Recordando a mi ínclito Fidel Herráez.

Sólo él sabe por qué escribo esTo. Es una forma de revivir viejos tiempos, cuatro lustros ya. 


El fiel no es garantía de verdad, pero sí el “fidelis”, representante de Dios.- He comprobado, por experiencia vital que, en la credulidad, importa más quién dice la cosa que qué se dice.

Es la tesis de autoridad en grado absoluto. Si el que la dice es representante de Dios, es verdad. Si la dice el fiel, será verdad cuando el representante de Dios, fidelis episcopus por ejemplo, la certifique.

El ciudadano y el rústico necesitan sellos que avalen lo que dicen, notarios que den fe del otro, testigos que garanticen que eso es así, compulsas con el original... o, a la postre, jueces que digan quién sustenta la verdad. Subyace la duda de que el hombre, por principio, siempre es mentiroso.

El civil siempre necesita que “otro” dé cuenta de su verdad, en cambio el representante de Dios se basta a sí mismo. Si se escucha al representante de Dios, hay que creerle por necesidad.

[Corolario de momento: de ahí que la única manera de no soportar la ciencia divina sea alejarse de ella, no oírla para no tener que escucharla].

¿Por qué será que el mundo actual dé de lado las “confraternizaciones crédulas”? Se me ocurre una razón: porque allí sólo habla el que debe ser creído. El fiel se limita a escuchar y, por consenso de silencios, asentir a “la verdad”.

Lo grave es que, de la verdad absoluta, la que hace relación a Dios, han pasado a la verdad que rige las relaciones humanas. Respecto a su doctrina un obispo no necesita registros de la propiedad, notarios, avales, garantías, cauciones, salvaguardas y demás zarandajas humanas: él es la fuente de verdad. ¡Pero han creído y conseguido que también eso rija en los negocios humanos! ¿No te suena a algo esto último, amigo Fidel Herráez?

Lo peor que le puede suceder a un obispo es que no tenga a nadie que le escuche. Y cuando lo sienten, huyen a otra sede. O se la dan “gratis et amore”.

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