¿Podemos ser políticos sin polis?

Consecuencias o enseñanzas de lo dicho ayer.

Hoy Sánchez y Cía y siempre el Rey y compañía y la oposición como comparsa, encarnan la España oficial. Es de suponer que esta España oficial percibe la verdadera realidad del país, pero dado que las acciones adecuadas enmascaradas con palabras hueras no llegan al pueblo, la consecuencia es la pretensión de dejar a los corderos que sigan en silencio, incluso balando, para mejor degüello de los mismos.

No se identifican los problemas reales: el nutriente de noticias que le llega al ciudadano no concuerda con lo que escucha de boca de sus próceres políticos. Ellos hablan de unas cosas --oh, la gran política-- y el cafetero ciudadano de la tasca, de otras.

Lógicamente tales problemas no reciben el tratamiento adecuado, no se resuelven, se enquistan, se enmascaran o permanecen arrinconados y se demoran en el tiempo.

Caso llamativo: Cataluña "de jure" (y de facto Valencia, Islas Baleares, Galicia, País vasco). El problema político es de un calado enorme cual es el regreso a Enrique IV cuando no a Don Álvaro de Lara frente a doña Berenguela.

Y los ahora sátrapas adormilados pretenden hacer ver que el problema es un mero “asunto jurídico”, que basta con aplicar la Constitución. ¿Hay mayor obnubilación? Daría igual que España fuera un estado federal --Alemania lo es--, pero lo que no es de recibo es la deriva de enfrentamiento y desunión de un pueblo que logró lo que logró gracias a su unidad. Quizá también a la ilusión.

Pero si la percepción que el pueblo tiene de lo que sucede es apabullante, peor es aún la sensación que le atenaza de no poder hacer nada. Nada puede hacer el individuo; nada fuera del entramado organizativo del Estado. Lo tienen todo de tal manera controlado --"legislado"-- que cualquier voz disonante o discordante o suena en el desierto o resuena en los tribunales.

Han tejido alrededor del pueblo tal maraña de leyes, normas y preceptos, con el derivado de cámaras de vigilancia, agentes de seguridad pública y privada, multas, prescripciones, avisos, normas de todo tipo... que el peatón normal está indefenso y secuestrado.

¿Qué queda pues? ¿Esperar a que esto se pudra o reviente? Jamás, dice el optimista empedernido. Pues entonces... 

Qué se puede hacer

  • ¿Confiar en la España real, en su empuje, valor, fuerza y sentido común? No falta la confianza, desde luego, pero a corto o medio plazo sirve de poco: estos plazos les pertenecen a ellos, los sátrapas que sólo viven y medran para sus cuatro años.
  • Algunos --y volvemos a las charlas de café-- sugieren que ya es suficiente con decir lo que está ocurriendo y desenmascarar a los putrefactos.
  • Otros, quizá afiliados a sindicatos de gritadores, se apuntan a la persecución vocinglera, a alzar los megáfonos en los momentos en que los políticos se hallen menos protegidos o escondidos. Desconozco cómo.
  • Los más radicales o quizá más empobrecidos o quizá imposibilitados de zafarse, sueñan con obrar de modo similar en la relación con el Estado: robar, defraudar, no pagar... Ilusos.
  • Quizá el sindicato de escribientes, que no de escritores, apelando al poder de la palabra, pretende sacar petróleo de la misma y hablan de una continua denuncia escrita --cartas en lenguaje llano-- que les encare a su propia conciencia o ante quienes se les oponen. ¿Conciencia? ¿Qué es eso, dicen? ¿La oposición? "Hoy por ti, mañana por mí", parecen decir.
  • Otros sugieren dejar de comprar la prensa que tape los escándalos --¡pero si ya no se compra!--, no ver la TV lisonjera, no votar… Ya, mejor para ellos. La oveja entró en razón, en el matadero.

¿Alguien sabe qué más se puede hacer?

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