Moral (III). La conducta moral


Como he referido, los estudios de Hauser sirven para conocer nuestros juicios morales instantáneos en un marco esencialmente teórico en el que se pregunta a los sujetos humanos sobre algo que no les afecta de lleno personalmente. Ello basta para descubrir que nuestras razones morales son tan intelectuales como emocionales.

Pero nuestra conducta moral es un asunto en el que incide nuestro interés y nuestro afecto personal hacia los posibles perjudicados o beneficiados por nuestro ejercicio.

Uno puede estar seguro de que, si actúa de determinada manera, infligirá un daño a otra persona; saber que en tal caso estaría cometiendo una injusticia; que se aprovecha de una situación de superioridad; que no le gustaría ser él mismo la víctima de dicha acción, y aun así decidir obrar inmoralmente.

En otras palabras, juicios morales aparte, “algo extra” interviene decisivamente en nuestra toma de decisiones: la influencia de nuestro sentimiento personal hacia la persona con las que nos relacionamos (cuya vida hemos de salvar o destruir, en el caso de los experimentos de Hauser) y nuestra apetencia por el bien particular en juego.

Resumiendo lo dicho en los dos posts anteriores:

• Hauser plantea dilemas teóricos fáciles de responder. No necesariamente coincidentes con la conducta real que el encuestado adoptaría, pero muy válidos para conocer la naturaleza de los juicios morales instantáneos propiamente “humanos” y para detectar psicópatas.

• Dichos estudios confirman que nuestros juicios morales coinciden con lo enunciado en “la regla de oro”, una de cuyas formulaciones la constituye el “imperativo categórico” de Kant, tienen una base inconsciente e innata, y se expresan en forma de sentimiento. Su gestación es, pues, pre-racional y hasta cierto punto independiente de nuestra razón, a la que se impone.

• Pero estos experimentos sólo miden juicios morales. Un componente que sin duda afecta a nuestra conducta moral, pero no el único, ya que ésta depende en buena medida del afecto que sintamos hacia las personas con la que nos relacionamos, generando un intercambio de acciones moralmente relevantes, según su eventual efecto beneficioso o dañino. Y no olvidemos que todo ser humano se quiere a sí mismo, y considera –prevé- qué puede ganar o perder personalmente en cada eventual intercambio.

• Juicios morales aparte, en los que tenemos un sentimiento innato, a la hora de predecir una conducta es relevante considerar otras emociones asociadas al disfrute ajeno, como las relacionadas con el correcto desarrollo de empatía y capacidad de amar. Tener buen corazón, aceptar al otro como es, ponerse en su lugar, sentirlo como un igual (identificarse), tener resiliencia…


Kant no consideraba moral la conducta interesada, o fundada en el cálculo de beneficios personales. Mucha gente no daría valor, en términos morales, al sacrificio que hacemos por nuestros hijos u otros familiares cercanos, o por otras personas a las que realmente queramos. (El verdadero sufrimiento estaría en desatenderlos.)

En general, se sobrentiende que las conductas que busquen el propio placer personal no son dignas de estimarse morales, aunque impliquen un beneficio para otras.

Pero un análisis que integrara este tipo de ideas, sería lo opuesto de clarificador. Hay una gradualidad que relativiza cualquier presunción generalizadora. Ante personas desconocidas decrece el sentimiento emotivo –de complicidad o empatía- que suscita nuestra dedicación, llámese disposición al esfuerzo, decisión de entrega o sacrificio.

Cuando esas personas son de un país lejano, y la información sobre su suerte es repetitiva (la misma noticia un día tras otro) y pobre en imágenes, nuestro grado de empatía baja al mínimo.

Todo esto es consistente con la idea de que –aunque con cierta variabilidad y funcionamiento dependiente de las circunstancias en que haya de concretarse su expresión- tenemos una gramática común. Cierto que, aunque Hauser la denomine “general”, no lo es del todo, ya que no la compartimos el 100% de las personas. Y esa proporción decrece a medida que consideramos casos menos graves o claros.

No es lo mismo preguntarle a un adulto por asuntos que implican la muerte de otras personas, que preguntarle a un niño por otros que significarían daños bastante inferiores para terceros.

Recordemos, además, contra la idea de que esa gramática funciona correctamente en todo momento, aun en situaciones cotidianas de peso menor, la de veces que a todos han tenido que recalcarnos “nuestros mayores” eso de que “el fin no justifica los medios”.

Cada día alguien defiende un fin político sin reparar en los medios necesarios. Cuando el medio es algo tan crucial como la democracia, la libertad, la vida, la tolerancia, nuestra preferencia no puede saltárselo, por convencido que se esté del fin.

Estas situaciones vienen a mostrarnos que no está genéticamente tan claro en los casos más corrientes, y en especial en los menos graves, en que opinamos con cierto desenfado sobre asuntos diversos que impliquen un juicio moral o signifiquen la propuesta de una conducta potencialmente lesiva para los derechos de terceros.
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