Mario Iceta Gabicagogeascoa, arzobispo de Burgos.

Leo en el Diario de Burgos.

Creo que Burgos no ha tenido en su historia reciente arzobispo más “preparado” intelectualmente que el actual. Me sorprende leer su currículum. Tiene 56 años, joven para ostentar un arzobispado. A la vez que cursaba estudios para el sacerdocio, Filosofía y Teología, estudiaba la carrera de medicina, doctorándose en Medicina y Cirugía al año siguiente de su ordenación sacerdotal, 1995. Más todavía: Máster en Economía, año 2004.

Medicina y sacerdocio tienen concomitancias ciertas, especialidades ambas dirigidas a la salud de la persona. Estoy seguro de que, por su preparación académica, al profesor Iceta le costará mucho separar lo que vulgarmente se entiende como “compositum” del hombre, cuerpo yalma, concepción bárbara mantenida secularmente por los doctrinarios de la Iglesia. Según su trayectoria, para Mons. Iceta el “lado” más importante de la persona es el espiritual dado que su vocación ha seguido una única dirección, la marcada por su ordenación religiosa.

Y aparte de lo dicho, sus nombramientos. Miembro de la Real Academia de Córdoba (sección Moral); Sociedad Bioética de Andalucía, fundador; entre 1994 y 97, profesor de Religión, profesor de Teología, profesor de Moral... Y resumo mucho. Obispo de Álava en 2008, de Bilbao en 2010 y de Burgos en 2020. Espero que confine en el reino del olvido a su antecesor.

Leo (Domingo 12) su “homilía” en el Diario de Burgos. Me gusta su estilo, aunque no deja de ser un canto con melodía ya suficientemente conocida. Pero me gusta. Y su preocupación por los enfermos, por los que económicamente lo están pasando mal con la epidemia...

Me detengo a contemplar fotografías suyas en Internet. Su cara respira bondad, alegría vital; parece una persona apacible y sin ínfulas personales; no encuentro ninguna que exprese preocupación, ausencia o engreimiento.

A pesar de lo dicho, este obispo, como casi todos los obispos, son personajes desconocidos, hasta parecer incluso extraños dentro de la sociedad. Están ahí, algunas veces aparecen en actos oficiales, parecen elementos necesarios en la escenografía ciudadana, pero están muy alejados de la gente. ¡Es tanta la rémora que los siglos han acumulado sobre ellos! Más aún, sus palabras parecen responder necesariamente a los tópicos inseparables del cargo que ocupan, y así no conectan con el sentir del pueblo.  

Y si de sus feligreses, que de por sí ya están entregados a su palabra y cargo, pasamos al pueblo indiferente o antagónico, ¿cómo puede el obispo salir de esa férula mental que le encorseta para que su palabra pueda convencerlos? Difícil tarea. Y más difícil por el hecho de que el tiempo va cercenando la mies parroquial, bien por consunción vital bien por defección. Pues ánimo y que la burocracia episcopal no consuma sus energías.

Seguiré leyendo lo que escribe en el citado Diario.

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