España no es ni país ni democrático.

Y si tampoco es un país religioso, ¿qué espíritu le anima?

La constitución es democrática y pretende el ejercicio e institución de la democracia, es decir, gobierno del pueblo. También es democrático el engaño general en que vivimos. Es lo que queda en España de la verdadera democracia. Sí, queda ese engaño general de sentirnos demócratas sin serlo: cada cuatro años unos minutos de democracia nos envuelven con la ilusión de vivir en un país demócrata, sólo por la artimaña de dejarnos introducir un papel en la urna. Y digo papel, porque después de introducido, los partidos lo mojan como quieren. Y ya no hay más. Hasta la próxima.

No es democracia porque, aquí, quienes gobiernan son los partidos políticos. Y los partidos políticos no son democráticos. Dicen serlo, pero, de hecho, ni lo practican ni lo toleran. Quien alza su voz denunciando algo de su partido que no le gusta, sabe que más pronto o más tarde será expulsado. España es un país de “callados”, que así se está mejor, de espaldas a quienes nos manejan. España es un país entontecido y envilecido. O, como mucho, podría hablarse de otra España, la referida antes, la que da la espalda en vida y negocios a quienes obligan a marcar el paso de la oca.

España no es un país democrático, porque está gobernada por partidos fascistas, donde el guía de turno, el conductor, el mentor y el tutor impone todo y es el que sabe lo que a todos conviene. España es un país entontecido y piensa que, si alguien ha sido elegido, aunque sea por manejos turbios, acumula y concentra en su persona toda la ciencia de lo que sea, del bien hacer y del buen gobierno, y sabe más que nadie y puede llevar a la gloria [al menos a cuantos opinan como él].

Pensemos en aquellos que supuestamente elegimos, después de que el jefe haya escogido a unos y desechado otros: sería democracia si los diputados, cuando votan tal o cual barbaridad, decidieran según lo que les dicta su conciencia. Sería democracia si su voto fuera secreto. Sería democracia si no existieran los conglomerados de partidos, como el de ahora, donde un votante socialdemócrata del PSOE, que quiere que gobierne su partido, vota o acepta a la fuerza a herederos terroristas y les vota sin pretenderlo, pero sabiéndolo; vota al partido comunista, el partido que llenó de millones de cementerios el mundo por él dominado; y vota a los independentistas, personajes que buscan la ruina de un país que tiene la historia que tiene; es decir, sin serlo, el votante bien intencionado se convierte en mentecato; y siendo sensato, le obligan a votar alocadamente como si también él fuera miembro de la izquierda más extrema izquierda. Eso no es democracia, es dedocracia, porque quien resulta elegido es alguien que va a hacer lo que le dé la gana.

España no es un país democrático, es un país de sentimientos castrados y deterministas. Primero ya no es un país, son diecisiete reinos taifa, donde cada reyezuelo tiene su corte y sus cortes; donde se construyen leyes al albur de los deseos; donde se despilfarra a manos llenas [o a puños cerrados] por pasar a la historia en una placa que le recuerde; donde no imperan las normas nacionales; donde un ciudadano no puede sentirse cómodo cuando cambia de Comunidad; donde se debe aprender de la noche a la mañana determinada lengua si quiere hacer negocios; donde no hay igualdad de oportunidades para acceder a puestos en la administración; donde la justicia se interpreta o se aplica según normas no conocidas; donde si viaja, no sabe ya en qué lugar se encuentra si atiende a indicaciones de tráfico, a nombres de pueblos y ciudades que no vienen en sus mapas. Y así hasta la regulación del color de los zapatos a calzar tal o cual día, porque el color es indicativo de que vota a éste o al otro.

Y si descendemos a la masa votante, se dice a sí misma demócrata siempre que la democracia la ejerzan y ostenten los de su partido; las opiniones contrarias les resultan ofensivas; si un proyecto de ley recibe más de 1.500 enmiendas, no se admite ninguna, por provenir de quien no debe existir; el partido contrario ni siquiera debería existir, porque no se ajusta a “mis” criterios, que son los válidos por democráticos. Media España no existe.

Y por culpa de todo eso, España sigue dividida en dos bandos, reproduciendo verbal y sentimentalmente escenas de pasadas catástrofes. La historia reciente, de 100 años acá, así nos lo dice... si la leemos. Los unos quieren ganar guerras pasadas con disposiciones, arengas, reportajes, discriminaciones y denuestos, sin haber profundizado en los motivos que condujeron a ellas. Y los otros... no se enteran.

No es país y tampoco democrático. ¿Será un país arruinado esperando la salvación del Sr. Marshall?

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