Luz distinta sobre mártires pasados.
A propósito de un lejano familiar, dominico, que fue martirizado en Filipinas y que había nacido el 25 de febrero... pero de 1864.
Acabo de terminar un opúsculo, que no se puede llamar libro, sobre un fraile dominico que fue tío de nuestra abuela y del que conservamos en la casa familiar una foto suya formando grupo con otros cuatro y numerosas cartas de su puño y letra enviadas desde las parroquias donde ejerció su labor.
Por los datos personales que conocemos de dicho fraile, la fotografía tuvo que ser realizada más tarde de 1.888 y, sobre todo, antes de 1892, o sea, entre la comercialización del sistema Kodak y su partida a Filipinas. No la incluyo en este artículo porque ¡no sé cómo hacerlo!
Su nombre, David Varas Palacín. Era hijo de nuestros tatarabuelos. Nació en 1864 y murió en 1896 en Filipinas. Fue uno de los primeros mártires, por no decir el primero, cuando estalló la revolución del Katipunán en septiembre de 1868 contra la ocupación española. Le dieron una muerte terrible.
Pero no voy a hablar de este alejadísimo familiar, cuyos datos sobre su incardinación a los dominicos y sobre su macabra muerte en la villa de Hermosa, península de Bataán, a pocos kilómetros de Manila, constan en los archivos de la Orden en Ávila. Asciendo de nivel y me detengo en lo que tradicionalmente se nos ha inculcado sobre los mártires.
Tengo ahí dos libros sobre mártires, "Actas de los Mártires" e "Historia de la Persecución Religiosa en España (1936-1939). Si se comparan estos escritos con los relatos periodísticos de la muerte de Monseñor Romero o con el asesinato de Ellacuría y compañeros de universidad, se puede atisbar algo de luz racional sobre el concepto de martirio a manejar por la persona que piensa.
Los "mártires" no lo son en el momento que mueren, "se forman" después, cuando alguien busca sacar provecho de su muerte y cuando alguien escribe, hace loas sobre ellos y los rescata para el presente. Es algo que tengo más que claro: en el acto de ser apresados, juzgados –cuando lo eran-- y asesinados, eran unos pobres seres humanos que habrían salido corriendo caso de haber tenido fuerzas y ocasión. No más ni menos que cualquiera que trata de preservar su vida.
Ninguna de las dos se puede justificar, pero la vesania sanguinaria contra los miembros consagrados a Dios de que hicieron gala los asesinos de la Guerra Civil española no difiere mucho de la que la Iglesia mostró con los herejes en otros tiempos. A veces cuestión de perspectiva histórica.
Asunto aparte es el porqué del odio hacia los "profesionales de la creencia", digno de un análisis no tan superficial y fenomenológico como el que se suele hacer. Por ejemplo, el motivo de que en Filipinas hubiera tanto odio contra “los frailes” y se desatara con furia en 1896.
Los “cuentos” que se cuentan sobre los mártires parecen hasta ofensivos para los mismos. Es un asunto que no se puede considerar de forma tan asquerosamente denigrante como lo hace la Iglesia. A fuerza de sobrenaturalizar todo, despoja de humanidad a las personas, como si dichos mártires fueran "entes sobrenaturales" entregados a su fe y que pasaron por la prueba con una alegría impropia de humanos; como si no fueran personas de carne y hueso que se escondieron ante el peligro inminente, que temblaron de miedo, que miraban con ojos de incredulidad estupefacta el que sus hermanos les sometieran a suplicio, que chillaron hasta la extenuación...
Nuestro antepasado, en una carta un mes antes de su muerte, en octubre de 1896 afirma que no teme nada, que en Hermosa sus fieles le aprecian mucho, quizá por ser tan joven. Y la noche en que fueron a por él, salió corriendo por la puerta trasera de la casa parroquial, donde fue cazado por un empleado de la parroquia.
Ni más ni menos que aquellos "herejes" que subían a la hoguera con el espanto pintado en el rostro, según relatan los cronistas asistentes al suplicio.
Quizá sí podamos entender de otro modo el martirio de algunos si comparamos su actitud con referencias periodísticas actuales. Y quizá sea la única forma de entender el "martirio" de tales entes, meditando en los "mártires" palestinos atiborrados de fe y sobrecargados de bombas o en los kurdos auto inmolados ante los parlamentos europeos por defender a un líder.
¿Cuál es el criterio que se forma la Iglesia de esos desgraciados? En buena lógica, no los considerará "políticamente" terroristas, como desvergonzadamente opinan los acólitos de los Grandes Jefes del Imperio. ¿Se puede aplicar el mismo criterio a los mártires cristianos? ¿En qué quedan entonces?