Un Jano impuesto a la sociedad.

Dios es un producto del hombre, un dios creado a imagen y semejanza del hombre, de ahí la diversidad de religiones con sus dioses correspondientes.

No es, por tanto, un subproducto "irracional", dado que procede de la imaginación, es filtrado posteriormente por la inteligencia, parido de múltiples maneras por la palabra --he ahí el típico Verbo-- y legado a la posteridad en "libros revelados".  

El proceso ha sido bien simple: alguien sugiere a un dios como causa y los eruditos secuaces elaboran todo un ritual y una dogmática que poco tienen que ver con la realidad que el primer iluminado trató de explicar. Todo muy deductivo y, por lo tanto, racional.

Sin embargo, algún prototipo de dios se puede entender como "irracional". El de Lutero, por ejemplo, que no es otro que el Dios predicado o sentido en aquellos siglos de hierro: fuego devorador, Dios encelado, Dios de Majestad, “Deus timuendus”, “Deus tremendae majestatis” .

¿Cómo ese Dios se hace accesible, santo, bondadoso, familiar, cercano y hasta humano? Sencillamente “no se hace”, se debe admitir así, vivirlo así, pero a la vez temerlo hasta en lo más profundo de las entrañas. Ese "otro" es "otro Dios". No hay nada nuevo en el cristianismo, reproduce el mito de Jano.

¿Qué implica esa dualidad de Dios, surgido como realidad histórica, la de padre que ha convivido a lo largo de los siglos con la de juez de vivos y muertos?

La explicación la recibe el vulgo de "doctores que tiene la Santa Madre Iglesia", y es que, ni más ni menos, hay que admitir que “Dios es otra cosa” o que “de Dios no conocemos nada”. Si la justicia y los juicios de Dios los entendiéramos, ya no sería Dios. Y a continuación se ponen a escribir un tratado de teología sobre la justicia divina de mil páginas. ¡Qué candorosos!

De ahí se pasa sin solución de continuidad a que el bien, determinado bien (que son normas, ritos y costumbres) sea bueno porque Dios lo quiere así. O sea, un bien sujeto a la ley de dependencia, la de un Dios interpretado por sus voceros.

No perciben que ese “Dios lo quiere así” es palabra de quienes interpretan a Dios –siempre como quieren--, de sus sacerdotes y en muchos momentos de la historia, con agónica presencia de sus fanáticos. No perciben tampoco que tal concepción, además, lleva a la más estricta arbitrariedad.

Así, de un Dios absolutamente irracional e ilógico, como es por ejemplo el Alah del credo islámico... derivarán conductas fuera de toda humana comprensión, como estamos padeciendo en nuestros días y, curiosa y desgraciadamente con excesiva frecuencia y más de lo que la simple estadística de hechos criminales puede explicar, por el lado destructor.

Ese y no otro es el “dios de la voluntad”, que ha conducido a tantas sociedades y naciones al más tremendo caos y al más tenebroso retroceso económico y social.

Vemos cómo las concepciones históricas no quedan en meras palabras ni en meras teorías: generan un tipo de sociedad esclava, que a su vez produce elementos fanatizados dispuestos a todo con tal de lograr ser aceptados por “su” Dios.

Así ha sido dentro del cristianismo y así es en el islamismo. La diferencia, que más bien es distancia, entre ambas religiones, como tantas veces hemos dicho aquí... cinco siglos. Lógica, o deductivamente, esta última se tornará más humana. 

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