¿Podemos ser cristianos hoy?

Ya, sí, me dirán que soy estúpido por hacer esta pregunta, porque de hecho más de mil millones de personas –y ya son cantidad-- lo son.

La pregunta no va dirigida a quienes lo son de manera circunstancial y que jamás caerán en la cuenta de la sustancia que encierra. La inmensa mayoría de los que profesan una fe, la dan por supuesta y ni caen en la cuenta de lo que significa ni se interesan por buscarle significado. 

 Que yo sepa, fue Soren Kierkegaard el que lanzó aquella frase de “no podemos ser cristianos”. En vista de cómo iba creciendo el desencanto hacia el cristianismo, el filósofo Benedetto Croce escribió en 1943 aquel título enmarañado de “Por qué no podemos no decirnos cristianos”. Apología contra escépticos. Años más tarde, en 1957 y ya en tiempos de paz, Bertrand Russell le contestó con su confesión general “Por qué no soy cristiano”.

 Tengo ahora delante de mí el libro de Piergiorgio OdifreddiPor qué no podemos ser cristianos y menos aún católicos”. ¿Quién por apenas 14 € no es capaz de contradecir lo que Odifreddi quiere demostrar? Cedo aquí un sitio para publicar sus conclusiones. Ánimo. 

La argumentación que subyace tanto en Kierkegaard como en Russell no se refiere sólo a la imposibilidad del fiel de alcanzar una auténtica relación personal o compenetración con Cristo, sino otra más explícita y clara: vienen a demostrar que la fe cristiana es un absurdo, una fe que golpea al hombre de hoy día con las piedras extraídas de mitos de Oriente Medio, en un contexto medieval de supersticiones infantiles.

 Bueno sería que el creyente más convencido se acercara al libro de Russell por ver si puede escribir un alegato sensato contra lo que el filósofo y matemático Russell afirma. Dice Internet que la Biblioteca Pública de Nueva York considera este libro como uno de los más importantes del siglo XX. Ya será menos.

 Dice Odifreddi al final del prólogo:

Vamos juntos, pues, al descubrimiento de estos mitos y de estas supersticiones, para mostrar meridianamente que no todo va de la mejor manera posible en la (sedicente) mejor de las fes posibles. Si luego los panglosianos “cretinos” e “idiotas” mantienen optimistamente su Credo y su Dios, estaremos todos contentos: en el fondo, y también por principio, el ateísmo no es una fe, y no induce a nadie a cambiar de religión. Sólo reivindica, cristianamente, poder dar a la Razón lo que es de la Razón. Y no olvida, volterianamente, que es preciso cultivar también el propio jardín, y no sólo el del Edén.

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