Expolio a cambio de recambios.

Cuando tiene que contender defendiendo lo que cree, el razonamiento defensivo del creyente se mueve por tópicos que nunca parecen suyos. En el fondo, nunca podrá encontrar argumentos en aquella doctrina que sólo se puede admitir por la fe, es decir, creyendo porque se quiere creer.

Esgrimen, sin embargo, un argumento de peso cual es el “legado cristiano reconocible”: nadie que haya paseado sus ocios por la historia puede negar las "valiosas" aportaciones que la "sociedad" creyente, la Iglesia, ha procurado al mundo, sobre todo en Occidente. Al decir de Gómez de la Serna, el cristal con que se mira influye poderosamente en casi todo lo que se juzga.

Ese legado cristiano se puede considerar también con ojos de cristales sardónicos, cáusticos o mordaces. Nadie que en sus excursos históricos se haya topado con el valladar de la “creencia asistida de poder”, podrá dejar de “admirar” el inmenso vacío de ciencia y humanismo que ella misma se encargó de rellenar con visiones, miedos, presiones y muertes.

Fruto de aquellas simientes arrojadas al erial de la historia son el dominio y control de las actividades sociales, el acopio de lugares y edificios, el monopolio y la explotación en exclusiva de las minas del sentimiento, el inmenso y suculento negocio de la credulidad, el inmenso daño producido en las mentes vírgenes de niños y vírgenes, el expolio de las conciencias, de las ciencias y de las haciendas, el divertir –del verbo “divérgere”-- por caminos torcidos la cura del sentimiento y conducirlo por donde no debiera...

Admiramos, sí, las catedrales, pero las modas estéticas pasan o se completan con otras y hoy el turismo tanto se extasía con una catedral –hay ciudades donde no hay otra cosa que admirar— como paseando por un pueblo castellano medieval. Ya lo dice el pensador que se autocita: “Cuando el pueblo, harto de ignorancia buscó las cátedras del saber, se encontró con catedrales”.

¿No da que pensar que haya tantas ciudades donde lo único a visitar sea monumento religioso, iglesia o cenobio? Esta afirmación es, para mí, más seria de lo que parece. ¿Es que no había vida civil en esos lugares? La pregunta conduce a un hecho, el del inmenso y descomunal expolio cometido en el pasado sobre vida y bienes del pueblo por parte de la Jerarquía feudal del credo: para hacer la catedral de Burgos y palacios arzobispales anejos, Burgos entero era un pueblo de adobe. ¿Cómo sería hoy con casas todas de piedra, medievales pero eternas, bellas y ornamentadas, decoradas con primor, ornadas con estatuas en parangón con las de la catedral, trazada con el urbanismo de lo perdurable...? Y así toda la cristiandad.

La vida diaria de bienestar se la llevó la creencia. Es fácil conjeturar cómo sería el sentimiento de los madrileños en aquel 21 de enero de 1624, fecha del último achicharramiento de un profanador de hostias.  ¿Cómo viviría la gente tal “acontecimiento”? ¿Qué supondría en el diario devenir social? Es fácil imaginarlo. Actos como el citado generaban un sentimiento inconsciente de terror popular, aunque el “consciente” fuese de fervor religioso popular.

¿Que la gente quería eso? Por descontado que no. El hombre del Barroco hubiese preferido el modo de vida nuestro y, en vez de tener que ir por obligación a tanto acto de culto, habría paseado sus ocios, los pocos que tenía, en la bodega con sus amigos.

Por supuesto que nadie niega la belleza de la catedral, pero de nuevo el cristal con que se mira, que es de otro color no tan crédulo: ¿merecía la pena tal despilfarro? No arguyan que era el pueblo el que lo quería, porque si al mísero labriego le hubieran dado a elegir entre donar su saco de trigo –los diezmos y primicias de que nos hablan nuestros abuelos-- o quedárselo para alimentar a sus hijos, ¿qué habría elegido? ¿Y una sola gárgola de la catedral cuántos sacos de trigo se tragó?  

¿Eran otros tiempos? Lo eran, pero en todo tiempo las personas cambian poco cuando de la propiedad o el sustento de sus seres queridos se trata. La transformación mental se produjo gracias a la acción “educadora” de quienes vivían de los credos. También hoy se da algo parecido cuando personas piadosamente menesterosas entregan sus bienes o herencias para el mismo botafumeiro. Aunando éste y los secuestros de pensamiento y de conciencia, ¿se extrañan de la vesania, injustificable por otra parte, de la Revolución Francesa, de la Revolución rusa o la Guerra Civil española?

Esta misma sociedad, la civil, la que empieza a despertar de la somnolencia de las quimeras, se resarce pensando con los pies de la desafección, aunque también, triste es reconocerlo, comprando sucedáneos en la almoneda de otras credulidades más zafias. Confiemos en que, huérfana de fábulas y ahíta de credos, escoja el resarcimiento más efectivo y gratificante, la vuelta al hombre.

Volver arriba