Longeva y sobre todo provecta.

A la vista del devenir biológico de la masa creyente, una de dos, o la vejez de los fieles influye en la vejez de Dios, que es lo que creo, o es al revés, que Dios inyecta su propia vejez en la masa fiel, lo cual sería un nuevo acto creador sobre los seres que él creó. Es decir, si Dios va perdiendo fuerza y vigor –se hace viejo— a pesar de su condición eterna o si es lo contrario.

Dado que de Dios sabemos poco, aunque tanto se haya escrito de él, me inclino por esta última consideración, que Dios se hace viejo porque la masa fiel que cumple sus preceptos y se guía por sus dictados es abrumadoramente vieja. Los fieles cristianos cada vez tienen más edad y, como consecuencia, el Dios en el que confían, se hace también viejo.

Es una consecuencia más de algo que no son capaces de admitir los fieles cristianos, una más de las innúmeras contradicciones jamás admitidas,  a saber, que Dios es producto de sus necesidades más ocultas: de sus vivencias, de sus sentimientos, de sus necesidades, incluso de sus elucubraciones.  Dios, aunque no lo digan ni lo quieran admitir, es un producto de penurias humanas. Dios es viejo, pues, porque la masa que le adora es vieja.

Bien es verdad que Dios siempre ha sido viejo. Es su condición natural. Natural no, divina, porque así lo dicen sus incondicionales. Entre otras cosas porque en los viejos está la sabiduría y nadie puede negar que Dios es, también, sabio en grado sumo.

Y no es ésta una consecuencia de que la mente crédula sea retorcida, no. Es por lo dicho más arriba: el hombre ha hecho a sus dioses, a todos, a su imagen y semejanza... imagen sublimada. Si el hombre es finito, el ansia de vivir crea un ser infinito; si el hombre no sabe nada, siempre puede crear a alguien que lo sepa todo; si el hombre es todo limitaciones, se crea un personaje omnipotente que cuida de uno, y todos tan felices; si el hombre es mortal, Dios es eterno. Y así con todos los atributos divinos.

Pero ese Dios se muere. Ese Dios viejo tiene los días contados, precisamente también porque vive dentro de sus viejos prosélitos. Y como se muere, está callado, no dice nada, está en silencio, deja hacer a este mundo que se hace a sí mismo, incluso sonríe con los nietos, esos nietos que se alejan de él, que producen su propia vida, que se recrean con sus vivencias ajenas a los dictados del abuelo Dios.

Dios se ha tornado silencioso por viejo. Ay, papas romanos, ¿os dais cuenta de por dónde van los tiros del “silencio de Dios” de que tantas veces habéis hablado?

De la gerontocrática Iglesia católica –y protestante y ortodoxa— está surgiendo un Dios nuevo, un Dios que terminará en un asilo de ancianos si es que no lo está ya.

Volver arriba