Galdós denuncia el presente.

Retorno a este hogar de lides no tan fraternales después de un largo periodo de alejamiento. Alejamiento buscado, por si estos asuntos, para muchos de honda espiritualidad, llegan a ser también míos o quizá se desvanecieran de una vez por todas, la la sinsustancia de que se nutren y engordan. Pues ni lo uno ni lo otro. Eso sí, ahora la lejanía es mayor, como si la única presencia que tuvieran dentro fuera únicamente visual, dado que apenas con salir a la puerta de la calle tengo delante una espadaña que algo me recuerda.

Bah, dejemos estos preludios porque hoy la cosa va por otros derroteros. Sé que cuantos por aquí recalan son personas cultas y hasta distinguidas, jamás encuadradas en lo que hemos venido en denostar, "el montón de la credulidad". Por ello les remito al novelista del que celebramos un aniversario, el centenar de años que nos separan de su desaparición: GALDÓS.

No voy a incurrir en la pedantería de ensalzar las glorias que tal personaje merece; ya lo han han hecho muchos con más fundamento que yo. Tampoco hacen falta las comparaciones, como traer a colación a Cervantes u otros. Cada uno en su lugar. Y que mereció un Nobel, desde luego, aunque la casta y la jerarquía (frailuna y obispil) lograron, con su muro de incomprensión cerril, dieron al traste con su presentación. Personalmente digo que sí, que cuesta a veces sumergirse en los clásicos, pero cuando lo haces, no puedes prescindir de ellos. Por algo la criba de los siglos ha mantenido su nombre en el candelero. 

De los 46 libros que integran la saga "Episodios Nacionales", llevo consumidos alrededor de la decena. Y seguiré. A cuantos aquí acuden animo a que se sumerjan en ellos. El conocimiento de la historia que Galdós nos ofrece desde el infausto 1805, no tiene parangón, ni siquiera en sesudos libros de historia. 

Regreso de nuevo al propósito que hoy me trae aquí. En el Episodio "GERONA" y en las primeras líneas, parece que Galdós está hablando de nuestros días, como Si Pedro Sánchez, Pablo Casado o Pablo Iglesias, y la caterva que les rodean, hubieran coincidido con Benito en alguna venta de la Mancha o en alguna de las trifulcas habidas en la Junta Central de Sevilla. Basta cambiar fechas y personajes. Dejo la palabra a Benito Pérez Galdós:

"En el invierno de 1809 a 1810, las cosas en España no podían andar peor. Lo de menos era que nos derrotaran en Ocaña a los cuatro meses de la casi indecisa victoria de Talavera; aún había algo más desastroso y lamentable, y era la tormenta de malas pasiones que bramaba en torno a la Junta Central. Sucedía en Sevilla una cosa que no sorprenderá a mis lectores, si, como creo, son españoles, y era que allí todos querían mandar. Esto es achaque antiguo, y no sé qué tiene para la gente de este siglo el tal mando, que trastorna las cabezas más sólidas, da prestigio a los tontos, arrogancia a los débiles, al modesto audacia y al honrado desvergüenza. Pero sea lo que quiera, ello es que entonces andaban a la greña, sin atender al formidable enemigo que por todas partes nos cercaba"...

"...Los nuestros, dispersos y desanimados, no tenían un general experto que los mandase; faltaban recursos de todas clases, especialmente de dinero, y en esta situación, el Poder central era un hormiguero de intriguillas. Las ambiciones injustificadas, las miserias, la vanidad ridícula, la pequeñez inflándose por parecer grande, como la rana que quiso imitar al buey; la intolerancia, el fanatismo, la doblez, el orgullos rodeaban a aquella pobre Junta, que ya en sus postrimerías no sabía a qué santo encomendarse. Bullían en torno a ella políticos de pacotilla de la primera hornada que en España tuvimos, generales pigmeos que no supieron ganar batalla alguna; y aunque había también varones de mérito, así en la milicia como en lo civil, o no tenían arrojo para sobreponerse a los necios, o carecían de aquellas prendas de carácter sin las cuales, en lo de bogernar, de poco valen la virtud y el talento"...

"...Un arma moral esgrimían entonces unos contra otros los políticos menudos y era el acusarse mutuamente de malversadores de los caudales públicos, grosero recurso que hacía muy buen efecto en el pueblo. Cuando se disolvió la Junta en Cádiz, hubo un registro de equipajes de lo más vil y bochornoso que contiene nuestra moderna historia; pero no se encontró nada en las maletas de los patriotas, porque éstos, malos o buenos, tontos o discretos, no tenían el alma en los bolsillos, ni la tuvieron aún sus inmediatos sucesores años adelante... ...Verdad es que las discordias de arriba no habían cundido a la masa común del país, que conservaba cierta inocencia salvaje con grandes vicios y no pocas prendas eminentes, por cuya razón la homogeneidad de sentimientos sobre que se cimentara la nacionalidad era aún poderosa y España, hambrienta, desnuda y comida de pulgas podía continuar la lucha". 

TERMINO con una frase que aparece párrafos adelante:

"Amigo Gabriel, en España no se premia más que a los tontos y a los que meten bulla sin hacer nada".

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