente sangrientas… La Iglesia ha tardado dos mil años en no hacer nada y los distintos movimientos y revoluciones lo han conseguido en menos de doscientos.

Hoy cualquier obrero de los que antes vivían y morían pegados a la tierra, dispone de caudal suficiente para vivir, goza del ocio necesario, tiene acceso a la instrucción, sabe leer y escribir y emitir opiniones, viaja, disfruta de la cultura, de puede manifestar… Ha podido llegar a todo esto gracias a pensadores primero y luchadores después que han conseguido quebrar el duro yugo impuesto por los potentados cuyo alimento espiritual, justificación o subterfugio lo otorgaba la jerarquía eclesiástica.

El mundo, o al menos ese mundo "deseado" por grandes masas de emigrantes, es hoy más habitable y más deseable gracias a un pensamiento que cada vez se desliga más de lo que las religiones ofrecen. Pensemos que hace apenas dos siglos el llamado Occidente adelantado no se diferenciaba mucho de lo que hoy vemos en algunos partes de África, Sudamérica o ciertos países asiáticos.

Han caído fábulas y mitos gracias a pensadores irreductibles. Muchos dioses se han desvanecido y con ellos los temores ancestrales, los miedos inespecíficos y las angustias existenciales gracias al conocimiento de lo que son, de sus causas y de las consecuencias de creer en ellos. El mayor mal, la muerte, y el miedo a ella se ha visto mitigada gracias al espectacular avance de medios en sanidad e higiene.

Pero, respuesta de los credos: ¿es el hombre más feliz que antes? Porque la felicidad también es cuestión de esperanza y la máxima esperanza sólo Dios la puede conceder.

Pues, ahí lo dejamos, porque ¿qué es la felicidad? Creemos que la felicidad no existe. Desde luego no en abstracto, como la religión la ofrece. Los hombres están hechos de “muchas felicidades”, sobre todo en los cumpleaños.

Volver arriba