España se rompe.

Los nacionalismos han sido siempre el cáncer de la democracia.

Dejo para mañana continuar la serie de “Las risas de Pascua” para, no sé cómo decirlo, para ver si hay quien participe de mis pensamientos y si no los hay, para que tales palabras sirvan como miserable  desahogo sobre la miserable situación en que, creo, nos encontramos.

Digo, y sostengo por convencimiento, que el título “España se rompe” es más real de lo que parece; y digo que tal realidad es infinitamente más importante que lo que muchos otros pretenden, la búsqueda de su propia identidad dentro de cada uno de esos pedazos que en otro tiempo formaron la realidad “España”.

O formulada de otro modo la cuestión: ¿Qué es más importante, el todo o las partes? ¿La nación unida o la supuesta unión dentro de una desunión?

Mi recuerdo se dirige ahora a aquello que en su tiempo fue realidad dentro de un Imperio, fuera el Omeya o el almohade: los reinos taifas. Se llamó así a la organización en “comunidades autónomas” del Califato de Córdoba, organización que comenzó su vida en 1031. Prosperaron, generaron mucha cultura, hubo grandes realizaciones artísticas, alzaron muchos monumentos que todavía perduran, hubo progreso en agricultura, proliferaron los poetas y los artistas...  Fueron 22 años, desde el año 1009, derrocamiento de Hisham II, hasta el año 1031, fin del Califato.  Y, con una vida de “parias” (las que pagaban a los reinos del norte) lograron una larga supervivencia, al menos dos de esos reinos, Granada que había anexionado a Málaga, de casi cinco siglos.  Otros reinos o “comunidades” taifas duraron menos: Toledo cayó en 1085; Sevilla, 1248; Baeza, 1226; Murcia, 1266,  etc.

En la actual unidad desunida de España, hay gerifaltes que pretenden ser reyezuelos de su propio reino. Y así, se creen con derecho a interpretar las leyes comunes según la deriva de sus deseos. En otras palabras, tal interpretación supone la desobediencia y el enfrentamiento a las disposiciones de obligado cumplimiento que la Ley común prescribe. ¿Consecuencia? Que si los de “arriba” se sienten con derecho a violar o violentar las leyes, ¿qué han de hacer los de “abajo”? No otra cosa que aprender de ellos. Quien no obedece en lo mucho da pie a que otros no obedezcan en lo poco. ¿Qué puede enseñar el ladrón? ¿Honradez? ¡A robar! En un país de ladrones, no roba el que no puede, no el que es honrado.

Parece que no aprendemos de la historia. Lo que hoy está sucediendo, ya sucedió. Y las consecuencias, también llegarán, como en otros tiempos llegaron. España vive dentro de un conjunto, dentro de un sistema de prioridades, donde los más fuertes “mandan”. Y mandan principalmente en las áreas económicas.  El refrán: “Tripas llevan a pies, que no pies a tripas”. España sólo será pies, unos pies que bailarán al son que marcan otros, llámense EE.UU., China, Alemania, Gran Bretaña o Francia. Caminamos hacia la desintegración, hacia la nadería, hacia la irrelevancia sin que la supuesta Unión Europea quiera hacer algo por aquellos que desdeñan hacerlo por sí mismos.

En esta España desunida e incluso desgobernada, si la ley no se amolda a tal desgobierno… ¡se cambia la ley! ¿No son ésas las palabras que se oyen con frecuencia? “Hay que modificar la Constitución”, “hay que acomodarla a las nuevas corrientes” y similares. Y ¿qué dice el “sentido común democrático”? No otra cosa que, de momento, la Constitución sigue vigente: lo que hay que hacer es cumplirla, no pretender modificarla según conveniencia de intereses excesivamente particulares. 

Lo dicho son consideraciones generales que la memoria de cada uno puede concretar en hechos y dichos que a diario escandalizan el buen criterio ciudadano. A mí me lo ha recordado la deriva lingüística de cuatro o cinco comunidades autónomas.

La historia enseña lo que enseña y algo hemos apuntado. Pero también la filología y la lingüística: ¿y quieren ahora hacer lengua de una comunidad lo que no pasa de ser “habla”, como el bable, el asturiano e incluso el habla andaluza? Y hasta la psicología… ¿Qué son todas esas mamarrachadas que fundan la igualdad entre hombres y mujeres en naderías sin sentido sin tener en cuenta la “psicología diferencial”? Sorprende que una ministra, que se dice titulada en Psicología, se encastille en algo tan elemental como la particularidad de cada sexo. Que ante igual trabajo el salario sea igual, hasta el más tonto de este Patio de Monipodio admite y defiende que sea así.

No concibo lo que está sucediendo en Cataluña. ¡Ni siquiera el 25 % de español en casi ninguna escuela! ¿Es esto admisible? ¡Cuando debiera ser al revés! El español es SÓLO una lengua y lo es para entendernos todos, no un arma arrojadiza que emplean descerebrados consentidos. ¿Qué será de España si no nos entendemos unos a otros? ¿Y qué será de aquellos que no podrán utilizar el idioma común para un trabajo fuera de ese reino de taifa? O sea, hay que acabar con las inmersiones lingüísticas, sí, acabar. Que aprendan de Irlanda el modo de tratar el “otro” idioma. Que aprendan de la India o de Suiza que no han conseguido tener un idioma propio. Que aprendan de nuestra historia globalizante gracias al idioma que hoy hablan quinientos millones de personas.

Un país no queda unido si no se rige por principios elementales como son la solidaridad, la subsidiaridad y la igualdad. Hoy, en España, no somos todos iguales. Comenzando por el valor de los votos y siguiendo por el modo como un Gobierno distribuye las asignaciones presupuestarias. El voto de un soriano vale 6 y el de un madrileño, 1. Para “Teruel existe” su diputado necesitó 16.696 votos;  para Ciudadanos, 163.358; el de Errejón necesitó 197.924. Sí, las cosas son así, pero tales números “claman al cielo”.

El sistema d’Hont tiene en cuenta la desigualdad de habitantes por regiones, propiciando representatividad en provincias con poca población. Tiene, pues, su validez. Pero tiene sus consecuencias nefastas: a partir de ahí, los pequeños partidos nacionalistas han conseguido atar en corto a los distintos gobiernos. Esto ya es un fraude a la ley electoral. O se cambia la ley d’Hont o se estudia la manera de que determinadas leyes generales no dependan de nacionalismos voraces.  

Lo ha sido siempre, pero el nacionalismo ha sido el cáncer de la democracia en España, como ya lo fue en toda Europa en décadas pasadas. ¿Acabar por ley con más transferencias o concesiones a las CC.AA.?  ¿Los partidos nacionalistas deben tener menos representación dentro de las Cortes?  Y de ahí se deduce la otra consecuencia: privilegios, transferencias ya concedidas han de volver al Estado, especialmente la Sanidad y la Enseñanza.

No quiero alargar estas consideraciones que no son sino exabruptos de quien sufre la deriva de España, pero sí una observación: hay ministerios que manejan cantidades fabulosas de dinero, en manos de personas que no tienen la capacitación profesional para ello. Lógicamente, o meten la pata de continuo, o se guían por consignas aprendidas en su adolescencia política o se rodean de más y más asesores.

Sugerencia final: quien quiera dedicarse a la política, debe cursar una carrera tan exigente como para ser notario,  abogado del Estado o médico. Así de claro. A partir de ahí podrán multiplicar su peculio por cien. 

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