¿Pecado mortal no oír misa el domingo?

He estado esta semana en el refugio rural que tengo en la provincia de Burgos. Mis reflexiones. 

Oír misa entera todos los domingos y fiestas de guardar” (Catecismo, 2042) que de los cinco que son, es el primer mandamiento de la Iglesia. Si voluntariamente no se obedece tal precepto de la Iglesia, el fiel comete pecado mortal. Creo que la asistencia a los ritos siempre es voluntaria, que hoy a nadie le empujan para que acuda.

Aquí en Madrid, eso repetía el segundo de a bordo de la parroquia a la que yo debía acudir por obligación monetaria asumida, gran admirador por otra parte del Santo Cura de Ars (aquel gran párroco, predicador bonachón de la confesión, de lo mal que están los pecadores, del fuego del infierno y etc.). Ahora no sé si lo dicen, con lo mal que está la asistencia al rito, pero el Catecismo es el Catecismo, que es más o menos la Constitución de quienes se incardinan al Estado de lo sacro.

El pueblo de mis retiros, donde he pasado unos días de sol y frío, tiene adscritos en el censo ochenta y cinco paisanos, que en otros tiempos se dirían diecisiete vecinos. En tal pueblo hay misa cada quince días, alternando unas veces el sábado y otras el domingo. En tal día de precepto, acuden a misa, si es domingo, una docena de feligreses y si la misa es en sábado, no más allá de siete u ocho, contados, entre otras cosas porque es en sábado cuando llegan las verduras, cuando el carnicero de Burgos recorre el pueblo tocando a rebato y el panadero que es también “súper”, sin hora fija, puede que coincida con la hora de la celebración, la una del mediodía.

Motivo de tal desajuste relacionado con el primer mandamiento de la Iglesia: no hay curas para tanto pueblo. Esto es cierto, porque el domingo puede que cada cura haya de atender entre cinco y diez villorrios. Son, teóricamente, párrocos de tales pueblos, con las connotaciones que tal palabra acarreaba en otros tiempos. Hoy no se sabe qué son. Habría que aplicar otra.

Y es que lo que se nota en estos curas advenedizos es la falta de empatía con el pueblo, la carencia de incardinación sentimental, el cumplir con lo que me han mandado, aunque alguno, el de barbas, rebose jovialidad, simpatía y cercanía. Pero no puede ser. ¡Entrar en el alma de un pueblo requiere tanto tiempo…! Así como veinte minutos antes de la misa vienen en su cochecito leré, celebran, charlan un rato con quien quiera escucharles y desaparecen por el testero de la iglesia. Y no hay más relación con la feligresía.

Recuerdo aquella Semana Santa, martes o miércoles, cuando accedieron al pueblo dos sacerdotes jóvenes para que los fieles cristianos cumplieran con el segundo mandamiento (confesar los pecados mortales al menos una vez al año, y en peligro de muerte, y si se ha de comulgar). Sólo acudió a confesarse el sacristán, hoy de ochenta y seis años. Y además, como le pregunté yo, no tenía pecados.

Charlando con un paisano, fiel cumplidor del precepto dominical, sé que lo dejé excesivamente pensativo. Él conocía el catecismo de pe a pá, como todos los que hemos cumplido una cierta edad: lo sabíamos de memoria, aquel que comenzaba

--¿Sois cristiano? –Soy cristiano por la gracia de Dios.

--¿Qué quiere decir cristiano? –Discípulo de Cristo.

Le recordé lo que él ya sabía, que no ir a misa el domingo es pecado mortal.

--Cierto, me dijo, pero yo no cometo pecado mortal, porque no lo hago voluntariamente.

--Pues ahí está el quid del asunto, dado que son ellos, los curas, los obispos o quien reglamente las misas en los pueblos, los que inducen a cometer tal pecado a los feligreses. O el mandamiento primero ha sido suprimido o al fiel cristiano le hacen cometer pecado mortal.

Y ahí se calló, porque creía que era cierto lo que le decía. Lo cual no es cierto, por supuesto.

Y aquí lo dejamos, porque ésta es una manifestación más del vaciado de los pueblos de Castilla… y de España, que otro son los motivos por los que se han lanzado a las "tractoradas" de los últimos días. ¡Qué fácil es la palabrería de quienes denuncian el drama y no saben poner remedio! O les da igual. 

Conclusión: esto del cumplimiento de los ritos es tan relativo como imponerse uno la obligación familiar de ir al cine una vez al mes. Y sin asistencia a los ritos, ni templos, ni catedrales, ni ermitas. Menos mal que el folklore salva de vez en año estos mastodontes de la credulidad de otros tiempos. 

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