Elucubrando sobre nuestro devenir.

 Estoy por decir, con optimismo exultante, que nuestro occidente vive en el mejor de los tiempos y de los espacios de la tierra: hemos conseguido salir indemnes, mal que bien, del siglo más trágico, funesto y fatal de todos los siglos, el XX; vamos camino de conseguir que la sociedad democrática se estabilice; tenemos claro que, al menos teóricamente, las guerras no consiguen nada y hoy las protestas contra ellas son masivas; la sociedad, mayoritariamente, va dando de lado credos inútiles o letales (comunismo, materialismo histórico, marxismo, nazismo; filosofías de la nada; catolicismo, protestantismo, religiones en general...).

Y todo eso a pesar de los ramalazos bélicos de Siria, Ucrania, Israel, Gaza, Somalia, Yemen, Etiopía y otros menos conocidos;  y a pesar de la quiebra que produce en la sociedad el negocio y crimen de la droga; y a pesar de los nacionalismos profanadores de la convivencia… A pesar de muchas más cosas.

Dejemos claro, después del exordio anterior, que tan letales o más son los credos comunista-marxista-nacionalista como los credos en dioses paternales. Dicen que las doctrinas fascistas (de derecha y de izquierda) han producido más muertes y destrucción que las guerras de religión. Puede ser cierto, pero da igual. ¿Importa el número? Cualitativamente ambos credos han sido destructivos para el hombre, para su bienestar y para su progreso. Si los credos políticos del XX fueron nefastos en intensidad (70 años y +), los religiosos lo han sido en extensión (70 siglos). Sociedades dominadas por el miedo. La historia ya no es tan mentirosa como antes.

En su defensa afirmarán los guiados por la credulidad que existe el mundo espiritual y que también éste necesita ser alimentado. No vengan los crédulos idealistas sacros con eso de que “no sólo de pan vive el hombre”, porque la contestación es igual de necia o va en el mismo camino: también de verduras, de leche, de corderos lechales y aves de corral, de merluza y ostras, de pasteles, de ocio, de un vehículo para trasladarse, de libros, de cine, de conferencias, de conciertos, de turismo y de internet vive el hombre. Frente a este abanico, el palo de la cruz no deja de ser un verdadero “palo”.

El hombre es un incesante aspirar a dar satisfacción a necesidades, primero las perentorias y luego las adventicias. Del estómago a la filosofía. En otros tiempos regía el “bienaventurados los pobres...”, la resignación, el buscar la felicidad en la miseria porque no había opción de superar la penuria (mientras el arzobispo de Toledo regía media España, disponía de palacios por todo el territorio nacional y era señor de horca y cuchillo).

¡Cómo han cambiado los tiempos! El que vive en una choza aspira a casa de adobe. Y el que vive de alquiler, pretende casa en propiedad. Imposible en otras sociedades consoladas por la religión, posible en nuestra sociedad occidental.

Hoy el pobre de solemnidad tiene al menos la posibilidad e incluso la oportunidad de salir de la postración en que está sumido: comedores sociales, ayuda social, orientación, cursos de aprendizaje o reciclaje... El que quiere, puede.

Lo que no es alternativa de nada hoy día es la religión, ni como status (seminarios vacíos, desbandada general) ni como refugio (infinidad de templos, sí, pero rala asistencia dominical en comparación con épocas pasadas). Hace pocos años el 99% se declaraba creyente y practicante; hoy, puede ser alta la declaración teórica de creyente, pero no se corresponde con la práctica (17% o menos). Sintomático.

Pero uno de los hándicaps que tiene precisamente la preterición de los credos es la carencia de repuesto: se abandona la fe esclerótica y funcionarial, sí, pero muchos caen en “fes” de peor ralea, generalmente ideologías faranduleras. Continúan sollozando los irredentos de marxismos trasnochados; rugen los que enarbolan amenazantes banderas nacionalistas; deambulan como pueden los que se entregan a prácticas espiritistas o caen en las garras de sectas perturbadoras; y son legión los que dejan su mente tan en blanco que sirve para escribir en ella lo que quiera cualquier anuncio de TV... o cualquier engañabobos que llegue a Presidente de Gobierno. En el fondo, todos son dogmatismos imperativos.

Reconozcamos un hecho que es más sentimental que real: cualquiera que haya conseguido liberarse de pasados credos siente como una nostalgia de seguridades pasadas a las que asirse en algún momento. Es así.

Pero frente a eso, sépalo quien dude: el que ha dejado credos alienantes y que menoscaban la personalidad,  se siente mejor; se ve menos radical y más comprensivo; ve a sus congéneres como parte de sí mismo y no como ese ridículo “hermano en Cristo”; tiene criterios más abiertos para juzgar; siente haberse liberado de un peso constrictivo... También esto es testimonio personal. Y sé que es testimonio compartido.

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